'Vincent debe morir', la película que retrata la espiral de violencia que vivimos
El cineasta Stéphan Castang revela la demencia de un mundo violento e irracional en su ópera prima, un largometraje que bebe del cine de John Carpenter y de las primeras películas de George A. Romero.
Madrid-
Hace unos días, un hombre atacó salvajemente a golpes a al menos diez mujeres en el metro de Barcelona. Algunos periodistas fueron agredidos recientemente en las protestas de los agricultores. Casi el 80% de los profesores de secundaria han reconocido que sufren agresiones físicas, verbales o amenazas por parte de los alumnos. Hace un par de meses, Javier Ortega Smith lanzó una botella a Eduardo Rubiño en el último pleno del Ayuntamiento de Madrid.
En EEUU, Will Smith soltó un guantazo a Chris Rock en plena ceremonia de los Oscar. Violencia contra las mujeres, contra los menores refugiados, contra las personas de otra raza, contra cualquiera. Actualmente hay 56 escenarios de guerras o conflictos. El mundo está atrapado en una brutal espiral de violencia física.
"El mundo se está volviendo totalmente loco", sentencia Stéphan Castang, que dedica su primer largometraje, Vincent debe morir, a la violencia irracional que se extiende por el planeta. Un hombre, diseñador gráfico, un tipo normal, vive una pesadilla infernal cuando empiezan a atacarle sin ningún motivo. A las agresiones físicas se une la violencia psicológica y social, nadie le cree. Obligado a huir y a intentar sobrevivir, descubrirá a un grupo de marginados que pasa por idénticas circunstancias.
De la comedia a lo grotesco
Un becario a golpes con su ordenador portátil, un cartero peleando a muerte con Vincent en el fango repugnante de una fosa séptica, unos niños de su mismo edificio a mordiscos y puñetazos… "se les pone la mirada ausente y se lanzan contra mí". Vincent va a morir y se pregunta ¿por qué? ¿Qué he hecho para merecer esto? ¿Cuánto tiempo podré resistir?…
Y mientras el personaje, interpretado por un estupendo Karim Leklou, va engordando sus paranoias, el tono de la historia va mutando. Del primer golpe, que provoca una instantánea carcajada, se hace un viaje desde la bufonada y lo sarcástico hasta lo grotesco, en el que hay acción, suspense y una atmósfera que remite directamente al primer cine de George A. Romero y al de John Carpenter.
"Romero no explica por qué los muertos salen de la tierra o cómo se vuelve loca la gente buena, se evade muy rápidamente, lo importante es mostrar cómo reaccionan los humanos ante estas situaciones", explica Stéphan Castang en las notas de producción de la película, en las que asegura tener también a Luis Buñuel como referente y, sobre todo, a Carpenter.
"Estoy pensando especialmente en la película en la que explica que el capitalismo es el resultado de una invasión alienígena. Su lado paranoico y su dimensión irónica fueron muy inspiradores, y también porque el actor principal es un luchador, también está en juego en esta película la cuestión de las peleas y una cierta fisicidad", añade el director.
La dimensión irónica
Todos los agresores de esta historia son personas normales, mujeres y hombres como el propio Vincent, como cualquier espectador. Son ciudadanos que no saben pelear y que cuando atacan lo hacen con movimientos torpes y sucios. "La violencia es confusa cuando es llevada a cabo por alguien que se parece a tu vecino. Se necesita de todos, desde la abuela hasta los niños. Son cuerpos casi tabú, que no quieres ver peleando en la pantalla".
Es una reacción violenta sin sentido que carga de sátira y crítica esta película, que se alzó con los premios de mejor actor y mejor dirección en el Festival de Sitges. "Yo diría que hay una ironía que recorre toda la película. Una ironía que demuestra, sin exagerar, que esta violencia es también la de nuestra sociedad y de la sociedad", continúa.
Despreciable indiferencia ante la violencia
La sensación que asalta a Vincent de no estar seguro en ningún sitio se va contagiando al espectador en esta fábula alegórica, en la que, como en muchas ficciones y como en la vida misma, la ayuda está entre otros marginados. Un vagabundo, un exprofesor universitario, una camarera que no tiene ni para pagarse un alquiler… personajes en los márgenes, mujeres y hombres que no tienen nada que perder y que deciden luchar desde la resistencia.
Y entre tanto horror, Stéphan Castang encuentra espacio para una historia de amor, muy lejos de los "códigos rosas" del cine, pero amor, al fin y al cabo. Es la luz de la esperanza en esta película que refleja la violencia del mundo, extendida y feroz, en medio de la realidad de millones de personas que quieren seguir viviendo la ilusión de la paz, que ha aprendido a mirar hacia otro lado y han de conquistar una despreciable y total indiferencia hacia ello.
"La película no es postapocalíptica, es más bien preapocalíptica, casi se podría decir que es un apocalipsis íntimo. Puedes pensar durante mucho tiempo que este tipo está loco, antes de darte cuenta de que es el mundo el que se está volviendo totalmente loco", concluye el cineasta en las notas de producción del filme.
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