Hace unos años, y no tantos, mentar a Santiago Carrillo en la casa del Partido Comunista de España (PCE) desataba todo tipo de reacciones en contra. Era evidente. No era un personaje fácil. Dolía su recuerdo, su pasado, su obra, su gestión.
Los fantasmas del pasado hoy parecen haberse difuminado. Hoy el PCE intenta afrontar el legado de Carrillo con la mente fría, 'serena', buscando una aproximación histórica no sólo del líder, sino del contexto, a la coyuntura histórica. No se le ha hecho, ni mucho menos, un santo laico, ni implica que se valide toda su trayectoria acríticamente, sino que se pretende analizarla desde una perspectiva más fría y menos pasional.
La muerte del histórico dirigente comunista, el pasado martes, a los 97 años, ha desnudado el progresivo viraje. La dirección del partido expresó su 'respeto' por Carrillo, acompañó a su familia en el velatorio y cambió el programa de la 35ª fiesta anual para insertar, ayer viernes, un coloquio sobre su figura.
Los cuadros y las bases actuales no son las que confrontaron con Carrillo en los 80
La mesa redonda del viernes por la tarde resaltó ese paulatino cambio de actitud. Tres historiadores, Fernando Hernández Sánchez (Universidad Autónoma de Madrid), Francisco Erice (Universidad de Oviedo) y Juan Andrade (Universidad de Extremadura), desmenuzaron la trayectoria de Carrillo en tres grandes etapas: la República y la Guerra Civil, la lucha antifranquista y su papel en la Transición hasta su salida del PCE. Y lo hicieron reseñando luces y sombras, con naturalidad y arrancando los aplausos del centenar de militantes y simpatizantes que llenaban la carpa. Ese es el motor que anima a la cúpula del partido. 'Reencontrarnos con Carrillo, asumiendo su legado como patrimonio del partido. Ya no tienen sentido los odios de antaño. Las generaciones han cambiado, y los cuadros y las bases actuales no son los que convivieron con él y los que protagonizaron las luchas de los años ochenta', señalaron a Público fuentes autorizadas de la dirección. E importa analizar la coyuntura histórica en la que se produjeron los hechos y se tomaron decisiones, añadieron.
La demonización del exlíder del PCE crecería según se acercaba la Transición
Hernández Sánchez desarboló lo que con el tiempo se ha convertido, por obra de la derecha, en el epítome del terror rojo: Paracuellos. 'Suya no fue la responsabilidad', zanjó. Y no la tuvo porque Carrillo, con 21 años en noviembre de 1936, era un 'disciplinado militante neófito'. Las sacas hay que atribuirlas, siguió, al aparato de seguridad soviético, la NKVD, y Pedro Fernández Checa, el entonces secretario de Organización del PCE. Además, jamás se encontraron 'pruebas de cargo' contra Carrillo. Y de hecho, la dictadura no abrió expediente contra él hasta 1946, cuando se integró como ministro en el Gobierno republicano en el exilio de José Giral. Es decir, cuando su peso en el partido ganó enteros, tras deshacerse de Jesús Monzón, el hombre fuerte del PCE en Francia y artífice de la frustrada invasión la Val d'Aran en 1944 –que Almudena Grandes novela en Inés y la alegría–. La demonización de Carrillo se acrecentaría conforme se acercaba la Transición, porque era el objetivo fácil, en quien el régimen podía individualizar el odio al marxismo.
Erice se encargó de los años más 'cómodos' y menos controvertidos de su vida, los de la política de reconciliación nacional, el giro estratégico lanzado por Carrillo a partir de 1954, antes incluso de alcanzar la Secretaría General del partido (1960). Implicaba la gestación de una 'amplia alianza social y política' con la 'prioridad de la lucha por la democracia'. Fue un viraje clave, insistió el historiador, pues convirtió al PCE en el Partido –con mayúsculas– del antifranquismo. Tuvo la virtud de construir el mito de 'partido luchador', pero a la larga acarrearía problemas internos ya en los 70.
Los expertos critican la gestión 'personalista' que hizo del partido
La política de reconciliación nacional sirvió para construir un 'PCE vivo y sólidamente organizado', para aumentar los vínculos con la clase obrera, para salirse de la órbita del estalinismo de Moscú y caminar hacia la renovación ideológica que supuso el eurocomunismo. Sin embargo, no logró forjar esa amplia alianza antifascista y, sobre todo, 'fracasó de forma ostensible' en el intento de evitar el choque entre generaciones y el conflicto entre el exterior y el exilio. Erice destacó que la gestión personalista del partido que hizo Carrillo explica en parte que no se contuvieran las tensiones con el tiempo: 'El PCE era una prolongación del secretario general. Ahí se preparó el camino hacia la Transición, hacia la ruptura pactada, porque decisiones como la aceptación de la monarquía o la bandera [roja y amarilla] se tomaron en términos personales o individuales. Ahí está la debilidad de este periodo'.
La política de reconciliación nacional lo fortaleció y amplió su base social
Andrade expuso el punto de vista más crítico. La legalización del PCE en 1977, el Sábado Santo rojo, aunque no fuera 'fácil' conseguirla, 'fue más beneficiosa para el Gobierno de Adolfo Suárez, porque integraba en el sistema a un PCE desarmado que le ofreció como aval la capacidad de contención de la movilización social'. Según Andrade, Carrillo acabó 'seducido por la imagen construida por sus adversarios', la imagen de un hombre de Estado y pactista. Hasta el punto de que abusó de 'gestos moderados', como el polémico abandono del leninismo en 1978. En línea con esta tesis, el eurocomunismo 'fue una renuncia sublimada en estrategia retórica', un señuelo de marketing 'que justificaba una política más pragmática'.
Los resultados electorales de 1979 y 1982 condujeron al partido a la hecatombe y a la sangría interna. Andrade explicó que se debió a varias causas: primar la acción institucional sobre la acción social, la 'falta de democracia interna' y el 'dirigismo' que quería imponer Carrillo, el empeño en proyectar 'una imagen de moderación' al exterior que terminó desgarrando al PCE, la negativa a 'enriquecerse' de las aportaciones de intelectuales y la respuesta que se dio a la crisis económica de 1973-1979, suscribiendo los Pactos de la Moncloa y 'cayendo en tentaciones socialdemócratas'.
No hubo coloquio con los asistentes, dado lo apretado de la programación
La exposición fue, pues, puramente académica. Fría, distante, analítica. Sin más aderezos. Algo más de una hora. Y ahí acabó, porque no quedaba tiempo para el coloquio con militantes y simpatizantes, dado lo apretado de la programación.
Pero el reencuentro del PCE con Carrillo no concluyó anoche. La Fundación de Investigaciones Marxistas (FIM), que depende del partido, prevé organizar un seminario monográfico sobre el ex secretario general para noviembre. Será tiempo de desentrañar en profundidad una figura tan poliédrica como la de uno de los políticos claves del último siglo en España.
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