barcelona
Los últimos 8M han estado marcados por la eclosión de las nuevas generaciones. Dos decanas del feminismo catalán hablan de la historia de un movimiento a menudo ignorado y que se almacena en carteles, octavillas y vivencias de sus protagonistas. Mireia Bofill (Santiago de Chile, 1944), traductora que formó parte del colectivo editorial La Sal, y Bárbara Ramajo (Badalona, 1964), doctoranda en los estudios de Género, Diferencia y Alteridad, son dos activistas de base que conocen las entrañas de la lucha por los derechos de la mujer.
¿Todo empezó con las Jornadas Catalanas de la Mujer, celebradas en 1976 en la Universitat de Barcelona?
Mireia Bofill (MB): A ver, teniendo en cuenta que Franco se muere en noviembre de 1975... ¡Imposible que no hubiera nada antes de aquellas jornadas! El año 75 es el año de la mujer según la ONU, y eso posibilitó que se convocara este encuentro.
¿Y qué había antes, en pleno franquismo?
MB: En los años 60 ya estaban pasando cosas. Maria Aurèlia Capmany publicó La dona a Catalunya: conscienciació i sutació en 1966. Yo participé en un libro colectivo titulado La mujer en España en 1967, que sirvió de excusa para recorrer el Estado. Íbamos a las parroquias –en el espacio público no se podía hacer estos actos– y hablábamos de las leyes que nos discriminaban, pero sobre todo de los métodos anticonceptivos y de sexualidad, que era lo más tabú. Nos movíamos en la órbita de Dones Democràtiques, más o menos vinculada al PSUC, plataformas de obreros y obreras religiosos. Además, pasaban otras cosas, como lo que siempre denunciaba Julia Adinolfi, compañera de Manuel Sacristán, quien explicaba que ella nunca pudo militar porque en el PSUC solo lo podía hacer una persona de cada familia por seguridad. El movimiento nació bajo condiciones muy precarias.
Llegados los años 70, la sexualidad de las mujeres copó el protagonismo.
MB: Es que las mujeres teníamos muy poca información. Un tema puntal fue el autoconocimiento del propio cuerpo. En ediciones La Sal [editorial feminista nacida en 1978], publicamos unos manuales de salud, y el primero se titulaba Masturbación. Nos reuníamos en grupos pequeños que, en definitiva, eran grupos de autoconsciencia, como los que había en el Reino Unido. En aquel momento se publicaban cosas como El mito del orgasmo vaginal, de Anne Koedt. Y el tema de la sexualidad generó un clima diferente, porque teníamos la sensación de que estábamos cambiando algo, a nosotras mismas, a nuestras vidas.
La de los años 70 fue una década intensa para el feminismo en el ámbito internacional. ¿Qué contacto tuvieron desde Catalunya con lo que estaba pasando fuera?
Bárbara Ramajo (BR): Tenemos la idea de que trajimos cosas aquí, sin tener en cuenta que la historia de Barcelona, como referente global, es súper rica. El otro día leía un texto de la poeta canadiense Nicole Brossard, una académica muy famosa, sobre "el laberinto de media noche", que resultó ser el laberinto de Horta durante la fiesta de 400 tías que montamos en 1990 [Ríe]. También aparecemos en la película sobre Harvey Milk, interpretado por Sean Penn, cuando hablan de la primera manifestación del orgullo lésbico en la ciudad. Y qué hay de la feria del libro feminista de 1990 o de las jornadas lesbianas de 1991. Hay que entender que, en esos años, en que no había redes sociales, las conexiones internacionales se hacían con jornadas y congresos. Hicimos mucha red, también a partir de nuestras amistades y enamoramientos.
MB: Sí, es cierto que hicimos mucha red feminista. Incluso más que ahora, diría. Quizás también es algo que viene de la dictadura, porque, claro, si no tenías contactos fuera, aquí te quedabas encerrada.
Tras la muerte del dictador, tras años de represión y clandestinidad, ¿cómo era organizarse en el movimiento feminista?
BR: Yo llegué en 1981, justo después del intento de golpe de Estado de Tejero. Al día siguiente, me organicé en la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) y en el movimiento feminista, porque no quería volver a perderlo todo. Empecé a vivir el feminismo en democracia tutelada, me organicé con nombre de guerra, tomaba precauciones en las reuniones, intentaba no saber demasiado de la gente con la que me reunía… Y, bien, estar en el movimiento feminista en Catalunya quería decir estar muy unidas con el resto de movimientos sociales, los de barrio, los movimientos obreros, así como con el movimiento nacional: las mujeres y el colectivo LGTB íbamos a todos los 11 de septiembre.
Si los años 70 estuvieron marcados por la sexualidad, la lucha por el aborto libre marcó la década de los 80.
BR: Totalmente. Otra de las fechas históricas son las jornadas feministas de 1985 en Mundet. Eran unas jornadas estatales. Hubo ponencias tan importantes como la de la lesbiana María Bielsa, titulada Niña muerde perro. Había un ambientazo. Pues, bien, fue ahí cuando convocamos a la prensa para practicar un aborto en vivo y en directo. Estaba todo preparado. ¡Eso sí que era desobediencia, que nos podrían haber metido presas a todas! Lo televisaron mientras cantábamos eso de "ole ole, asa asa, que hemos hecho un aborto en la casa, fuera de la ley, fuera de la ley, pa' ver lo que pasa, y si el PSOE, y si el PSOE, y si el PSOE nos echa los 500 años, yo que soy muy feminista me cojo a mis niñas y le quemo el escaño".
MB: Durante esos años el movimiento feminista también organizó los centros de planning, autogestionados entre la Coordinadora Feminista y el grupo de Dones per l'Autoconeixement i l'Anticoncepció (DAIA). Nos ocupábamos de dar información sobre métodos anticonceptivos, ayudar a abortar, hablar de sexualidad… Teníamos uno en la calle Casp. Recuerdo que, a las cinco de la tarde, cuando nos reuníamos, ya había cola de hasta 20 mujeres.
¿Pocas manifestaciones y mucho ruido?
BR: El tono era de acción directa, sí. Cuando vino el papa Juan Pablo II, en 1982, las feministas, los gais y las lesbianas le liamos un pollo. Teníamos una papesa. Otra acción fue encerrarnos en la estatua de Colón y tirar carteles desde arriba. Y una noche, junto al Front d'Alliberament Gai de Catalunya, lesbianas y gais ocupamos la Catedral. Nos encerramos.
MB: Claro, es que, después de la dictadura, había una necesidad imperante de salir a la calle, de enseñarse. Había un clima social de "puedes hacer lo que quieras".
BR: ¡Total, como los medios de comunicación no nos hacían ni caso, ya podíamos liarla parda que no se enteraba nadie! [Ríe]. Durante la transición, la irreverencia era muy potente. Tu ves ahora los videos de las procesiones del Ocaña por la Rambla de Barcelona y yo creo que, si lo hiciera ahora, le meterían una multa por ofensa a los sentimientos religiosos.
Supongo que, tal y como pasa ahora, no todo era tan amistoso dentro del movimiento. ¿Cuáles eran los debates más punzantes en aquella época?
MB: Los 80 fueron los años de la división entre las feministas que tenían una doble militancia y las independientes. El tema generó una ruptura en el ámbito estatal que dura hasta el día de hoy, pero que, por suerte, en Catalunya no nos enemistó, como acostumbra a pasar. Una catalana, Gretel Amman [filósofa y feminista activa durante los años 70 y 80], era una de las líderes de las independientes. Eran las que pasaban de las instituciones, los partidos y los sindicatos, de la agenda política, y dedicaban todo su tiempo a su propia agenda. Había mujeres vinculadas a partidos que habían trabajado mucho, pero las independientes sentían que ellas intentaban dirigir, marcar una línea propia.
BR: ¡Y tenían razón! Te lo digo yo, que era doble militante. Las independientes se quejaban de que aquellas que estaban vinculadas a un partido hacían un desembarco para intentar controlar el movimiento. Y no quiere decir que no fueran feministas, pero, cuando vas a una reunión del movimiento, ya no te representas a ti sola, representas a un partido. Y ya traes un posicionamiento en el cual han participado hombres. Las independientes eran separatistas, feministas radicales, que no querían tener ningún contacto con tíos. Llevaban el separatismo feminista igual que lo llevaban los afroamericanos en la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos: las feministas decidieron separarse de su opresor. Pero, bueno, teníamos buen rollo entre unas y otras.
En 1987 también se ocupó lo que hoy es Ca la Dona, una de las sedes históricas del movimiento feminista en Barcelona. En la actualidad está en Ciutat Vella, pero en un primer momento ocuparon en -Poble-sec y la cosa acabó con gases lacrimógenos de la Guardia Urbana.
MB: Correcto. Y antes también había habido la Casa de la Dona, en la plaza del Pi, que estaba más ligada a las independientes. Ahí hacíamos reuniones, encuentros y mucho trabajo con el cuerpo.
BR: Es que eso de la habitación propia de Virgina Woolf era algo que realmente necesitábamos. Y, cuando podías, te la hacías. Durante los años 80, nos reunimos mucho en la sede de la Federació d’Associacions de Veïns i Veïnes de Barcelona (FAVB), pero, claro, con la campaña por el aborto éramos muchísimas.
Durante los 2000, pero sobre todo durante los últimos años, una nueva generación ha tomado con fuerza las riendas del movimiento. ¿Lo venían venir?
BR: Yo creo que nadie se lo imaginaba. Ha sido la eclosión de todo un trabajo hecho desde el feminismo de calle, el institucional y las académicas. Cuando me llegó esto de la huelga de cuatro ejes, liderada por chicas de nuevas generaciones, me reí en la cara de quien me lo dijo. Yo he estado organizando huelgas generales desde el sindicalismo y es durísimo. Pero sí, se hizo. Y se desbordó el concepto de huelga, y le robaron el capital sindical a unos sindicatos controlados por los partidos. Enseñaron un camino que luego también tomó el movimiento independentista: huelgas generales que no son huelgas laborales. Y van y lo vuelven a hacer un segundo año, en 2019. Yo recuerdo ver la mani del año pasado con los ojos como platos: había más gente que en la mani contra la guerra de 2003. Tenemos un movimiento de base ilustrado de nuevas generaciones, un movimiento de clase obrera con una capacidad que ya nos hubiera gustado tener a nosotras.
MB: Pero yo no sé hasta qué punto es tan importante hacer una manifestación de un millón de personas. Sí, es importante salir, pero más importante es alimentar a los grupos de base, fortalecer los vínculos, que la gente participe, que se forme… Si no, llega el feminismo institucional y lo absorbe todo, como ya hizo el PSOE con el movimiento vecinal en los años 80. Destruyeron los centros de planning. Y casi el movimiento feminista, institucionalizándolo. Estamos mirando demasiado hacia fuera y poco hacia dentro.
¿Creen que toda esta energía va a puerto o que estamos de capa caída?
BR: Bueno, es que los sectores que habían ninguneado al feminismo de calle durante todos estos años, de repente, han visto una mina. Ahora quieren estar y liderar. Hablo de las mujeres del PSOE, de las instituciones y de las académicas. ¿Y cómo se hacen un espacio? Pues recuperando los chiringuitos de la transición, que hacía años que no se movían, como el Partido Feminista, y promueven debates fantasma que dividen: el tema del abolicionismo o el de la transexualidad. Crean un movimiento paralelo y dicen que hay dos corrientes.
MB: Bueno, y además deberíamos estar pensando qué les damos a estas chicas jóvenes que vienen a las manis. Nos estamos perdiendo en la reivindicación, en pedirle algo a alguien. Cuando a lo mejor nos lo tendríamos que estar dando nosotras mismas. Quizás deberíamos dejar de pedir el pescado y darnos las cañas de pescar. El sistema, cada vez da menos, ya no nos da ni el dinero para vivir. Cada vez hay menos trabajo, y el trabajo que hay es precario.
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