En el barrio de Brentford, 15 kilómetros al oeste de Londres, Parejo ya no pasará las navidades. Sus padres, que se desplazaron con él hasta allí y para no perder el tiempo se matricularon en una academia de inglés, imaginaron que el próximo verano dominarían el idioma. Pero no será posible. No les dará tiempo.
Parejo vuelve al Madrid con el mismo pelo rizado de siempre y la sonrisa que inspira la confianza. Ha estado tres meses en el Queens Park Rangers, en los que su cerebro ha espabilado. 'Es un fútbol más físico: te ayuda a pensar las jugadas de forma más rápida'.
Ahora viene lo más emotivo, 'demostrar el jugador en el que me he convertido'. Sólo han sido tres meses en la First Division, pero parece que han sido tres años. El cambio fue enorme. Parejo venía de otro fútbol, en el que no existía tanta prisa. Pero en Inglaterra la pelota se encorajina y no admite la paciencia. 'Me doy cuenta de que voy con otra marcha', dice. 'Mi pensamiento es más rápido'.
Así que en estos tiempos, en los que las soluciones llegan con retraso, al Madrid no le vendrá mal un futbolista así. Aún no ha cumplido los veinte, pero se le imagina capacitado. Di Stéfano se refiere a él 'como un fenómeno' y en su día prometió que, si dejaban marchar al chico, no volvería por Valdebebas para ver al Castilla. Y no volvió. También Míchel hace una publicidad magnífica: 'Es el clásico jugador de barrio, que aprende rápidamente todos los escondites del fútbol'.
La razón de ser de un tipo así está en la calle. Ahí aprendió a jugar sin comodidades. Todas las tardes eran iguales, en el mismo parque de Coslada, donde chutaba a porterías que eran dos árboles. De corazón atletista, pasó al Madrid a los 14 años y en el informe se escribieron cosas deliciosas: 'Tiene un juego tan vistoso que hace que, incluso, los que no saben de fútbol se fijen en él'. Ahora, el Madrid se agarra a su descaro para curar la enfermedad.
Pero tampoco hay que engañar a nadie. Parejo no siempre ha sido titular en el Queens ('aquí se rota mucho'), aunque la disculpa barniza el deshonor: los futbolistas también tienen derecho a adaptarse. La mayor pena es que se marcha antes de celebrar el ascenso a la Premier, pero nadie se lo reprocha en Londres. En el fondo lo entiende hasta su jefe, Flavio Briatore. Porque las oportunidades nunca piden permiso. Sólo hay que saber escucharlas.
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