Madrid
Actualizado:El actor Oriol Pla vuelve a encarnar al joven Giuliani en el madrileño Teatro del Barrio, y lo hace a través de un monólogo en tres actos de Lali Álvarez Garriga, cuya fuerza dramática intenta acercarse a la desgarradora injusticia de la realidad. En este contexto habla para Público sobre esta representación con la que, dice, "queríamos hacer un canto a la vida más que a la muerte".
20 de septiembre de 2001. Génova despierta en un torpor cálido y húmedo por la lluvia de la noche anterior, la policía italiana blinda el centro histórico destinado a albergar la reunión anual de los ocho poderosos del mundo.
A primeras horas de la mañana la voz de Luca Casalini, uno de los líderes del movimiento antiglobalización italiano, resuena entre las gradas del estadio Carlini donde centenares de manifestantes esperan unirse al séquito. La única arma que tienen es el cuerpo y con ello violarán simbólicamente la zona roja en un acto de desobediencia civil. Ensamblan deprisa unas armaduras de gomaespuma y escudos de plexiglás como "tiernos caballeros medievales", los definirá Heidi Giuliani, la madre de Carlo.
Una parte del séquito llega a calle Tolemaida al lado de los binarios del tren, unas cargas laterales de los carabinieri desde las calles Caffa y calle Armenia obligan a los manifestantes a defenderse con piedras y escombros. En vídeos sucesivos se ve a Carlo en plaza Alimonda, a unos dos kilómetros del centro de la zona roja. Mientras se acerca con un extintor hacia una furgoneta la mano del policía ya se ha levantado y la pistola dispara. Cuatro segundos y medio son suficientes para que el jeep pase dos veces sobre el cuerpo de Carlo, primero aplastándole la pelvis y luego las piernas antes de huir.
¿Qué es lo que te ha llevado a aceptar este papel?
Trabajé con Lali en una obra de teatro que estaba dirigida por Iván Morales, nos conocimos en esa experiencia teatral. Un día nos pusimos a hablar de los momentos políticos que nos habían marcado en la vida, ella empezó a contarme de Génova del 2001, de la contracumbre, la antiglobalización y el caso de Carlo. Así que desde que nació la idea hasta el estreno del espectáculo pasaron quizás unos dos años. Dije que sí por varias razones: primero por el amor hacia el teatro y el reto de hacer un monólogo, y también porque los temas de los que quería hablar la obra me parecían muy sugerentes, y despertaban en mí un fuerte compromiso a nivel teatral.
¿La obra tiene algo que ver con el documental que Francesca Comencini hizo en 2002?
No. Lali trabajó mucho con la versión oficial, al principio la obra era un diálogo entre Mario Placanica (el policía que supuestamente le disparó) y Carlo. Y en ese proceso de documentación contactó con Heidi Giuliani, cuando Lali empezó a contarle el proyecto ella misma dijo "¿pero por qué quieres poner a Mario Placanica en el escenario? Si ni siquiera sabemos si fue él quien le disparó. Yo te cuento cómo era mi hijo".
Ahí el espectáculo dio un giro de 180 grados porque se centró más en su juventud, separándolo un poco de la figura pública de Carlo Giuliani. Y esa distancia nos ha permitido darle un respeto a la persona real y hacer más global una historia concreta. De esa manera el personaje se va convirtiendo en horizonte creativo que nos permite hablar de otras temáticas.
¿Cómo lograron representar en el espacio reducido de un teatro la multitud y las cargas policiales?
"La obra tiene una forma textual que va generando unas imágenes del contexto, sobre todo en la última parte de la función que recrea el momento de la manifestación"
Lo bueno del teatro es la capacidad de invocar la imaginación del espectador a través de la palabra, del movimiento, de la luz y el sonido. La obra tiene básicamente una forma textual que va generando unas imágenes del contexto, sobre todo en la última parte de la función que recrea el momento de la manifestación. Y luego aparece un texto muy conciso de tres páginas con muchas imágenes y velocidad que se refiere a la sensación y a la observación de Carlo. De hecho, la base de esas escenas es la descripción de lo que el ragazzo vive y siente.
Y viniendo de un tipo de teatro más físico incorporé con la directora una serie de representaciones que ayudan a dibujar lo que el texto ya está diciendo. Es un trabajo que viene de la mímica y de la narración física pero que tiene una primera parte quizá más descriptiva y otra más vivencial. El espacio cambia, se desarticula todo el artificio, las luces pasan a otro nivel y el ambiente sonoro que hasta ahora era más realista y más concreto pasa a una fase más abstracta.
El espectáculo estuvo de gira en 2016 y 2018, ¿cuáles fueron las reacciones del público?
Nosotros empezamos en una sala muy pequeña sin un duro, haciendo escenografía con los muebles de Lali, con ropa nuestra... Para Pau [Matas] era su primer espacio sonoro, íbamos improvisando con las cosas que teníamos y lo presentamos cuatro días en la Nau Ivanow de Barcelona. Ahí vinieron unas cuantas personas y la verdad es que nos sorprendió mucho, la gente se emocionaba, pero sobre todo traspasaba el hecho documental y se profundizaba más en la injusticia, en la sociedad, en la juventud truncada.
Luego estuvimos en una escuela de teatro y allí se convirtió en un secreto a voces y en toda Barcelona fuimos muy bien recibidos. Eso hizo que hiciésemos una gira muy amplia por Cataluña y que estuviésemos en el Teatre Lliure con una mayor resonancia en los medios. Y creo que a nivel del panorama teatral la llegada del texto de Lali fue muy refrescante.
En 2018 escribes y diriges la obra 'Travy' en el teatro Lliure: ¿fue tu primera vez como director?
Sí, la escribí con mi amigo Pau y la dirigí con mi familia. Como mis padres también hacen teatro me han trasmitido el trabajo colectivo, la observación del ensayo y el error, por lo que no solo la acción en escena sino también la observación desde fuera ha sido siempre algo latente en mi educación teatral. Había hecho otro espectáculo con dos amigos, Blai Joanet y Marc Sastre, que era una obra de mímica, de danza y slapstick. Pero Travy fue el primer espectáculo como director y la experiencia fue traumática como tiene que ser y luminosa como tiene que ser.
Al volver a trabajar con tu propia familia y con tus amigos, al intentar hablar de uno mismo pero a la vez utilizando la abstracción y el humor para hablar de preguntas vitales, de la historia teatral de nuestro país y del cambio generacional... fue todo un viaje. Tuvimos la suerte de tener un soporte económico que nunca habíamos tenido en nuestras creaciones y el respaldo de profesionales como Silvia Delagneu, Jordi Oriol, Lluís Martí que hicieron que esta obra volara mucho. Y ahora estamos de gira con ello, con mucha gana de venir a Madrid.
¿Crees que el personaje de Carlo se acerca de alguna manera a otros protagonistas que interpretaste en las series 'El día de mañana' y 'Dime quién soy'?
"¿Qué es lo que está decidiendo esa gente en una democracia no participativa? Lo vemos desde hace años, se reúnen a hablar del cambio climático pero no hacen nada"
No, no tiene nada que ver. Carlo es un ragazzo en un contexto muy diferente. En Génova 2001 ya llevamos unos cuantos años de capitalismo, la organización de este primer mundo de poder económico, ya se ha caído el muro de Berlín y el capitalismo no tiene que luchar para convencer a la población. Ahí cambian un poco las reglas del juego.
De pronto hay una restricción de derechos civiles que no se había visto desde hace mucho, vienen a hacer una cumbre para hablar del mundo y llevan a 30.000 policías. Y no se entiende el por qué si es una reunión política, ¿Qué es lo que está decidiendo esa gente en una democracia no participativa? Lo vemos desde hace años, se reúnen a hablar del cambio climático pero no hacen nada.
¿Has hablado alguna vez con la madre de Carlo, Heidi Giuliani?
Sí, nosotros fuimos a Génova con toda la compañía, Pau [Matas], Lali [Álvarez Garriga], Núria [Solina] antes de estrenar en el Teatre Lliure. La directora está en contacto más o menos constante con la madre que también vio la obra.
¿Y le gustó?
Supongo que estuvo contenta que el espectáculo pusiera en duda el discurso oficial, una historia que a nivel periodístico se ha tergiversado muchísimo. De alguna forma abre puertas para que nos replanteemos el relato de este caso y de tantos otros de represión policial.
¿Cuál es la historia oficial que la obra quiere replantear?
Se dijo que Carlo formaba parte del black bloc, que le disparó Mario Placanica y que la situación era muy violenta cuando en realidad no se sabe qué es lo que pasó exactamente. Mario Placanica disparó con una 9 Parabellum y el agujero que tenía Carlo Giuliani en su cabeza no era del mismo calibre. No hubo una investigación profunda, y Carlo no era ningún activista de una organización violenta. Era un chico cualquiera, por eso se llama Ragazzo también. Lali decía: "estoy harta de ver obras de teatro de reyes y de abogados: vamos a poner a un chaval normal".
¿Hay momentos de risa o ironía?
Sí, claro. En la primera parte estás con ese joven en su casa que habla, reflexiona, y tiene sus imperfecciones. Y nos reímos, jugamos, bailamos: hay ilusión y amor. Sí, hay mucho humor y ternura. Queríamos hablar de la vida, no queríamos hacer un panfleto, y en este sentido hay mucha luz. Es un canto a la vida más que un canto a la muerte.
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