Se juntaron el hambre y las ganas de comer. Por un lado Nadal, aún resentido de sus lesiones y con dudas sobre su juego. Al otro lado, Del Potro, confiado con su tenis y con un ritmo endiablado.
El español sufrió uno de esos días, no pudo hacer nada contra un Del Potro excelso que se paseó por la pista Artur Ashe para alcanzar su primera final de Grand Slam (6-2, 6-2 y 6-2). El argentino soltó el brazo y arrasó, jugó con las líneas, no dudo, sacó fuerte y certificó una merecida final. Está jugando el campeonato como sólo los grandes pueden.
Al otro lado de la red no encontró oposición. Nadal cuajó un partido extraño en el que juntaba puntos notables con ratos calamitosos. Entre todo, lo más extraño fue lo de su mente. El español es la gran roca del circuito en ese aspecto, el ganador por antonomasia, el hombre incorruptible que no tiene miedo a nada y aprieta los dientes cuando llega la adversidad. De eso, hoy, nada. Más bien al contrario, el brazo le tembló en los momentos clave. Por ejemplo con su servicio y las dobles faltas, algunas en instantes importantes, como bolas de break en su contra. No fueron los únicos, tampoco tuvo más suerte cuando le tocaba restar y ponía a Del Potro contra las cuerdas, durante todo el partido Nadal fue hilvanando bolas de ruptura despachadas siempre con golpes erráticos.
La fórmula antes del partido parecía clara. Mover a Del Potro para que se canse, su físico no es muy resistente, tirar bolas bajas para que la recuperación sea más difícil y tenga que flexionar las rodillas. Alargar los puntos hasta la desesperación y que la fuerza del argentino se convirtiese en imprecisión. Todo aquello brilló por su ausencia, Del Potro dominó como quiso, con un servicio rocoso y un látigo por derecha, jugando a lo que quería e imprimiendo una velocidad al juego que Nadal no está en disposición de resistir.
El grande que se le resiste al balear sigue siendo una roca infranqueable. Por segunda vez consecutiva cae en las semifinales. Se podría apuntar a la superficie como la clave del problema, Nadal en dura es menos poderoso. Pero haber ganado en Australia pone en entredicho ese factor.
El que sí parece insoslayable es el del calendario. Nadal tiene un problema de planificación que le hace llegar siempre al último momento con el físico mermado. En la pasada temporada Murray dominó a su antojo a Nadal que sólo podía correr detrás de la bola y esperar un milagro. Este domingo Del Potro hizo algo similar a aquello.
Esta temporada Nadal empezó disputando una lucrativa pachanga en Abu Dhabi con el año en sus primeros compases, más tarde Doha cuando otros aún no habían casi cogido una raqueta. Sus rodillas empezaron a desgastarse, primero en Australia, su mayor éxito en este ejercicio, después Rotterdam, uno de los torneos que más agrede a las articulaciones por la dureza de sus pistas, los Masters americanos y una maratoniana sesión de tierra. Montecarlo, Roma, Barcelona, Madrid, Roland Garros y en París llegó el abismo.
Demasiado tute para tan pocas semanas. Nadal tenía que parar y hacerlo de verdad, esperar dos meses y medio, perder el número uno y Wimbledon. A Nueva York ha llegado sin ritmo y aún con problemas físicos. Su calendario siempre parece diseñado para llegar al último Grand Slam sin aliento.
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