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Actualizado:La escritora Lana Bastašić de origen serbio publica Atrapa la liebre, un libro sobre una guerra que todavía hoy reverbera incluso en los nacidos a finales de los 80. Ganadora del Premio de Literatura de la Unión Europea, esta novela nos habla de dos amigas y del peso de un conflicto que nunca consiguen cicatrizar.
Cruzar Bosnia en coche y llegar hasta Viena. Este es el cometido de Lejla y Sara, dos amigas de la infancia que hace catorce años que no se ven. Una, Sara, vive en Dublín y se ha desentendido de su pasado; la otra, Lejla, lo arrastra como una cadena y lo muestra. Ella es la guerra que sacudió en los noventa a los Balcanes. "Casa no es Bosnia. Bosnia es otra cosa, como un ancla oxidada en un mar meado", se lee en el libro.
Atrapa la liebre (en castellano con Navona y en catalán con Periscopi, 2020) es de todo menos un libro amable. El peso de la guerra, apenas mencionada pero siempre presente, se engancha a las palabras como un lastre, como los silencios de ese road trip atípico con el que Lana Bastašić (Zagreb, 1986) ha querido mostrar cómo fue crecer en la Bosnia de los años noventa. "Siempre estamos en Bosnia (...) Bosnia se mete dentro de la piel". Es esta una historia de búsqueda de la identidad propia y de la gente a la que se quiere; una búsqueda a través de los gestos, las costumbres, lo que se dice y lo que no y a través del lenguaje.
Todo empieza cuando Sara, felizmente asentada en Dublín, recibe una llamada telefónica inesperada: Lejla, su amiga de la infancia, quiere que la ayude a encontrar a su hermano Armin, desparecido durante la guerra de Bosnia. Hace catorce años que no saben nada la otra, pero Sara acepta. Cuando vuelve a Bosnia, el pasado y la guerra no cicatrizada reaparecen para abrir viejas heridas. Lejla, musulmana, es la cárcel de la cual Sara (ortodoxa), no puede escapar.
Reaparece el pasado, en todas sus versiones: la de la una y la de la otra; como ocurre actualmente con los libros de textos que aún se estudian en el país. Bastašić quería mostrar la guerra sin escribir sobre ella, explicar qué significó crecer en la Bosnia de los noventa y mostrar las cicatrices que aún a día de hoy arrastra la población que fue testigo de todo aquello. Hablar de transformación, pero también de inmovilidades; hablar de identidades, pero también de la construcción a partir de los opuestos. Esta es su primera novela y con ella ha conseguido recientemente el Premio de Literatura de la Unión Europea.
Lejla es un personaje que fluctúa entre varias identidades. No solo en lo psicológico, sino también en lo físico: cambios de look constantes, cambios en la grafía de su nombre, etc. ¿La misma identidad fluctuante que existe en los Balcanes?
Estas cosas pasaban durante la guerra. La población musulmana se tenía que cambiar los nombres. Por las grafías se sabía si eras bosnio, serbio, croata, musulmán. ¿Qué le pasa a una niña de 11 años cuando le cambian el nombre? Que el yo deja de ser algo rígido o inamovible. Lejla es un personaje camaleónico y cambiante. Ella es Bosnia. Se cambia el nombre, cambia la lengua. Su historia es la historia de lo que pasó en la región.
El viaje empieza en Mostar y termina en Viena. No es casual.
Para nada. Para mí era muy importante que todo empezase en Mostar, con una gran herencia musulmana. Viena tampoco es una casualidad: después de la ocupación otomana, llegó la ocupación austrohúngara. Quería que Lejla hiciese este viaje simbólico entre las dos ocupaciones.
Tu historia personal también tiene un viaje.
Sí, yo me fui de Bosnia cuando tenía 25 años. Me fui a vivir a Barcelona, pero Bosnia es un país que nunca te deja, se te engancha: aunque dejes de hablar la lengua, aunque no tengas amigos bosnios en tu nuevo país. Los traumas de la guerra, los conflictos no resueltos, los recuerdos... Todo vuelve, incluso cuando estás lejos. Yo quería escribir sobre esto, pero no quería escribir un ensayo sobre la guerra. Los ensayos sobre la guerra, para mí, rozan la prostitución de la memoria histórica.
¿Y cómo lo querías escribir? Es un tema complejo.
"Los ensayos sobre la guerra rozan la prostitución de la memoria histórica"
Al principio, quería escribir un cuento, pero me di cuenta de que la historia era demasiado grande para hacerla cuento. No quería escribir sobre la guerra, pero sí lo quería hacer sobre las mujeres en esa época; sobe las niñas. Quería escribir sobre cómo era crecer en Bosnia en aquel momento de la historia. Explicar quién hablaba, quién no hablaba: mostrar quién tenía el privilegio de hablar y quien tenía que callar. El pueblo musulmán no podía hablar porque no tenía este privilegio. Hay muchas versiones distintas sobre lo que pasó en Bosnia. En un mismo país, los niños tienen hasta tres libros de historia diferentes, con diferentes versiones. Crecer en un sitio así resulta complicado.
Yo quería escribir la historia de Lejla, pero me resultaba éticamente problemático, porque yo no soy musulmana. Hubiese sido una apropiación, así que decidí que la historia la narrase Sara, desde un punto de vista privilegiado. Sin embargo, no quiero que se lea como una terapia. Es un libro-experimento. Alicia en el país de las maravillas me ayudó mucho, porque me dio la estructura que buscaba en el texto y me recordó que lo que yo quería escribir era una ficción. Aunque hablo de eventos que sucedieron, no hay que olvidar que el texto es una ficción.
¿Cómo dialogan los elementos autobiográficos con el relato?
Sara, la narradora es muy diferente a mí; y siempre tuve muy claro que quería que el narrador fuese un personaje. La historia se narra a partir de su voz. Sara tiene un sentimiento de culpa que no puede resolver y, aunque los elementos autobiográficos son inevitables, es ella la que explica la historia, no yo. Nunca fue mi intención escribir un ensayo sobre mi país o mi ciudad.
Hay una escena especialmente convulsa, y es cuando Sara vuelve a la casa familiar y se esconde en el jardín para espiar a su madre. Una madre, por otra parte, que aparece casi como una caricatura.
Quería describir el problema de muchas madres en los Balcanes: comen para no hablar de los problemas. Tenemos un elefante en casa, pero nadie habla de él, y eso quise mostrarlo a partir de esta escena. Sé que es una escena grotesca y la comida tiene cierto protagonismo en algunos capítulos. Me gusta la idea de la persona que se convierte en comida, como una metáfora.
En la escena, la madre de Sara va en silla de ruedas.
Es otra metáfora de lo que pasó en los Balcanes durante la guerra. Quería mostrar la parálisis, física, pero también moral, de aquellas personas que decidieron cerrar los ojos ante lo que les pasaba a sus vecinos.
Las figuras maternas en la novela resultan ambiguas.
Tanto Lejla como Sara tienen madres no del todo presentes. En el caso de Sara, tiene a alguien muy poderoso en casa: su padre, que es policía. La figura de la madre queda diluida: es la madre que ni habla, que tiene celos de su hija. En el caso de Lejla, muestro una madre que está ausente por el dolor causado por la desaparición del hijo mayor. En esa casa hay mucha ausencia: la del padre, que ha muerto, y la del hermano.
Un hermano, Armin que, ausente, se convierte en uno de los motores del libro. Sin embargo, no se desarrolla demasiado el personaje.
Armin es un personaje central porque es lo que mueve a Sara a hacer el viaje con Lejla. Armin desaparece cuando Sara y Lejla son unas niñas, por lo tanto, solo podía trabajar con los recuerdos que ellas tienen de Armin. La última vez que Sara lo ve, tiene 12 años; es decir, ella no tiene más material para desarrollar el personaje.
Armin nunca aparece.
Mucha gente desapareció durante la guerra; y a día de hoy, aún no sabemos dónde están. Siempre pensé que hacer aparecer a Armin al final de la novela hubiera sido una catarsis barata. ¿Un final feliz para que el lector esté contento? No. Muchas personas desaparecieron durante la guerra. En la historia de Bosnia no hay una catarsis, porque faltan muchas respuestas. De hecho, el único elemento que conecta a Sara y a Lejla, después de tantos años, es la posibilidad de que Armin esté vivo. El hecho de que Armin nunca aparezca es un aprendizaje para Sara; ella cree que su motor es él, pero en realidad es su amiga Lejla. La historia empieza y acaba con Lejla.
Es como si Sara se empeñase en encontrar su final feliz.
Exacto, ella persigue una historia típica de guerra: un chico valiente y guapo, inteligente, que desaparece durante la guerra y que reaparece unos años más tarde. Lo siento, esta no es una historia de la guerra típica. Lejla es la guerra. Las mujeres son la guerra. Cuando Lejla entra en escena lo hace con una actitud clara: mírame, yo soy la guerra. Soy casi un monstruo porque me ha pasado todo esto. Era imposible que hubiese un final-catarsis.
Según el Tribunal Penal Internacional para la ex-Yugoslavia, durante la guerra de Bosnia, las fuerzas serbias violaron entre 20.000 y 44.000 mujeres musulmanas. No es el caso de Lejla, pero no se puede evitar pensar en lo que pasó.
El episodio en el que el profesor de matemáticas se intenta aprovechar de Lejla siendo ella una adolescente me sirve para explicar, de manera sutil, qué pasa con el cuerpo de las mujeres. Sin embargo, hasta esa fecha, Lejla ha tenido tantas vivencias, que incluso le quita importancia: ha perdido al padre y al hermano y su actitud es la de es la vida. Pasan estas cosas y tengo que aprender a convivir con ellas. En ese sentido, Sara es más europea; solo hace falta ver la reacción que tiene cuando Lejla se lo cuenta.
A pesar de todo, Lejla se niega a ser una víctima
Claro. Es Sara la que insiste en victimizarla.
"Bosnia no habla por sí misma; siempre la hacen hablar los demás", se dice en el libro. La lengua y el habla son temas centrales en tu libro. Hay quien ha dicho que has usado un lenguaje ‘sucio’, no correcto e inadecuado.
"Bosnia es un país que nunca te deja, se te engancha"
El libro está escrito en serbocroata; que es una lengua que ahora, técnicamente, no existe. Ahora está el serbio y está el croata, también existe el bosnio y el montenegrino; pero en realidad se trata de la misma lengua. Las políticas nacionalistas de postguerra han hecho esto. Los países quieren diferenciarse, limpiar la lengua. Usan estándares que solo hace cinco años que existen, pero yo no los considero mi lengua. No es la lengua que yo hablo en casa. Quería escribir en una lengua que estuviese viva. El libro va sobre la identidad, por lo tanto, que el estilo y la lengua contribuyesen a ello. ¿Qué revela la lengua sobre un país? Quería presentar Bosnia como algo que no se identifica fácilmente, y la lengua ha sido una de las herramientas para llevar a cabo esta tarea.
Con 'Atrapa la liebre' has recibido el Premio de Literatura de la Unión Europea y el libro ha tenido muy buena acogida, tanto en España como en otros países.
No me esperaba nada de lo que ha pasado, la verdad. La literatura contemporánea balcánica no suele traducirse demasiado, pero estoy agradecida y feliz. Tenía miedo de que los lectores no pudiesen conectar con la historia, ya que está muy vinculada a Bosnia. Es una historia muy local en la que hablo de mi ciudad y mi país. Tenía miedo de que las cosas importantes se perdiesen, y no solo por el proceso de traducción, sino porque lo leyese gente que no está familiarizada con el contexto. Es bonito porque al final, los lectores han encontrado la universalidad de la historia.
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