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Aquel día él estaba en Los Alpes. Su mujer, que hoy es su ex mujer, fue esquiadora de alto nivel. Y lo primero que imaginó Alberto Juzdado al escuchar a aquel periodista que le llamaba por teléfono para decirle que había sido elegido Premio Príncipe de Asturias de los Deportes es que se trataba de un error o de una broma. Pero después, cuando vio que era verdad, se acordó de su vida. Y no pudo alejarse de la emoción, desde los 15 hasta los 27 años trabajando en un taller de escayola de Boadilla, diez horas diarias de pie y otras dos entrenando como una bestia para ser lo que ya había conseguido ser en aquel año 1997: maratoniano de élite, bronce europeo y ejemplo quizás de hombre solitario.
Hoy, a los 50 años, recuerda sin tiranía que, efectivamente, "fue increíble recibir la enhorabuena del príncipe en el teatro Campoamor o aquella conversación con la reina en el hotel Reconquista reconociendo todo lo que admiraba nuestro esfuerzo corriendo". Ahora, la diferencia es que Alberto Juzdado ya no está en Oviedo ni esta conversación se va a parecer a aquella de Los Alpes que, en vez de un trauma, fue un golpe de efecto. Un divorcio, que no decidió él, le costó salir del chalet de 300 metros que se había comprado en Brunete con los ahorros de atleta.
Es más, hoy vive en Boadilla, en casa de su madre, a la que se dedica a cuidar. Sus únicos ingresos proceden de las inversiones que hizo, "que fueron bastante bien y que todavía me dan para vivir unos años", aunque admite que ya necesita volver trabajar. "Ahora, me dedico a enviar currículums a través del CSD (Consejo Superior de Deportes) y de la propia oficina de Empleo de Boadilla donde saben de mi situación. Tengo una tutora con la que hablo cada diez días. Pero las cosas que salen son ofertas absurdas en las que uno pierde hasta dinero. La última fue una cadena de gimnasios alemanes que me exigían ser autónomo y buscar la clientela por mí mismo en la otra punta de la ciudad".
"Ahora, me dedico a enviar currículums a través del CSD y de la propia oficina de Empleo de Boadilla donde saben de mi situación"
Así que no, claro que esto no es ni por asomo como en el hotel Reconquista y quizás hasta da pena que la vida pueda cambiar así. Pero nadie nos puede quitar el derecho a recordar con él, que fue un mito en la década de los noventa. La vida se le habrá torcido pero su cara y su voz de buena persona se mantiene domiciliada como la de ayer. "Después del bronce del Europeo de Helsinki 94, mi entrenador me convenció para que dejase de trabajar". Y no fue un error, porque Juzdado supo sacar provecho al atletismo, un deporte que "interpretaba como un juego. Si perdía no me enfadaba y si vencía vivía mejor y ahorraba pensando en el día de mañana. Nunca fui un cabeza rota y cuando gasté dos es porque tenía tres".
Pero es que fueron años extraordinarios en los que el mundo devolvió a Alberto Juzdado su esfuerzo. Ganó hasta en Tokio, donde el maratón es sagrado. Hizo, incluso, récord de la prueba 2:08'01" y la ciudadanía lo despidió como a un ministro en el aeropuerto. Luego, bajó otras cuatro veces de 2 horas y 9 minutos que fue como un tratado de paz con la perfección. "Tardé 20 años en hacer mi mejor marca".
"No quiero dar pena o que alguien pueda pensar que soy un parásito. Sé ganarme las habichuelas y me las volveré a ganar"
La ventaja es que su paciencia nunca corrió peligro. "Tenía un entrenador, Dionisio Alonso, que me convenció de que el tiempo nos daría la razón". Se retiró a los 38, hace doce años, y hasta que la crisis se lo cargó trabajó varios años en una escuela de atletismo. "Pero entonces viendo lo que había decidí hacer un paréntesis y dedicarme a cuidar a mi hijo recién nacido que hoy ya tiene seis años. Quería vivir esa experiencia y creo que me la merecía. Siempre he sido un hombre muy familiar".
El caso es que hoy no se sabe dónde está el término medio de esta conversación. Él se aleja del dramatismo que detectan amigos suyos en su vida actual y que son los que me aconsejaron llegar a él. Pero, a la hora de la verdad, Juzdado parece un hombre a la defensiva no se sabe si demasiado orgulloso o demasiado hermético.
"Todavía hay gente que me llama para salir en las fotografías. Pero tampoco quiero engañarme: yo hice mis cosas, pero tampoco he sido un Nadal, un Gasol o un Alonso"
Hay momentos en los que ni siquiera parece de acuerdo con publicar nada de su vida. "No quiero confundir. No quiero dar pena o que alguien pueda pensar que soy un parásito. Sé ganarme las habichuelas y me las volveré a ganar. No sé cómo, pero lo haré, porque mi hija, la mayor, está a un año de empezar la universidad y eso exige dinero. En realidad, el dinero se va rápido. Pero yo estoy entero. No me duele nada. Veo, sin embargo, a otros atletas de mi generación que no me dan esa sensación", reivindica todavía Juzdado, incapaz de poner de ejemplo su nombre. "Todavía hay gente que me llama para salir en las fotografías. Pero tampoco quiero engañarme: yo hice mis cosas, pero tampoco he sido un Nadal, un Gasol o un Alonso".
Y, en medio de todo esto, tolera sin rencores la dificultad. "He aprendido cosas que no sabía de la vida y me parece que esto me ha podido hacer mejor persona. Y, sin ninguna duda, prefiero ser como soy. No creo en el egoísmo. No me gusta porque no es mi estilo. No lo fue nunca. Y mire que por culpa del egoísmo lo he pasado mal... Pero no quiero cambiar".
Aquella noche con José Ramón de la Morena
La realidad, sin embargo, tiene su crueldad porque, pese a todo, su pasado siempre será imborrable. La mítica fotografía ésa del Europeo de Helsinki 94 que acabó con antiguos complejos. Él fue uno de los tres españoles, junto a Martín Fiz y Diego García, que gobernaron el podium del maratón sin avisar a nadie. Alberto Juzdado fue la medalla de bronce. Y de ahí prosperó casi hasta el fin del mundo. Fue olímpico en Atlanta 96 y en Sidney 2000. En la Edad de Oro del maratón español se convirtió en una pieza de categoría y en un hombre sin ciencia ficción.
Pero quizá nunca llegó tanto a nuestros corazones como aquella madrugada, recién proclamado vencedor en el maratón de Tokio, en la que José Ramón de la Morena, que era vecino suyo en Brunete, le hizo una maravillosa entrevista en El Larguero. "De hecho, a veces me llama para saber cómo me va y siempre me dice que si necesito algo... Pero es él quien me llama a mí. Yo no, porque imagino que De la Morena está muy ocupado y no quiero molestar. No soy así ni sé como hacerlo".
Quizá sea hoy esa personalidad suya la razón de ser de toda esta historia. Una manera de explicar las vueltas que da la vida y que ha destinado, a los 50 años, a un Príncipe de Asturias como él a enviar su curriculum a gimnasios donde no siempre se entiende el pasado. No es fácil de contar y debe ser más difícil de vivir. Pero el destino no siempre nos pide explicaciones. De ahí que la próxima vez aspiramos a que Alberto Juzdado nos cuente otra historia más parecida a la de los años noventa. "No quiero dar pena. No sé si está bien contar todo esto", replica, pese a todo, en la despedida de un día que resultó extraño.
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