Poco después de entrar a los vestuarios en el descanso suspirando por un ratito de calor junto al radiador, el Atlético conoció que sus delirios de carambola no tenían demasiado futuro. Un gol rarísimo de Cesarec, en posición ilegal y tras un clamoroso error del portero del Rosenborg, ponía nombre a la noticia que, procedente de Salónica, condenaba a los colchoneros: la victoria del Aris, el equipo del que realmente dependía la prosperidad de los madrileños en la competición de la que, aunque ya no lo parezca, es el campeón vigente. No le valía al Atlético con ganar sobre la insistente y molesta nieve de Leverkusen. Precisaba que los griegos no lo hicieran en su partido. Y eso, alcanzado el intermedio, se vio que era una quimera.
Así que, recibido el bofetón por la radio del tanto heleno, al Atlético le dio un bajón. Y ya no volvió a ser el del primer tiempo. Si no bajó los brazos, al menos se deprimió. Perdió fuerzas, ganas y fe. Y ya se dejó dominar y molestar por el equipo de casa, que teóricamente se debía manejar mucho mejor entre las adversidades meteorológicas que le propuso la cita. Que fueron muchas, una nevada constante, que cuajó y convirtió en resbaladizo el piso e ingobernable el balón.
En la primera mitad, en cambio, fueron los madrileños los que se sintieron a gusto sobre el suelo blanco. Quizás agrandados por su confianza en terceros (o sea, el Rosenborg), los madrileños fueron con todo a por la victoria. Y decir con todo es desde hace tiempo bajo esta camiseta decir el Kun. Guiados por la inspiración del argentino, firme también sobre el hielo, el Atlético se llenó de ocasiones. Las principales las malogró Forlán. Decir con todo no implicó esta vez Reyes, al que Quique liberó del frío a cambio de volver a probar con un trivote en el medio del campo. Raúl García hizo las veces del sevillano vencido hacia la derecha y no lo hizo mal.
Las dificultades del terreno pudieron más que las ganas del Atlético por derrotar a los imposibles. Salió apagado tras el descanso y sólo le reanimó paradójicamente el gol de Helmes, un modelo de cómo sacar petróleo del alambre: saque en largo del portero, cabezazo hacia atrás de una torre y, ya en el área, remate seco del más rápido.
Empató al instante Mérida y acariciaron los rojiblancos un segundo tanto hasta el final. Pero ya no fue posible. Daba lo mismo. El Aris ya le tenía eliminado de antes. Mucho antes de marcar incluso su segundo gol ante el Rosenborg en Salónica. Concretamente le mató 15 días antes, en plena semana esquizofrénica de Quique, de errores de De Gea y de intolerable relajación y desgana de los demás jugadores. Por eso el campeón no podrá repetir. Ya está fuera de Europa.
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