En su voz jadeante, hiperventilando oxígeno atropelladamente, la simplicidad de la frase sonó cruel. 'Así es el ciclismo', se repetía Carlos Barredo, un tipo responsable, trabajador y legal. Un anónimo de los muchos que engulle el pelotón del Tour. Uno de esos ciclistas a los que la carretera sólo hace promesas falsas. Mucho esfuerzo y poca alegría. Pero ni aún así reniegan de seis horas de bici. Porque son fanáticos del ciclismo, coleccionistas, como este asturiano, de los dorsales donde han mostrado su compromiso con su gran vocación.
Entre el muestrario de números amontonados en la casa de Carlos sobresaldrá, en pocos días, el 132. Su matrícula en este Tour. El trozo de tela que se quedó a un kilómetro de conquistar Pau. La ciudad que le dio con la puerta de la meta en las narices. En una avenida ancha, entre canales de piragüismo, el corredor del Quick Step perdió su soledad y el mundo se le vino encima. Ni siquiera intentó juntarse a sus villanos.
Un grupo de ocho del que tiraba Moreau para recolocar a Rubén Plaza (ahora es duodécimo de la general), presumía de contener a Armstrong y escondía a los dos franceses, Fedrigo y Casar, que desnivelaron el sprint. Cuando Fedrigo levantaba los brazos, Barredo llevaba mil metros de agonía. Con la cabeza perdida entre los hombros. Sin consuelo. Con las últimas pedaladas acomplejadas por una historia de valentía, que se prolongó 43,5 kilómetros, inspirada en los Pirineos.
La intensidad en el Peydesure y Aspin deja un pelotón de doce corredores
Atacó en todos los perfiles. Cuesta arriba. Dos veces en el Soulor. Otra en el Aubisque. Siempre con Fedrigo a su rueda. Volvió a intentarlo en el vértigo. En el descenso del Aubisque. Con medio cuerpo sobre el manillar. A casi 100 km/h. Con Fedrigo, de nuevo, como aguafiestas y enlace del resto. Por entonces, una alianza de cinco (Armstrong, el propio Carlos, Cunego, Fedrigo y Plaza) que se convirtió en nueve (Moreau, Horner, Van de Walle y Casar) según la cima iba convirtiéndose en ladera.
Con la carretera más plana, Barredo hizo su apuesta. Un ataque seco, como don Quijote en sus fantasmadas, con síntomas de poco futuro ante una distancia (44,5 kilómetros) a meta que administran bien otras genéticas. Los rodadores holandeses o belgas. Organismos criados para aguantar kilómetros sin perder la compostura aunque les persiga medio mundo. Máquinas de pedalear a las que les falta el corazón que hoy enseñó Barredo.
Su ilusión le acercó al minuto de ventaja. 50 segundos a falta de 38 kilómetros. Un margen que fue desgranándose y que llegó a vacilarle a falta de cuatro. 23 segundos antes del repecho que atrancó sus piernas. 'Así es el ciclismo', se volvía a repetir Barredo, antes de subir al podio para recibir el premio de la combatividad de una etapa en la que Armstrong quiso sentirse importante.
Atacó en el Peydesure, tras la salida neutralizada, con ganas de volver loca la carrera. Lo consiguió junto a siete más. Entre ellos Kreuziger o Roche. En diez kilómetros, los grupos se sucedían por delante y detrás de un pelotón que había adelgazado hasta el infinito. Apenas 12 corredores, entre ellos Contador y Andy.
Momentos de tensión, de susto para Samu Sánchez, cortado de Menchov en la ascensión a Aspin y reinsertado posteriormente, de protagonismo para Armstrong. La leyenda que, en pleno nadir ciclista, ahora llamado de vuelta al triatlón, hoy soltó su último tic de batalla en el Tour. Lo alargó hasta el sprint de Pau. Allí donde Contador y Schleck llegaron tras el ritmo de paz que impuso Tiralongo en el Tourmalet y el Aubisque. 'Así es el ciclismo', repetía Barredo. La mayoría de los días, cruel.
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