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Actualizado:La cineasta catalana, que se llevó tres Goyas y cinco Premios Gaudí con su ópera prima, Estiu 1993, acaba de recibir el Premi Nacional de Cultura de Catalunya, que reconoce su trayectoria y su condición de referente para cineastas jóvenes.
Desde que arrasase con el largometraje Estiu 1993, Carla Simón (Barcelona, 1986) se ha convertido en un referente para generaciones de jóvenes cineastas. En 2017, su ópera prima, basada en su propia biografía, consiguió conquistar el corazón no solo de España sino del resto del mundo. Buena prueba de ello fueron los premios que recibió: la película, que se estrenó en la Berlinale, se llevó tres Goyas y cinco premios Gaudí, además de otros treinta premios galardones internacionales. También representó a España en los Oscars. Ahora acaba de recibir el Premi Nacional de Cultura de Catalunya, otorgado por el Consell Nacional de la Cultura i de les Arts (CoNCA) y que también ha distinguido a María del Mar Bonet, la compañía Tricicle, el proyecto musical Xamfrà y el Centre d’Art Natura de Farrera (CAN).
Desde 2009, estos premios son la distinción más importante en el campo de la cultura en Catalunya. A Simón se le reconoce "su talento personal y su trayectoria profesional, que han conllevado un impulso decisivo a la participación y el reconocimiento para toda una generación de directores catalanes para los cuales se ha convertido en fuente de inspiración y referente".
La cineasta, que acaba de estrenar Correspondencia, un corto conmovedor firmado a cuatro manos junto con la chilena Dominga Sotomayor, apuesta por un cine de autor, íntimo y con tintes biográficos. Asegura que no le da pudor tratar su biografía y mostrarla, siempre que se haga de manera honesta. Su último largometraje, parado por la crisis sanitaria, se centra en la vida en los campos leridanos. Alfarràs es una obra coral que se filmará, si todo sale según lo previsto, este verano en la localidad que da nombre al film.
Acaba de recibir el Premi Nacional de Cultura de Catalunya y Estiu 1993 ,su ópera prima se llevó decenas de galardones en 2017. ¿Son los premios una catapulta?
Los premios de cultura me parecen muy necesarios, más que para visibilizar a alguien, para poner en valor precisamente eso, la cultura desde diferentes ámbitos. A mí los premios de Estiu 1993 me cambiaron la vida: pasé de ser una persona desconocida a que se conociesen mis proyectos. Me dieron un empujón grande para el futuro y ahora se confía más en mis propuestas.
España es uno de los países que menos dinero destina a la cultura.
Yo no sé cómo habría que hacerlo, pero sí sé que desde el sector llevamos años pidiendo más dinero. La cultura es algo importantísimo a diferentes niveles. Francia, por ejemplo, da muchísimas ayudas a la producción cinematográfica y así es cómo se da a conocer al resto del mundo. Los países se conocen a partir de su cultura y aquí no acabamos de entender el valor que tiene a la hora de representarnos en el extranjero. Con Estiu 1993 descubrí que había muchísima gente que no sabía que existía el catalán, por ejemplo. Dar a conocer un país o una lengua a través de la cultura no tiene precio; y hay un tipo de cine que, si no lo cuidamos, desparecerá.
Desde que estallara la crisis sanitaria, el consumo cultural en casa ha aumentado considerablemente, libros y películas sobre todo.
Es complicado y contradictorio. Durante unos meses, todos vimos más cine que nunca y leímos como antes nunca lo habíamos hecho. Se puso en valor la importancia de la cultura porque era lo único que nos permitía continuar creciendo sin tener interacción social. Para mí, ver una película que me llega es un aprendizaje y un crecimiento que me hace ser más libre. Es contradictorio vivir esto en pleno confinamiento y lo que ha venido después: un total desprecio a la cultura. Hay que ponerla en la lista de prioridades.
Cines y teatros cerrados…
No logro entenderlo. No se puede comparar un espacio cerrado con gente que no habla, que va con mascarilla, que mantiene las distancias de seguridad con un espacio cerrado donde la gente come, donde la música está puesta a tope y hay que hablar a gritos. Para mí está siendo muy contradictorio todo lo que se ha vivido después del primer confinamiento.
La crisis sanitaria ha catapultado una nueva manera de consumir cultura; y plataformas como Netflix, HBO o Filmin han ganado muchísimo protagonismo. ¿Cree que se está produciendo un cambio irreversible en los patrones de consumo cultural?
Estamos aún desconcertados, con todo esto que está pasando, sobre todo las salas de cine o los teatros, que son de los que más están sufriendo. Personalmente, creo que tenemos que intentar hacer que la gente vea que no hay una cosa que sustituya a la otra. No hay nada que pueda sustituir ir al cine con otra gente a ver una película, salir y comentarla. La experiencia en sala es una experiencia única y no se vive de la misma manera si ves la película en casa. Creo, además, que pueden convivir tranquilamente ambas experiencias. Vamos hacia un modelo híbrido, de convivencia entre diferentes consumos culturales. A mí, por ejemplo, me gustaría que las series entrasen en los cines, aunque no sé cómo, pero creo que vamos hacia eso.
La pandemia paró en seco el rodaje de Alcarràs, su próximo largometraje.
Sí, estábamos en pleno proceso de preproducción, en un momento clave; y el rodaje se tenía que hacer durante los meses de verano. Por suerte, aún no nos habíamos gastado el dinero, pero lo acogimos con desánimo, ya que entonces estábamos en pleno proceso de energía creativa a tope. Cuando empezó la desescalada, no había protocolos y decidimos pararlo todo, porque no teníamos claro qué íbamos a poder hacer y qué no. Además, Alcarràs es una película coral en la que aparece mucha gente. En fin, hicimos lo que creímos que iba a ser mejor para la película: pararla.
Alcarràs es un pueblo de Lleida. ¿Por qué allí y por qué da nombre a la película?
Una parte de mi familia es de allí, pero la historia es inventada. Es una zona que conozco a través de mis tíos y mis padres y he pasado muchos veranos y navidades allí. Me apetecía filmar en ese entorno, pero en este caso no hay nada autobiográfico.
¿Un avance de la trama?
Alcarràs trata de una familia en la que tres generaciones han estado cultivando una tierra que no era suya. Llega un momento en el que el propietario decide hacer otro uso y la película se centra en la última cosecha. Se tratan temas como hacer agricultura en familia, los sistemas de cultivo en peligro, el precio de la fruta o el papel de las multinacionales.
Ha trabajado mucho el cortometraje, pero el éxito le llegó con un largometraje. ¿Cómo usa ambos formatos y cómo decide?
Cada proyecto es distinto y requiere de una duración u otra. Las películas me requieren tres o cuatro años de dedicación, por eso lo alterno con cortometrajes, como Correspondencia. Me resulta necesario combinarlo; y los proyectos pequeños me permiten conectar con la esencia de hacer cine. Soy una persona que tarda bastante en hacer un largometraje, porque necesito conectarme de manera emocional con el proyecto. Mis castings, por ejemplo, son larguísimos. Con el de Alcarràs estuvimos un año.
En Estiu 1993, así como en el corto Después también o en Born Positive abordaba el tema del VIH. Se ha avanzado mucho en la ciencia respecto a este virus, pero el estigma sigue ahí. Ahora estamos rodeados de otro virus, la covid-19.
Es muy fuerte lo que ha pasado con VIH/Sida. En lo social hemos avanzado muy poco. La covid-19 también provoca culpabilidad, miedo a poder contagiarlo, pero el estigma no es fuerte porque el contagio es muy fácil y no se puede controlar. A mí me resulta estúpido y absurdo que se continúe pensando como se piensa respecto al VIH u otras enfermedades de transmisión sexual. Las campañas de los noventa sobre el VIH se hicieron desde el miedo y eran muy heavies, algunas de la covid-19 también se han hecho así. Considero que se tendrían que hacer desde la apelación a la responsabilidad, no al miedo.
En Correspondencia, su último corto, aparece un material muy íntimo, como un vídeo de su madre fallecida. ¿Cómo se trabaja con material tan personal y delicado? ¿No hay vértigo?
Ha sido una sorpresa porque no esperábamos que se viera tanto. Fue un encargo dentro de un proyecto sobre correspondencias fílmicas entre mujeres. Dominga Sotomayor y yo decidimos que íbamos a hablar de las mujeres de nuestra familia, y ese es el punto de partida. Cuando terminamos el proyecto, un programador lo vio y consideró que se podía enviar a festivales. No me da pudor que sea tan personal, porque creo que en lo íntimo hay algo universal que nos apela a todos. Filmar es un acto de amor al sitio y a la gente que filmas, y en esta ocasión, aún más. No lo pienso demasiado en el momento de hacerlo, pero pienso que, si es honesto, está bien.
Precisamente en este último proyecto destapa sus dudas sobre si puede existir una verdadera conciliación entre el cine y la maternidad.
Precisamente en este último proyecto destapas tus dudas sobre si puede existir una verdadera conciliación entre el cine y la maternidad.
¿El hecho de que Estiu 1993 fuese un bombazo no le creó el miedo a fracasar en proyectos posteriores? ¿Miedo a defraudar?
Aún convivo con ese miedo. Al principio, por la repercusión de la película, tuve que viajar mucho y no encontraba tiempo para escribir, hasta que me dieron una residencia artística en París y pude concentrarme durante cuatro meses y medio. A la que empecé a trabajar, se me olvidó la presión. Lo que más me costaba de estar tan expuesta era conectar conmigo misma. Con el confinamiento he aprendido a encontrar estos pequeños espacios. El miedo siempre está ahí, por supuesto, es algo racional; y he aceptado la posibilidad de que pueda pasar lo que comentas, pero al final lo importante es que pueda ir creciendo con cada proyecto. Con Alcarràs estoy aprendiendo muchísimo, por ejemplo.
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