Entrevista a Juan Torres"Las grandes empresas y la banca hacen un gran negocio con la inflación"
Jorge Otero Maldonado
Madrid-Actualizado a
Juan Torres López, catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla y colaborador habitual de Público, donde mantiene el blog La Tramoya, publica un nuevo libro, Más difícil todavía (Editorial Deusto). Torres sostiene en su nueva obra que la actual crisis no es sólo una crisis de inflación, sino que hay que ir "más allá". En su opinión, la actual espiral inflacionista no es más que la expresión de otros problemas y fracturas estructurales que colocan al sistema económico capitalista al borde del colapso.
Usted asegura que el sistema económico está al
borde del abismo y alerta del riesgo de colapso. ¿Tan
grave es la situación?
En los últimos 30 o 40 años, el número de crisis financieras se ha multiplicado. A fuerza de no resolverse bien cada una de las crisis que se van produciendo, se acumulan las fracturas estructurales del sistema económico. La tesis principal que yo defiendo en el libro es que esa acumulación de riesgos sistémicos o estructurales empieza a ser muy problemática porque la economía internacional es un sistema complejo y sabemos que los sistemas complejos corren el riesgo de colapsar precisamente cuando se producen este tipo de procesos de acumulación de factores de ruptura o de riesgo. Es difícil aventurar lo que puede ocurrir, pero lo que sí se puede decir es que en estos momentos la economía mundial tiene demasiadas fracturas abiertas y demasiadas tensiones sistémicas que pueden provocar riesgos de enorme magnitud.
Parece que estamos ante una nueva crisis de inflación,
pero usted sostiene en su libro que para entender lo que
está pasando "hay que ir más allá de la inflación".
La subida de precios no es fruto de un solo factor, sino de la acumulación de esos fallos estructurales de la economía internacional. Por eso resulta tan difícil controlar la inflación. Los bancos centrales se equivocan al combatirla sólo con la subida de los tipos de interés. A diferencia de lo que ha ocurrido en otras ocasiones, la inflación que hoy en día sufrimos es el resultado de la combinación de una serie de causas de muy diferente naturaleza: tenemos bloqueos en la oferta, crisis en el sistema logístico, problemas que tienen que ver con el mal diseño de la globalización, con el cambio climático, con las finanzas, con la desigualdad, con la especulación y también con problemas de demanda derivados de los planes de gasto de los gobiernos. Son una serie de circunstancias tan diferentes, tan complicadas cada una, que tratar de hacer frente a la subida de precios con una sola medida es un error gravísimo. La subida de precios no se va a resolver subiendo los tipos de interés. Si acaso, esa medida puede provocar que baje la gripe del enfermo, pero va a terminar matándolo. No tiene sentido ninguno.
Sin embargo, subir los tipos de interés parece ser la receta que defiende casi todo el mundo
Si los precios están subiendo porque hay un bloqueo de oferta, porque hay una guerra en Ucrania que afecta a multitud de materias primas, porque hay costes energéticos asociados a la existencia de mercados oligopolistas o porque hay empresas con gran poder de mercado, subir los tipos de interés es una medida torpe y muy peligrosa.
¿A quién benefician estas subidas de los tipos de interés?
A las grandes empresas y a la banca, sin duda. La política de subida de tipos de interés que hacen los bancos centrales responde a un error ideológico gravísimo en esta coyuntura, pero también a una práctica ya consolidada de favorecer a las entidades financieras privadas y a las grandes empresas, que son realmente las que están haciendo un gran negocio con la inflación.
¿Cómo se benefician la banca y las grandes empresas de la inflación?
En realidad, el negocio de la banca y las grandes empresas con la inflación es doble. Por una parte, suben los márgenes porque tienen el poder de mercado y, en segundo lugar, se aprovechan de los tipos de interés más altos. Como he dicho antes, es un error, yo no sé si intencionado o no, por parte de los bancos centrales.
¿Tienen las grandes empresas poder suficiente para manipular los precios?
En Primero de Económicas se estudia –y se sabe– que las empresas que pueden subir precios sin perder ingresos y sin perder mucha clientela, al final suben los precios. Es una verdad de cajón. Eso es particularmente cierto en los procesos inflacionarios. La coartada es perfecta: como están subiendo los precios de las materias primas y están subiendo los costes, las empresas dicen "no tengo más remedio que subir los precios". Pero eso sólo lo pueden hacer las empresas que tienen poder de mercado. Las que no lo tienen, pierden clientes. Por eso hay empresas que están subiendo precios y márgenes injustificadamente, aprovechándose de la subida general de los precios.
¿Y qué pueden hacer los consumidores ante esas subidas injustificadas?
Las empresas que tienen poder de mercado se enfrentan a lo que los economistas llamamos una demanda muy inelástica, es decir a una demanda que apenas reacciona ante la subida de los precios. Eso es un hecho incontestable. Si sube el precio de la hipoteca, no tienes más remedio que seguir pagándola; si sube el precio de la luz, también tienes que pagarla. Es lo que pasa con los alimentos: aunque suban sus precios, es muy difícil que baje la demanda. Eso lo saben las empresas que apuestan por la estrategia de aumentar márgenes, porque saben que no van a perder suficiente clientela como para que eso no les compense.
¿Imponer una limitación de precios en algunos sectores podría ser una buena solución?
"La política de subida de tipos de interés que hacen los bancos centrales responde a un error ideológico gravísimo"
Las medidas extraordinarias como controlar el precio de los alquileres, de productos básicos como la electricidad y establecer impuestos extraordinarios sobre las cuantiosas ganancias de las empresas ya se han aplicado en otros países por gobiernos incluso conservadores. Se está haciendo mucha demagogia y se está mintiendo deliberadamente cuando se dice que ese tipo de medidas son izquierdistas. No lo son. Son medidas extraordinarias ante circunstancias extraordinarias y hay que tomarlas con inteligencia y con mucha prudencia porque tocan elementos muy sensibles de las relaciones económicas y a veces pueden provocar efectos contrarios a los deseados. Pero eso no implica que no se tengan que tomar. Ya le digo que gobiernos conservadores las han adoptado en otros países y han tenido efectos positivos.
¿Qué le parece el impuesto extraordinario a las grandes empresas y a la banca que ha implantado el Gobierno?
Me parece que es un imperativo ético. Es un ejercicio fundamental de solidaridad. No hace falta que los que ya ganan muchísimo dinero sigan ganando más para que la economía vaya bien y, además, a costa del trabajo y el sufrimiento de los demás. El rechazo de algunas empresas eléctricas y de la banca a que haya un mínimo impuesto a sus beneficios extraordinarios me parece un insulto al empresariado y a las familias españolas.
En España esas medidas extraordinarias han encontrado fuertes resistencias, especialmente entre la derecha.
El problema en España no es que esas medidas se rechacen por extremistas. Aquí se rechazan porque está muy extendida la defensa de los privilegios económicos y financieros que no se quieren limitar ni en lo más mínimo, incluso cuando la economía está sometida a una situación de carácter extraordinario.
¿Las grandes empresas y los bancos cuentan con la complicidad del poder político?
"El impuesto extraordinario a la banca y las eléctrica es un imperativo ético"
Las grandes empresas y la banca no son tontas. Ellas no se van a mojar. Dejan que periodistas, políticos y académicos hablen por ellos y defiendan sus ideas. Frente a eso, lo suyo sería que la ciudadanía aprendiera a distinguir qué hay detrás de las propuestas económicas que realizan esos periodistas, académicos y políticos. Los bancos no van a salir diciendo que hay que privatizar las pensiones porque quieren aumenta su negocio, por ejemplo. Pagan a otros para que hagan creer a la población que defienden medidas en beneficio de todos cuando en realidad benefician a muy pocos.
¿Qué cree usted que va a pasar con la inflación a corto y medio plazo?
Yo creo que la inflación no se va a disparar como ha ocurrido otros episodios anteriores, por ejemplo en la década de los años 70. Primero, el aumento de los tipos de interés está frenando la economía; segundo, no se aprecia una reacción salarial ante la subida de precios; y tercero, porque algunos problemas de oferta se están aliviando. Además, algunos gobiernos están tomando medidas inteligentes y adecuadas, como es el caso de España. Sin embargo, como los bancos centrales están actuando tan mal, tampoco descarto que la inflación se se mantenga por lo menos durante un tiempo. En cualquier caso, lo que yo quiero destacar es que la subida de precios que sufrimos en este momento no es el problema principal ni el más importante: no es más que el reflejo de otros problemas estructurales más importantes que amenazan a la economía internacional y a los cuales no se les está haciendo frente. La inflación es el dedo que apunta a la Luna y el error es que nos fijamos en el dedo.
Dice usted que la economía internacional se ha convertido
en el camarote de los hermanos Marx: por un lado, tenemos
a los bancos centrales subiendo los tipos de interés para
frenar la demanda y por el otro a los gobiernos
aumentan el gasto público para dinamizarla. ¿No sería mejor para todos que remaran en la misma dirección?
Una de las mayores barbaridades que se está produciendo hoy en día en la política económica es la desconexión entre política monetaria y política fiscal, porque ambas son, como decía, James, Tobin, las dos hojas de una tijera. Lo lógico sería que la política monetaria y la política fiscal fueran de la mano y se coordinarán para conseguir los mismos objetivos. Los bancos centrales tratan de restringir la demanda y los gobiernos aumentan el gasto para estimularla. No hay persona sensata que pueda pensar que eso es lo correcto. El problema de fondo radica en que se ha concedido a los bancos centrales autonomía para determinar lo que debe hacer la política económica en su conjunto. Los bancos centrales tienen que mantener la estabilidad de los precios y evitar la inestabilidad financiera, pero han fracasado en eso y, además, se empeñan en decirle a los demás lo que tienen que hacer cuando no es de su competencia. Por eso, entre otra razones, falla la política económica y tenemos crisis tan recurrentes en los últimos años.
En el libro usted hace referencia a la crisis de 1973, que también tuvo un fuerte componente inflacionario y que sirvió para cambiar algunas cosas aunque luego triunfara la revolución conservadora de Reagan y Thatcher ¿Esta nueva crisis puede ser una oportunidad para iniciar una nueva fase del capitalismo?
Yo he comparado la crisis del petróleo de 1973 con la situación actual porque hay ciertas similitudes, pero también hay diferencias. En ambos casos, la inflación no era el principal problema, sino la expresión de otros problemas estructurales. En los años 70 del siglo XX el capitalismo se moría de hambre y entonces surgió el neoliberalismo para cambiar todo con el objetivo de que el capitalismo volviera a alimentarse. No le quedaba otro remedio. Ahora el capitalismo ya no se muere de hambre, sino que está enfermo de empacho. Los capitalistas, que están viviendo su época dorada con unas ganancias inimaginables, no se dan cuenta de que de seguir así se corre el riesgo de que se produzca un deterioro estructural del sistema capitalista. En el año 2019, algunos capitalistas, algunas tan conocidas como Ana Patricia Botín, presidenta del Banco Santander, se dieron cuenta de esto y empezaron a hablar de virar hacia un capitalismo inclusivo, de reinicializar la economía internacional, pero entonces llegó la pandemia y la inyección masiva de dinero público en la economía y eso se les hizo olvidarse de todo eso. Se subieron de nuevo a lomos de un caballo desbocado de enorme rentabilidad. Pero les va a tirar al suelo: es imposible que la economía se mantenga durante mucho tiempo de forma insostenible.
¿Cree que un capitalismo inclusivo es realmente posible?
"En los años 70, el capitalismo se moría de hambre. Hoy está enfermo de empacho"
Quienes defendían el capitalismo inclusivo se han olvidado de él. La experiencia histórica nos dice que el capitalismo se ha hecho más inclusivo cuando ha tenido enfrente clases trabajadoras empoderadas, sindicatos fuertes y gobiernos comprometidos con el progreso social. Hoy ese contrapeso no existe. El objetivo de un capitalismo más inclusivo se ha evaporado cuando los grandes capitalistas han visto que podían seguir ganando dinero sin necesidad de ser eso, inclusivos. Y si no hay nadie enfrente que amenace con ganarles el pulso, lo que seguirá ocurriendo es lo que vemos todos los días: beneficios extraordinarios de las grandes empresas y un fortalecimiento de sus ganancias pero a costa de más crisis.
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