El destino quiso jugar al despiste. Incluso ser travieso, caprichoso y radical por horas. Pero esta España, que es la misma que aquella, sigue comprometiéndose con su presente. Ese que presume de pasado con esta generación. El mismo que hoy ya no tiene excusas para conseguir lo que las seis finales europeas anteriores le han negado. Ese oro que se perdió por el aire en Madrid, cuando Pau falló el último tiro que encogió a un país. Ese oro que ya parece no tener excusas.
Ayer, como sucedió ante Francia, el mayor de los Gasol volvió a convertirse en la base de una pirámide que busca su cúspide. Se convirtió en el ideólogo de doble dirección del juego de España. En sus manos nació o murió la circulación de un ataque ágil, divertido y solvente. Esa idea de baloncesto que tan bien sabe asociar el grupo de Scariolo mediante la jerarquía de sensaciones.
Para cuando Grecia entendió que Pau tenía ganas de fiesta, España ya funcionaba a plena potencia sobre bases reconocibles. Spanoulis recibió la herencia de Ricky que ya mostró en la defensa a Tony Parker. Amenazado Spanoulis, ergo el ataque griego, Bourousis leyó su importancia en el poste alto. Sus movimientos fuera de la pintura provocaron constantes desajustes en la defensa española que Bourousis supo aprovechar para adelantar a Grecia (9-10, min. 4).
Una ventaja que apenas encontró recorrido a pesar de que Grecia conseguía muchas opciones de segundo tiro (18 puntos en la primera mitad) por el sacrificio de Bourousis en el rebote ofensivo. Si la entrada de Felipe Reyes ajustó la paridad bajo los tableros, la aparición de Cabezas obliga a Grecia a cambiar su forma de ser.
Su asfixiante defensa sobre Spanoulis hizo que Zisis o Calathes tuvieran que ponerse a pensar por dónde romper el bosque de brazos en que se había convertido ya la defensa de los de Scariolo.
Y, lógicamente, no pasaron la prueba. Por falta de valentía para sentirse líderes y, especialmente, porque España llevaba rato divirtiéndose. Y, cuando esto sucede, toda Europa ya sabe el final. Sin el protagonismo inicial de Pau, España fue haciendo pruebas para la final y no paró de encontrar argumentos. Desde un Navarro muy aplicado en defensa, hasta el desparpajo de Llull en el perímetro.
En esta dinámica, el grupo de Scariolo fue construyendo su política de tierra quemada. Ni siquiera el recurso griego de llevar el partido a la bronca, cuando se sintieron maltratados (34-24, m. 15), sirvió para atisbar una mínima reacción.
Esa sangre fría para no entrar al pique, cuando Bourousis cometió su tercera falta, fraguó la cuarta final consecutiva de España en un torneo. Una realidad que sólo han vivido grandes potencias ya desaparecidas como la Unión Soviética o Yugoslavia. Tras el oro de Japón y las platas del Europeo de Madrid y los Juegos de Pekín, esta generación sigue empeñada en seguir generando sonrisas.
Las mismas que no quisieron ocultar Navarro, Pau y Rudy en el banquillo, cuando, a falta de cinco minutos para el final del partido, Grecia ya no podía responder a la provocación de baloncesto de España. Una forma de ser en la que han desaparecido las dudas. Desde Pau hasta el último de la fila.
82 - España (26+23+15+18): Rubio (5), Navarro (8), Rudy (14), Garbajosa (2) y Pau Gasol (18) -equipo inicial-, Cabezas (8), Reyes (3), Mumbrú (9), Marc Gasol (6), Llull (9) y Claver (0).
64 - Grecia (21+19+11+13): Bourousis (11), Zisis (6), Spanoulis (7), Fotsis (8) y Perperoglou (2) -equipo inicial-, Schortsanitis (5), Printezis (7), Kalampokis (0), Calathes (10), Glyniadakis (4), Kaimakoglou (0) y Koufos (4).
Árbitros: Guerrino Cerebuch (ITA), Ilija Belosevic (SRB) y Robert Lottermoser (ALE). El griego Georgios Printezis fue eliminado por cinco personales.
Incidencias: Partido de semifinal del campeonato de Europa de baloncesto, disputado en el pabellón Spodek de Katowice (Polonia) ante 8.000 espectadores. El secretario de Estado para el deporte, Jaime Lissavetzky, presenció el partido.
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