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MADRID.- En un fútbol como el español, invadido por la impaciencia, todavía existen personajes capaces de durar veinte años en un mismo club, de acudir puntual a esa cita en el banquillo del Atlético de Madrid como la de esta noche frente al Real Madrid (20.45 horas). Así es José María Villalón, el médico del Atlético desde 1995, el hombre al que Radomir Antic le ofreció entonces esa oportunidad, porque "me pareció una persona que transmitía sensación de familia". Veinte años después, Villalón continúa en el mismo lugar.
No hay nadie tan antiguo ni a la vez tan desconocido como el doctor Villalón en ese banquillo, donde comprende las quejas de los futbolistas. “Luis Aragonés decía que los jugadores siempre tienen algún dolor”. Un diagnóstico que no ha dejado de repetirse en estos veinte años en la vida del doctor, el verdadero Alex Ferguson del futbol español. El hombre que ha sobrevivido a todo en el Atlético, hasta a un descenso a Segunda División, y al que ahora sólo le falta ganar la Champions. “Realmente es así”, confesaba ayer a Público “en plena trinchera” con los delegados de la UEFA con los que se reunió toda la tarde para demostrar que el estadio cuenta con los requisitos médicos que exige el Comité Ejecutivo de la Champions, lo que dificultó la conversación con él.
“En realidad, es una personalidad única. Un hombre que aumenta los recursos del grupo, que sabe de Medicina y que es tan atlético como el que más”, explica Antic, el hombre que le dio la oportunidad en 1995 "desde la lógica de todo eso. Hoy, nos queda la amistad que se traspasa con algunos de sus -dice- hijos que, más que niños, ya son hombres". La diferencia es que en estos veinte años en los que Antic pasó por cientos de lugares, Villalón ha permanecido siempre en el Atlético en una profesión como la Medicina en la que tampoco es fácil. No tiene la exposición mediática del entrenador, pero tampoco se separa de la cuenta de resultados. “La alta competición conlleva presión”, acepta Villalón ante esas urgencias de recuperar cuanto antes a los jugadores que se lesionan. Sin embargo, él ha actuado siempre como un hombre discreto, alejado de las páginas de los periódicos en las que se reconoce como supernumerario del Opus Dei y en las que se adhiere a una frase que siempre está presente, incluida en noches como la de hoy. “No es bueno que Dios esté solo”, dice.
“A mí no me parece anormal”
Así es el doctor Villalón (Madrid, 1958), una personalidad distinta en medio de los dramatismos del fútbol. La diferencia es que sus gentes lo aprecian a él como a un hombre modélico sin necesidad de idealizarlo. “Lo es, lo es”, asevera Antic en la conversación con Público. “No encontrarás a nadie que te hable mal de él”. Una pregunta que, sin embargo, no le pertenece al doctor, que prefiere hablar del equipo, “en plural”, no adjudicarse una importancia que no le gusta, porque “el médico sólo está para ayudar a que el camino a la curación sea lo mejor posible”.
Pero la realidad es que una conversación con él daría para horas, incluso para días. Ha conocido entrenadores de todas las personalidades, desde Antic a Simeone pasando por Ranieri, Bianchi, Quique, Aguirre, Manzano, Ferrando o Luis Aragonés…, y el secreto está en que, veinte años después, los ha sobrevivido a todos. “A mí no me parece nada anormal”, desmiente Antic, que ahora trabaja en China. “Al contrario. Villalón encarna el prototipo de lo que debería ser normal. La gente que sabe debe durar en los clubes, como es su caso. Pero en España el que lo consigue está visto que es una excepción”.
Veinte años después, Villalón sigue ahí sin grandes diferencias respecto al hombre que llegó al Atlético procedente de los Servicios Médicos de la Federación Española de Atletismo con la que vivió los Juegos Olímpicos de Seul '88 y Barcelona '92. No se glorifica, sin embargo, por el paso de los años en los que no se recuerda que nadie le cuestionase. “Siempre los seres humanos tenemos nuestras propias limitaciones y defectos”, acepta con la vocación innata del médico que es.
Y si se trata de perseverar en su personalidad tampoco es amigo de centrarse en exceso en sí mismo. “Al final de cada día me siento o trato de sentirme feliz por lo que hago”, acepta el hombre que reza en el fútbol, porque “en nuestra actividad del fútbol algunos tratamos de santificar ese trabajo”. Quizá por eso veinte años después sigue en el mismo sitio, sin pedirle publicidad a nadie en un banquillo como el del Atlético que nadie conoce como él, ya sólo por la antigüedad.
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