Madrid
Hace ya 30 años de la incorporación de la mujer a las Fuerzas Armadas, un hito en la modernización del país que el Gobierno —el socialista, pero también el del PP— han ido celebrando a lo largo del año. No es para menos. Sin embargo, el entusiasmo del Ejecutivo choca con varias situaciones reales que matizan el discurso oficial.
El Real Decreto 1/1988, de 22 de febrero, supuso el primer paso —de gigante— para la incorporación de la mujer a la milicia española. Aunque no se reguló el principio de igualdad en las Fuerzas Armadas "con todas sus consecuencias" hasta el año siguiente, se culminaba de alguna manera un cambio iniciado en 1985, con las primeras modificaciones normativas para que las mujeres pudiesen aspirar a desarrollar una carrera militar.
En 1989 se abrió el acceso de las mujeres a las academias generales y a todas las armas, cuerpos y escalas, y en 1990 se abrió la posibilidad de que pudiesen aspirar a ser soldados voluntarios.
A lo largo de 2018 se han sucedido iniciativas, celebraciones, gestos y conmemoraciones de esta auténtica conquista por la igualdad. Mujeres como Patricia Ortega, quien fue la primera mujer en alcanzar el rango de coronel de la historia de España, o las pioneras Rosa María García-Malea —comandante y primera mujer en pilotar un caza de combate— y Esther Yáñez —capitana de fragata, y primera mujer al mando de un buque militar—, han abierto caminos que hace tres décadas eran casi impensables.
No obstante, el recorrido de esas sendas no ha sido fácil. Los recuerdos de Letizia Prieto, comandante auditora de las Fuerzas Armadas en excedencia, dan una pincelada de las dificultades de lo que supone ser pionera en un mundo tradicionalmente tan masculino. "La decisión del PSOE de abrir el Ejército a las mujeres fue valiente, hay que reconocerlo, pero se quedó todo en eso: abrieron las puertas y nos dejaron allí", rememoraba recientemente en un encuentro al que asistió Público.
"Los mandos mayores, de repente, se encontraron con mujeres formadas"
"Al principio fue difícil, y creo que nos sentíamos muy solas", añade, al recordar que en la asesoría legal del Cuartel del Ejército del Aire en Madrid ella era la única fémina. Prieto se sincera: jamás vio una situación de acoso, porque "no lo hubiera consentido, además", afirma. Y apunta que el trato que recibió no llegó a ser de acoso pero sí irritante, paternalista. "Eran peores los mandos mayores que, de repente, se encontraron con mujeres formadas, que sabían mejor que ellos de casi todo", confiesa.
Rosa [nombre ficticio, para proteger su identidad] es soldado de logística y está visiblemente orgullosa de ser militar. Pese a que no quiere hablar por nadie más, no puede evitar exclamar: "El Ejército es nuestra vida". Sin embargo, cuando cumpla 45 años finalizará su vinculación con las Fuerzas Armadas en virtud de la Ley 8/2007, y pasará a ser Reservista de Especial Disponibilidad (RED). "Para nosotras supone ir a la lista del paro, tendremos que ir a los servicios sociales", lamenta.
Ella pide anonimato porque sabe que se expone a ser expedientada, incluso expulsada del trabajo de su vida, por el mero hecho de criticar situaciones en público.
El acoso, esa lacra
"¿Qué se está haciendo para facilitar la complicada conciliación familiar y laboral? ¿Guarderías en cuarteles?", ironiza, y prosigue: "¿Por qué, en este caso, tenemos menos puntuación que una mujer oficial? ¿Soy menos madre por ser soldado y temporal?". Entre ellas también hay diferencias que no ayudan a paliar situaciones discriminatorias, no sólo por sexos.
El acoso existe en las Fuerzas Armadas porque existe en la sociedad, eso es un hecho. Sin embargo, en los Ejércitos el asunto es especialmente delicado en tanto que los mecanismos de denuncias son propios, internos, e implican un extra de valentía por parte de la víctima.
"Hay un aislamiento de tus propios compañeros y mandos tras una denuncia"
"No lo he vivido, pero sí conozco casos cercanos", apunta Rosa, que asegura que en los casos de denuncia de este tipo de situaciones "hay un aislamiento de tus propios compañeros y mandos tras una denuncia: pasas de ser la mejor soldado con el mejor expediente a ser lo peor de lo peor".
"Te van a buscar las vueltas de tal forma que terminas de baja psicológica", comenta, y añade: "Se machaca a la víctima, impera la ley del miedo, del 'por mis cojones'; y al final la víctima ha de cargar con esa carga psicológica de serlo y de que te endosen culpas que no son tuyas", como sucede a veces: una mujer denuncia acoso de un superior, el tribunal militar lo exonera y declara que es denuncia falsa, y al final es ella quien es castigada.
Cuestión de rango
Letizia Prieto también reconoce que aunque sí le llegaron a "levantar la voz alguna vez" nunca vio situaciones de acoso sexual, pero asegura que "no lo hubiera consentido".
"No es que no existiera, pero es que no la vi". Eso sí, confiesa que "existe un divorcio terrible, casi como una lucha de clases, entre la tropa, los suboficiales y —en la estratosfera—, los oficiales". "Y yo era la única mujer oficial del cuartel", recuerda, y reconoce: "No hubiera visto el acoso, ya que nunca tuve contacto con la tropa". Si eres soldado o marinera, estás perdida.
"Son más valientes las soldadas y las marineras que nosotras, las oficiales"
Según su experiencia, "la mujer se encuentra en un mundo muy masculino, muy patriarcal y muy jerárquico: tu palabra vale lo que vale tu rango". A todo ello se añade "la tortura psicológica" al denunciar cualquier situación, especialmente de acoso contra la mujer. "Y hay una cierta falta de compañerismo entre mujeres en el Ejército", añade, "al haber pocas mujeres a veces acaban asumiendo los roles del hombre porque una quiere estar en una posición de privilegio y protegerse".
"Yo creo", apunta Prieto, "que son más valientes las soldadas y las marineras que nosotras, las oficiales, que somos privilegiadas". "Ellas son temporales, son más precarias, y pese a todo hablan y se defienden", concluye: "Son más valientes".
Ella tiene claro que muchas de estas situaciones se pueden solucionar si hay voluntad política. "No se pueden pedir héroes, sino pedir voluntad para cambiar dos o tres normas que mejorarían la vida de las mujeres en el Ejército de forma sustancial", afirma.
Para esta jurista, capitana en la excedencia, "hay que eliminar el conducto oficial para denunciar acoso y hay que cercenar el Código Penal Militar, para dejarlo exclusivamente para lo que debería ser", es decir, para delitos que sólo puedan cometerse desde la condición de militar del reo. "¿Por qué está tardando tanto la ministra Margarita Robles en revisar todas estas normas en los casos de acoso y discriminación? Esos delitos necesitan ir por la vía ordinaria", concluye.
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