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"Rellenar los huecos del relato". Es una especie de mantra profesional con el que vive Filippo Meneghetti, un cineasta italiano que decidió emigrar a Francia "para poder hacer cine". Allí ha rodado su primer largometraje de ficción, Entre nosotras, una hermosísima película de amor y, mucho más, una conmovedora historia de amor real, agobiada por la condición homosexual de sus protagonistas y por su edad, dos mujeres retiradas, y silenciada por una sociedad codiciosa, machista y viciada por la obsesión por la belleza y la juventud.
Es la historia de Nina y Madeleine, enamoradas desde hace décadas, aunque de cara a los demás solo son dos vecinas de edificio. La fragilidad del amor que se vive a escondidas, la dependencia que tenemos del dinero también en las relaciones, la autocensura… van apareciendo en esta película, interpretada por dos grandes actrices de teatro, la alemana Barbara Sukowa y la francesa Martine Chevallier, absolutamente deslumbrantes. Entre nosotras, aspirante al Globo de Oro a la Mejor Película de Habla no Inglesa, es una de las quince producciones internacionales en la carrera por el Oscar.
Que un hombre decida debutar en la ficción con una película sobre mujeres mayores es un poco anormal en el cine de hoy...
Sí, sé que puede parecer muy raro, pero hay una doble razón. La primera es que durante mi adolescencia tuve cerca de mí en mi formación a personas que me contagiaron la pasión por el cine y esas personas vivieron historias similares. Esto es una ficción, aquellas eran historias más duras que ésta que cuento yo. Ya entonces tuve ganas de, si algún día podía llegar al público, devolverles el regalo que me hicieron. La segunda razón es que me interesa mucho, porque me parece muy importante, rellenar los huecos de la historia, producir lo que falta, por eso aquí es relevante la edad de las protagonistas.
¿Quiere decir que hoy no se habla de las personas mayores, que las silenciamos?
Vivimos en un mundo obsesionado por la belleza, es casi fetichista, y eso me molesta, me carga mucho. Los cineastas tenemos una responsabilidad con las imágenes y estamos llenando el cine de cuerpos perfectos, cuerpos de modelos que no son reales. Nos sentimos mal con nuestro cuerpo porque tenemos modelos que son inalcanzables, que no son reales. Yo creo que hay que rellenar ese hueco, sí, hay que mostrar que se puede ser bello, fascinante, atractivo con setenta años y sin maquillaje, que no hay que ser perfecto, no hay solo una belleza ni una sola forma de existir en el mundo.
He leído que ha dicho que la pareja de esta historia podría ser cualquier pareja, sin embargo, a mí me parece clave que sean dos mujeres. Si apostó por ello, habrá un motivo ¿cuál?
En cierto modo sí. Pero eso es también porque el relato de las mujeres lesbianas también está lleno de huecos. Nos falta el relato de las mujeres lesbianas. La homosexualidad femenina no es el tema central de la película, pero es importante. Esta historia no me la he encontrado antes como espectador, pero sí la he encontrado en mi vida.
Entonces, ¿hay cierta intención de denuncia?
No sé si denuncia es la palabra, mi profesión es más bien producir un relato que va a conmover al espectador. Si en ese proceso logro un punto de inflexión en dos o tres personas que entran al cine con una idea y salen con otra, entonces estoy encantado y no he trabajado en balde. No es tanto una denuncia, pero el compromiso está, porque todo es político. Toda representación es política y soy muy consciente de ello, es un eje de mi trabajo.
Lo que sí hay en la película es una reivindicación de la mujer como individuo pleno, no solo como madre o esposa...
Eso es importante. He crecido rodeado de mujeres y siempre me ha chocado la cantidad de papeles que tenían que asumir. Soy italiano y sé que el papel de la madre es gigantesco, como en España. Es una forma de impostura, porque asumen todos esos papeles pero a la vez son otra cosa. Eso es parte de la autocensura, un tema central en la película, cómo gestionamos y construimos las miradas sobre nosotros mismos. Cómo se enseña a una mujer a ser una mujer del hogar, ¡no siempre se puede estar cómodo con eso! Es una construcción social. Hay un debate dentro de eso que me interesa, porque creo que es universal, sobre todo con las mujeres. Todos lidiamos con la automirada y con el papel que debemos asumir y cómo interpretarlo.
¿Y dónde colocamos a los demás?
Bueno, claro, me planteo preguntas sobre cuál es nuestra relación con la empatía con el otro, sobre todo en esta situación. Cada vez es más difícil porque cada vez estamos más atomizados y más separados. Pero creo que vivimos una época de cambio con la tecnología, y la pandemia ha disparado esto, de cambio antropológico, en la que todavía no percibimos todas las consecuencias. La reflexión va por detrás de la vida siempre, en este momento en particular porque cuando miramos la historia de los últimos veinte años, la aceleración de la tecnología en nuestra vida cotidiana es tan brutal que creo que aún, a mí al menos, me cuesta medir el alcance. La reflexión está luchando para seguir los acontecimientos. Yo tengo dificultades para escribir la próxima película porque me cuesta entender lo que tengo delante de mí y eso es importante.
En la película está constantemente presente la importancia del dinero, ¿hasta el amor depende de él?
Todo depende del dinero, el amor depende también del dinero. Seguro que es uno de los medios de libertad, por desgracia. Vemos muchas personas que viven vidas que no deberían porque no tienen otros medios. ¡Tanta gente que no lleva la vida que quiere! Y por supuesto el dinero es un muy mal modelo, pero en la sociedad que vivimos es así, es el modelo que tenemos y no es anodino, por desgracia. Me disgusta.
Antes hablábamos de la reivindicación de la mujer como individuo independiente y pleno, ¿es una cualidad que esta sociedad también niega a las personas mayores?
Sí. La primera razón es por esos huecos en el relato que decía al principio. He estado en contacto con historias que hablan de ello. Tenía una amiga que trabajaba en residencias y me contaba una historia de una pareja, hombre y mujer, que se habían enamorado con más de ochenta años, y para estar juntos tenían que verse a escondidas por los pasillos, ir uno a la habitación del otro. Y las trabajadoras intentaron impedirlo y les cambiaban de habitación. Me parece increíble. Y pensaba que es un punto en nuestra sociedad en el que es importante poner el dedo en la llaga.
¿Síntoma de una sociedad represiva y excluyente?
Vivimos en una sociedad que dice que eres joven y perfecto o no tienes derecho. Pero, con los viejos, también está ligado al hecho de que la época ha cambiado y la pirámide de edad y como se envejece hoy es diferente a cómo se envejecía antes, desde luego. Los cuarenta años de hoy son los treinta de antes, son mis nuevos treinta que tengo cuarenta. Y así, los sesenta, los setenta... Es una sociedad que reacciona lenta a los cambios, la sociedad va por detrás de los cambios. Mi trabajo es poner eso sobre la mesa e intentar que evolucione en un sentido correcto, poner mi granito de arena. Hago películas sobre cosas que me llaman la atención, cuando algo me conmueve, la película es la pregunta. La respuesta le corresponde al público.
En su película se ve lo agresiva e interesada que es la forma en que tratamos a los ancianos…
Es una actitud que tenemos con muchas cosas, veo lo mismo con las personas discapacitadas, con los emigrantes, los refugiados… Está todo dicho. A todos los que no son útiles, que no valen para algún beneficio, intentamos terminar de exprimirlos, la sociedad es así con todo. Al escribir nos interesaba la toma de poder de los hijos sobre los padres, que es también un relato que falta. Hemos tenido la experiencia de cómo funciona esa inversión de papeles, antes se vivía menos y el modelo familiar era diferente, pero hoy nos encontramos con ello. Y… cosificamos a las personas.
¿En España o Italia sería igual esta historia que en Francia?
Empecé con esta historia cuando vivía en Italia, en el Véneto. Las cosas que he podido ver eran más duras que esto, pero al final rodamos en el Sur de Francia y mientras trabajábamos había muchas personas en París manifestándose contra el matrimonio igualitario. Eso nos motivó mucho. Escribimos sobre algo que es sensible en la sociedad. Creo que marca la diferencia más el anonimato de la gran ciudad y creo que las pequeñas ciudades del Mediterráneo son todas parecidas, la presión católica es muchísima. La francesa no es una sociedad permisiva.
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