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Arabia Saudí sale de compras por el mundo con un cheque de dos billones de dólares​

El fondo soberano saudí, conocido como PiF y vinculado a la petrolera Aramco, es el maná monetario con el que el régimen de Riad busca ganar músculo en los mercados internacionales mientras forja una falsa imagen verde y cosmopolita.

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Un empleado camina cerca de un tanque en la refinería y terminal petrolera Ras Tanura de Saudi Aramco, en una imagen de archivo. Ahmed Jadallah / REUTERS

La voracidad inversora saudí empezó a fraguarse en 2015, cuando Mohamed bin Salmán (MbS), el príncipe heredero de la dinastía Saúd, emprendió su meteórico ascenso al poder fáctico de la mayor potencia petrolífera del planeta, Aramco. Sin embargo, no ha seguido una trayectoria alcista constante como cabría presuponer tras la reciente adquisición del 9,9% de las acciones de Telefónica por parte de la saudí STC Group, que se ha convertido en su primer accionista.

La operación, pendiente de la autorización del Gobierno, deja una estela con la que se puede apreciar el apetito expansionista del régimen saudí en los mercados de capital, así como el sello personal de MbS. Las negociaciones se activaron en febrero y pasaron de puntillas por las salas de máquinas de bancos de inversión y analistas bursátiles. Asimismo, la operadora saudí ha diseñado una doble compra que podría evitar el poder veto gubernamental en sectores estratégicos.

El Ejecutivo en funciones guarda un sospechoso silencio, pese a que su alma más izquierdista, la de Sumar, ha proclamado ya su firme oposición. No sólo por la entrada de activos extranjeros en uno de los buques insignia del entramado empresarial español, sino también por la alargada sombra de sospechas que acechan a la figura del heredero saudí, su peligrosa geopolítica regional hacia Yemen, Qatar e, incluso, Turquía; sus juegos a dos bandas con históricos enemigos como Israel e Irán, a instancia de China; y su escudo monetario y energético a las finanzas rusas desde la OPEP+.

De Aramco, la poderosa multinacional del oro negro, surge el músculo inversor saudí que lleva la inconfundible rúbrica de MbS dentro de su Visión 2030, el proceso pergeñado por el príncipe para modernizar la economía del país, diversificar sus ingresos más allá del crudo y, de paso, transformar la sociedad civil sin colisionar con los dogmas de fe wahabistas.

Quizás los dos botones de muestra más ilustrativos de esta política visionaria de MbS sea Neom, la ciudad futurista del noroeste del país que se jacta de funcionar con 100% energía renovable, y el complejo hotelero de lujo The Red Sea, paraíso de ocio para ricos que ha abierto sus puertas este año.

Pero la lluvia de capital del Fondo de Inversión Públicas (PiF, por sus siglas en inglés) y el lavado de imagen de la Visión 2030 no pueden hacer caer en el olvido las atrocidades que MbS ha cometido con total impunidad.

En el orden exterior, con la sangrienta y caótica guerra de Yemen que patrocina Riad, el bloqueo comercial a Qatar o la casi surrealista dimisión de Saad Hariri como primer ministro libanés durante una estancia en Arabia en 2017 invitado por el heredero saudí sin que, desde entonces, nadie sepa de su paradero.

A MbS le rodea casi un halo de veneración social en su país

Aunque los dos episodios más negros sean su implicación en el asesinato del periodista Jamal Khashoggi, columnista de The Washington Post y díscolo con el régimen y con el propio MbS, en el consulado saudí de Estambul, y, un año antes, en noviembre de 2017, en la masiva purga del Hotel Ritz-Carlton de Riad, donde fueron detenidos casi 400 grandes banqueros, miembros ilustres de la Casa Saúd y empresarios.

Pese a esta lista negra de affaires, a MbS le rodea casi un halo de veneración social en su país, con una ausencia total de contestación por las rígidas normas para controlar la covid-19 y la dura ralentización de la economía saudí.

El traslado del epicentro geopolítico desde el Golfo Pérsico a Ucrania, la bonanza de ingresos por la escalada del precio de la energía y el sostenimiento del boom petrolífero en los petro-Estados han dado oxígeno a Riad, la Visión 2030 y a MbS, quien con Aramco y el PiF ha amasado un billonario arsenal de capital.

La estrategia inversora saudí en el exterior

El fondo soberano saudí es el mega-aval con el que Riad ha puesto en marcha su ambicioso plan inversor en activos de potencias industrializadas, mercados emergentes y países en desarrollo, en los que ya buscan recursos minerales como China y EEUU, que usa la sutileza para cerrar las negociaciones de fusión o adquisición y eludir las interferencias de gobiernos y mercados.

La guerra y las sanciones han engordado la cuenta de resultados de Aramco

No ha sido fácil para MbS. En 2015, los flujos de Inversiones Extranjeras Directas (IED) saudíes al exterior superaron los 8.100 millones de dólares. En 2017, apenas registraron 1.400 millones. Fue el trienio de la puesta en liza de la Visión 2030, las purgas a empresarios y el despilfarro en Yemen que dieron lugar a huidas de capital foráneo del suelo saudí. Pero en 2020 lograron recuperarse y volver a los 8.200 millones anuales. MbS ha logrado revertir la situación inversora.

Desde entonces, la guerra y las sanciones han engordado la cuenta de resultados de Aramco. En mayo, la firma Statista la situaba en tercer lugar en su ranking de valor en bolsa, con una capitalización algo superior a los dos billones de dólares (solo por detrás de los 2,7 de Apple y de los 2,3 de Microsoft).

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El príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohamed bin Salmán, en una imagen de archivo. REUTERS

Gracias a ello, MbS ha catapultado el patrimonio del PiF hasta los 650.000 millones, y espera rebasar el billón en 2025, para luego duplicar esta cifra en 2030. De ese modo, daría un sorpasso al fondo soberano noruego, también articulado a partir de los activos fósiles de la gran potencia petrolífera de Europa.

Estos 2 billones de dólares suponen un ingente crédito, similar al tamaño del PIB de Italia, listo para salir de compras de empresas en un momento en el que las bolsas occidentales se han sometido a correcciones más o menos puntuales e intensas.

En este contexto se ha labrado la rocambolesca alianza de Arabia Saudí y sus emiratos hermanos del Golfo Pérsico, primero con Israel y luego con Irán, sin que estos virajes de su diplomacia se hayan visto perjudicados por el súbito y peligroso recorte de casi cuatro millones de barriles diarios desde la OPEP+.

Un océano de recursos emanados del petróleo

En el bienio en curso, el superávit por cuenta corriente de los petro-Estados del Golfo supera los 750.000 millones de dólares. Una investigación de The Economist apunta a que la opacidad de las transacciones de sus autoridades monetarias en una época de bonanza petrolífera sugiere que estos cheques han sufragado alianzas globales y subsidiado compras empresariales. Incluso en Rusia, pese a las sanciones, o en Noruega, que mantienen enormes ingresos fiscales por sus ventas de hidrocarburos.

Antes de la covid-19, el PiF saudí se hizo con el 8,1% de Search People (828 millones); el 6,9% de Boeing (714 millones); y alrededor del 5% de Citigroup (522 millones), Facebook (522 millones), la cadena hotelera Marriott (514 millones) y Walt Disney (496 millones), entre otras firmas. Además, según Fortune, entre 2021 y la actualidad el fondo saudí ha elevado su participación en Cisco Systems, Bank of America, Shell, Suncor Energy y otra treintena de empresas.

Asimismo, ha incorporado a su lista de la compra la unión de los circuitos de golf profesional LIV y PGA (un holding valorado en 35.500 millones de dólares), la automovilística eléctrica californiana Lucid (de la que se ha hecho con otro 25% y controla el 60% de su capital) y la multinacional de videojuegos Activision Blizzard (valorada en 3.300 millones de dólares y de la que ya ostenta el 9,1% de sus acciones). Uber, Electronics Arts, Take-Two Interactive Software o Live Nation también tienen el sello saudí entre sus accionistas de referencia.

Sus tentáculos en la Premier League inglesa son cada vez más fuertes

El fondo soberano saudí, a la vez, trata de blanquear sus incursiones inversoras con el deporte: 100 millones en el holding de la lucha libre americana, el World Wrestling Entertainment (WWE), donde posee el 10%, y recursos continuos en el boxeo, el tenis, las carreras de caballos o la F1, además de sus cada vez más fuertes tentáculos en la Premier League inglesa (donde ha adquirido el Newcastle por 391 millones de dólares).

"Son intentos de trasladar al mundo una imagen cool del país", alerta Noah Berman, del Council on Foreign Relations (CFR), que ha tenido su punto álgido este verano con fichajes masivos de rutilantes futbolistas de equipos europeos. Unas operaciones que han generado pingües beneficios para Riad porque estos flujos dinerarios, vinculados a la Visión 2030, han aumentado las inversiones extranjeras y el empleo, y espoleado el turismo y el PIB, a pesar de las críticas exteriores de especulación y sportwashing.

"Arabia Saudí quiere comprar el mundo" precisa la última newsletter de Política Exterior, al calor de "los fuertes ingresos del petróleo", la Visión 2030, y un PiF que dirige sus tentáculos a Europa y a Oriente Medio asiático, y que ataca activos estratégicos para extender su poder diplomático en el exterior y económico en su mercado doméstico. La de Telefónica "no es la primera gran inversión de STC en Europa, ya que en abril compró una cartera de torres de telecomunicaciones por valor de 1.220 millones de euros".

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