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Turismo, hermandad y llovizna a la espera de la final

Bucarest vive una jornada de auténtica fiesta rojiblanca entre las hinchadas, que han colapsado su casco histórico antes de acudir al estadio

MARCEL GASCÓN (EFE)

A apenas unas horas de la esperada final, los aficionados del Atlético han equilibrado la superioridad de los bilbaínos que habían llegado antes a Bucarest. Ambas aficiones se congregan en el casco histórico de la capital rumana tiñiéndole de rojiblanco, animándolo con cánticos y esperando a acudir al estadio Nacional. 

Colchoneros y leones se han concentrado en las zonas especiales habilitadas para las dos aficiones, donde corre la cerveza y humean las barbacoas con las tradicionales albóndigas rumanas de carne especiada de cerdo, los populares 'mici'.

Pero el epicentro de la fiesta sigue siendo el centro histórico, claramente dominado por los vascos y convertido en una réplica eufórica del casco viejo de Bilbao.

Ondean ikurriñas, atronan los 'irrintzis' y se bebe de pie y en la calle. Les acompaña también un tiempo muy bilbaíno, de cielo encapotado y episódico 'sirimiri', o 'calabobos', según la expresión vasca para la llovizna. Los rumanos miran, aplauden, sonríen y hacen fotos.

En las inmediaciones del casco viejo busca su sitio la masa de atléticos recién llegados. Un grupo importante se ha establecido en los cafés egipcios del señorial pasaje de Villacroisse, donde se entona el himno del Atlético y las canciones habituales del Calderón.

También en el centro histórico se ha producido el primer incidente de tensión entre las dos aficiones. Un grupo de unos 40 seguidores atléticos de estética radical ha increpado a los aficionados vascos con consignas políticas de extrema derecha. Los gendarmes desplegados en el centro los han separado de los bilbaínos, y les han identificado en una calle lateral de la zona.

La luna de miel entre los españoles y Bucarest continúa. Los aficionados de los dos equipos alaban la ciudad y la amabilidad de los rumanos, y muchos se muestran impresionados por la belleza de las mujeres locales. La hospitalidad de los bucarestinos comenzó con indicadores en español sobre los puntos turísticos de la ciudad y las ofertas en esa lengua en bares y restaurantes.

Hoy, algunos diarios de Bucarest reparten ediciones especiales sobre la final en español y decenas de voluntarios rumanos que conocen el idioma ayudan a los visitantes a desenvolverse en la ciudad. El desplazamiento al estadio se hará en autobuses especiales fletados por el ayuntamiento, en los que también llegan del aeropuerto al centro los aficionados que han arribado hoy.

Los seguidores españoles que no tienen entrada ni la consigan en la reventa verán el partido en pantallas gigantes de las 'fan zones' de los dos equipos, o en unos bares del centro atestados de futboleros que ya no admiten más reservas.

Los revendedores de entradas anuncian sus últimas ofertas en Internet, y venderán los billetes que les queden en los alrededores del Nacional Arena, donde ya han peregrinado algunos curiosos españoles.

La débil lluvia con que tras varios días de sol amaneció la ciudad ha cesado, y las probabilidades de precipitaciones a la hora del partido son escasas, según informó a EFE la meteoróloga de guardia de la Administración Nacional de Meteorología rumana.

Se prevén durante la final una temperatura de 17 grados y escaso viento, unas condiciones óptimas para la práctica del fútbol.

Con el mismo interés que los aficionados, esperan el resultado de la final los controladores aéreos. No anhelan la victoria de ninguno de los dos equipos; sólo que no haya prórroga y los aviones de los 30.000 españoles que según la prensa hay en estos momentos en Bucarest puedan volar a la península según el horario previsto.

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