Este artículo se publicó hace 12 años.
Murray sólo puede cansar a Djokovic
El serbio será el rival de Nadal
Djokovic es el rival para mañana. Era lo esperado, pero las historias no se nutren sólo de finales, el desarrollo es importante. Ganó el serbio, sí, pero antes de eso tuvo que dejarse la piel en Melbourne. Murray, aunque inconstante, no se lo puso nada fácil, tuvo muy cerca la victoria y obligó al número 1 a derrochar mucha gasolina. Nadal puede estar contento, tiene un día más de descanso y su rival llegará a la final después de casi cinco horas de tenis de alto voltaje.
Djokovic respira entrecortado. Podría ser un síntoma de debilidad, no se le ve tan fino como en el principio del pasado año, en esos meses en los que se convirtió en huracán. Pero tampoco se derrumbará por ello. En realidad el serbio ha convivido siempre con alergias y problemas respiratorios. Las dificultades físicas son parte de la vida del deportista, cuestiones dolorosas a las que no queda más remedio que acostumbrarse.
El preámbulo de la final, el gran partido, fue un encuentro sensacional, de videoteca. Tanto Murray como Djokovic suelen ser sacadores solventes, pero este viernes decidieron que el servicio no fuese un factor y encadenaron un millón de fallos y rupturas. Cualquier juego era disputado, imposible de ser dominado desde el principio y con final abierto. Especialmente notable fue el tercer set que duró la friolera de 88 minutos. Murray, que había ganado el segundo set, consiguió ponerse a servir con 6-5 a su favor e, increíblemente, se dejó el saque. En el tie break, sin embargo, no mostró la pesadumbre que da haber perdido una oportunidad, se rehizo y ganó la muerte súbita.
Djokovic ganó los dos siguientes sets, el cuarto con autoridad y el quinto con miedo, perdiendo la ventaja y soñando con que se extendiese hasta el infinito. El serbio empezó con un 5-2 con visos de definitivo. Pero Murray se recuperó, se puso 5-5 y tuvo tres bolas para romper el saque de Djokovic. No lo hizo. Por aquel entonces las piernas del escocés ya no le llevaban tan lejos como su cabeza. Su esfuerzo fue hercúleo, notable y admirable, pero también en balde. Djokovic sobrevive, está tocado por una varita mágica, aunque la sensación de que es imbatible se ha difuminado.
"Ha sido uno de los mejores partidos que he jugado, física y emocionalmente durísimo", confesó Nole. Ya piensa en mañana: "La final es un desafío, Nadal es uno de los mejores de siempre".
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