Este artículo se publicó hace 4 años.
Cumbre de la UELa deuda italiana separa el éxito del fracaso del plan de emergencia europeo
El mercado parece europeísta, y se muestra partidario de mutualizar el coste de la crisis del colronavirus. Es decir, se alinea con la tesis de España, Francia e Italia, frente a la cerrazón de Holanda en otra transcendental cumbre de la UE.
Madrid-
Los acontecimientos se suceden de nuevo. Como en la crisis de la deuda europea que emergió tras el credit-crunch de 2008. No sólo con los mismos parámetros, sino con una evolución casi similar y un desarrollo temporal prácticamente mimético. Por lo menos, en su origen.
Entonces, los socios del euro más perjudicados por las primeras réplicas del histórico tsunami financiero internacional (Portugal, Irlanda y Grecia) reclamaron acciones paneuropeas para frenar el daño colateral de la caída de los mercados y la proliferación de quiebras y suspensiones de pagos de bancos y corporaciones.
Luego, ante la instauración de la austeridad como pauta a seguir desde Berlín, las primas de riesgo se dispararon, primero en España, y con posterioridad, en Italia, por el diferencial con los bunds alemanes. Todos ellos, con la excepción de la economía trasalpina, fueron rescatados. En mayor o menor medida.
En la crisis del coronavirus, Europa vuelve a sacar el mismo debate sobre la mesa de su Consejo Europeo. Después de que la Eurocámara volviera a revelar el estado crucial de estas negociaciones, la mutualización de los auténticos riesgos; es decir, la creación de los eurobonos. Con una nítida línea divisoria. Y, por lo visto en su votación final, cada vez con menos nacional y más ideológica.
Los defensores de la austeridad enarbolan ahora la bandera del sálvese quien pueda, para evitar la solidaridad en Europa
Las bancadas neoliberales (conservadores, principalmente, del Partido Popular Europeo) prefirieron apostar por bonos de reconstrucción (mientras en España, su líder, Pablo Casado, se afana en sortear los pactos del mismo nombre, a los que ya se ha encargado de sustituir su apellido original, los de La Moncloa 2.0) en vez de respaldar, en una ocasión histórica, la socialización o comunitarización de la deuda de la zona monetaria en torno a los eurobonos. Como si España no hubiera vivido el triste episodio de pedir un rescate que el Gobierno dirigido por Mariano Rajoy intentó vestir de crédito con condiciones ventajosas y del que juró que era a coste cero del contribuyente hispano porque las entidades financieras devolverían la totalidad de los casi 65.000 millones de euros de la factura del proceso de recapitalización del sistema bancario.
Como hace un decenio, las primas de riesgo saltaron de nuevo. La española, llegó a registrar un diferencial de 161 puntos básicos respecto al bund alemán; la italiana, los 268. De nuevo, los inversores volvían a refugiarse en la estabilidad del bono germano, el de referencia en Europa.
No es un fenómeno aislado del Viejo Continente. Las primas se disparan también en las naciones latinoamericanas cada vez que desembarca una embestida del mercado; en esos casos, frente al bono del Tesoro americano, que marca la referencia inversora en el Nuevo Continente.
El gap de valor en el mercado de los bonos fue, sin duda, el carburante que aceleró la crisis de deuda europea. Sin embargo, pese a la cercanía de estos acontecimientos, los mismos partidarios de la austeridad en 2012 enarbolan ahora la bandera del mercantilismo extremo, del sálvese quien pueda, nacionalmente hablando, para evitar cualquier vestigio de solidaridad en Europa.
A pesar, también, de que uno de ellos, la presidenta de la Comisión Europea, en un alarde de la función propia de su cargo, reconociera que la UE debe una “disculpa sincera” a Italia, firme partidaria, junto con España, de los coronabonos; un término que viene a contextualizar la crisis actual, la de la pandemia del Covid-19, sin olvidarse de su concepción original. Las palabras de Ursula von der Leyen, representante de la CDU alemana, el partido de Angela Merkel, abría una ventana de esperanza a que la canciller se inclinara por las tesis europeístas de Madrid y Roma en el crucial -otro más- Consejo Europeo que se celebra este jueves.
La salida presupuestaria hispano-alemana
La creación de un fondo europeo anticrisis es el leitmotiv de la cita de los líderes europeos. La cuarta que convoca Charles Michel, el ex primer ministro belga y ahora presidente del Consejo Europeo cuyo ideario entronca con el liberalismo reformista.
Saldría de un presupuesto europeo sumamente expansivo, el previsto para el septenio 2021-2027, el mismo que la alianza entre los conservadores y liberales sometieron a un tijeretazo notable el pasado mes de diciembre, en la primera reunión del tándem Von der Leyen-Michel, cuando aún no se presagiaba la pandemia del Covid-19. En especial, sobre la PAC, la política agraria común, y los fondos estructurales y de cohesión, que motivó el reagrupamiento de países amigos de estos recursos, ideados para lograr la convergencia económica entre los socios de la Unión, con España y Portugal a la cabeza de la iniciativa.
Al inicio de la sesión de este jueves, Berlín y Madrid dicen haber forjado un punto de inflexión que parece dejar la confrontación dialéctica a Holanda (origen de la disculpa pedida por Von der Leyen) e Italia. Alrededor de una piedra angular: una dotación de 1,5 billones de euros. Surgido de incrementar el techo de gasto hasta el 2% de la Renta Nacional Bruta. Una cota inimaginable en diciembre, durante el recorte de las instituciones europeas. Pero que responde al lema del BCE de Christine Lagarde y del FMI para que los países acometan medidas excepcionales con las que abordar crisis excepcionales como la actual.
Sea cual sea la decisión del Consejo (parece que más proclive a aplicar cierta solidaridad a través de recursos de emergencia más generosos, pero manteniendo la distancia sobre los eurobonos), la clave deliberativa reside en la deuda.
No tanto la española, que alcanzó en 2019 el 97% del PIB tras un bienio de corrección lenta y de escasa cuantía, y que, según el Banco de España, será del 122% del PIB al término de este ejercicio; bastante más pesimista que la predicción del Fondo Monetario, del 113,4% del PIB.
Sino, más bien, la italiana. “Es la auténtica amenaza sobre la zona del euro”, advierten desde Standard & Poor’s. La agencia de calificación señala a Italia como la Grecia actual. “Está reclamando ayuda a los más disciplinados socios del norte de la UE”. Porque, como entonces la economía helena, la trasalpina “no puede afrontar los vencimientos de su elevado endeudamiento”.
Hasta aquí el cuadro de mando. Porque sus expertos no descartan que, en esta ocasión, el BCE, que ha vuelto a ejercer de dique de contención ante la ausencia de una respuesta contundente desde los gobiernos europeos, “podría no tener munición suficiente y necesitar alguna forma de mutulización de deudas”. Es la voz de auxilio de Roma, pero también la de la conciencia, lanzada por el presidente español, Pedro Sánchez, respaldada esta vez por la Francia de Emmanuel Macron, que alerta de que la zona monetaria “podría desmoronarse si no logra una solución airosa y eficiente”.
S&P recuerda que Italia, con una deuda del 133,2% del PIB antes de la crisis del covid-19, tiene la ratio más alta del G-20, con la excepción de Japón. “Al bloque del euro le costó enormemente tejer un salvavidas para los 300.000 millones de deuda de Grecia desde 2010, por lo que ahora tendrían que hacer un esfuerzo mayúsculo para abordar una montaña colosal, la italiana, que supera los 2,38 billones de euros”, escribe Peter Brennan, su estratega para Europa.
Su previsión habla de una recesión del 3% con las seis semanas de confinamiento que alcanzaría el 10% si la cuarentena se amplía hasta los cuatro meses, con una explosión de la deuda que podría llegar a suponer el 160% del PIB. Cualquier otro socio del euro tiene margen de gestión de sus servicios de pagos, pero Italia ostenta una losa insalvable. Sin ayuda comunitarizada, le será casi imposible salir del agujero.
El programa de estímulo italiano, de 50.000 millones de euros, resulta exiguo, dicen en S&P. Es sólo el 2,8% de su PIB. Y el BCE, aseguran en la firma de rating, ya ha mostrado su preocupación por el spread de los bonos; es decir, por el repunte de las primas de riesgo que, en opinión de Lagarde, no logrará contener siempre el plan de estímulo monetario, que incluye compra de activos públicos y privados, de 750.000 millones de euros. Aunque lograra frenar su evolución a mediados de marzo, cuando Fráncfort anunció que retomaba su estrategia Quantitative Easing (QE), o compra de bonos.
Los inversores piden euro o coronabonos
El mercado lanza un ultimátum a los jefes de Estado y de Gobierno. No hay margen para el error. Jan von Gerich, analista jefe del banco finlandés Nordea, asegura que “si la eurozona no acuerda acciones determinadas para compartir de forma colectiva el endeudamiento, la pandemia del coronavirus traerá otra crisis de la deuda”.
Italia reclama ayuda como hizo en 2010 Grecia, pero, en esta ocasión, el BCE “podría necesitar alguna forma de mutulización de deudas”
Gerich se basa en el comportamiento de los Credit Default Swaps (CDS), los instrumentos de intercambio financiero por incumplimiento crediticio, que se dispararon en 2010, aunque también con la oleada nacionalpopulista en Europa en 2018, y que ahora han vuelto a tomar altos vuelos. Por el coste que los inversores aprecian en la salida europea de la recesión. Sin recursos gubernamentales suficientes. Escenario que “puede virar si la UE decide una acción colectiva”, alerta Brennan.
Si no se alcanza el lanzamiento del eurobono, al menos, debería fraguarse un coronabono, una mutualización de la deuda surgida y achacable a la crisis del coronavirus, explica. Como hicieron nueve socios del Eurogrupo, entre ellos España, Italia y Francia, al escribir a Michel, el pasado 25 de marzo, y expresar en su misiva conjunta que los coronabonos, la menor de sus ambiciones, “elevaría los fondos del mercado y añadiría más beneficios colectivos a toda el área monetaria”.
Alemania, Austria y, sobre todo Holanda, dieron carpetazo una iniciativa que, para Brennan, trajo aparejada una buena alternativa, el triple brazo protector (financiera, desde el BEI, empresarial, desde el fondo de rescate o MEDE, y de cobertura laboral, a cuenta del presupuesto comunitario) pero que necesita la puntilla del coronabono. En sintonía con la visión de otros interlocutores del mercado.
“No es un riesgo aislado para Italia, sino para el conjunto de la zona del euro”, recalca Jack Allen-Reynolds, economista de Capital Economics. Los socios monetarios “necesitan una herramienta colectiva para combatir desde el lado fiscal y el financiero la epidemia económica del coronavirus”. De no lograrse, “el tercer PIB del euro “trasladará sus problemas estructurales al resto de sus socios monetarios lo que, unido al proceso de envejecimiento poblacional, engendraría una década de crecimiento cero”, avanza Allen-Reynolds.
En Oxford Economics se augura que la economía italiana quedaría condenada a un repunte medio del PIB del 0,2% anual en los próximos treinta años. Von Gerich, analista de un banco de un país contrario a la mutualización, es tajante: “Sin coronabonos, el coste de la crisis para Italia será demasiada prolongada, el BCE no tendrá, probablemente, munición extra para abordar una reducción de los riesgos que permita la supervivencia a largo plazo de la unión monetaria”.
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