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Una vez oí a Vicente Aranda contar una divertida anécdota a propósito de los festivales de cine y de las prisas que todo el mundo tiene en ellos. Recordaba, con una medio sonrisa bastante gamberra, cómo un periodista había pasado una hora entrevistándole pensando que en realidad era Mario Camus. “Encantado de haber hablado con usted”, dijo el cineasta al reportero al terminar la charla. “Pero debería saber —añadió— que yo no soy Camus, yo soy Vicente Aranda”. Seguro que entonces, igual que durante medio siglo hizo con el cine, consiguió hacer suya, propia, hacer personal, la entrevista ‘a Mario Camus’. Así lo hizo siempre con el cine. Tenía ese talento peculiar. Marcaba con sello de autor cada trabajo.
Un director a la americana
Vicente Aranda era un director a la americana, uno de los últimos. No había historia, género, tamaño de producción… que se le resistiera. Como los grandes cineastas de la época dorada de Hollywood, Aranda hacía de todo. Mucho más allá, este cineasta catalán, hijo de la Escuela de Barcelona, que un día huyó del ‘ciego nacionalismo’ y se instaló en Madrid, convertía en una obra personal cualquier tipo de encargo que cayera en sus manos. Y, aún más difícil, siempre sorprendía. No se parecen sus películas, ¿qué tiene que ver Amantes con Juana la Loca? ¿o Fanny Pelopaja con Libertarias? ¿en qué se parecen las primeras Brillante porvenir y Fata Morgana a las últimas Canciones de amor en Lolita’s Club y Luna caliente?
Por supuesto, en todas ellas están sus obsesiones, está el sexo, la dependencia emocional, la lucha por la vida… y las mujeres. No hacía Vicente Aranda películas ‘con’ mujeres. Las mujeres estaban en su cine. Ahí quedan la jovencísima y seductora Mariana de La muchacha de las bragas de oro, la inolvidable Fanny Pelopaja, Dorita (Tiempo de silencio), por supuesto, Luisa (de Amantes) o las más recientes Juana la loca, Carmen y Carmesina.
“La misma sintonía”
Y con ellas, con la mayoría, está la que fue su musa, la actriz Victoria Abril, que dio algunos de sus primeros pasos en el cine de la mano de este cineasta. “Hay idéntica conexión, la misma sintonía”, aseguró la intérprete cuando volvió a rodar con Aranda después de unos cuantos años. A él le debe Victoria Abril mucho recorrido, algunos de los mejores protagonistas de su carrera, el Oso de Plata en Berlín (Amantes) y la Concha de Plata en San Sebastián, por El lute: camina o revienta.
En aquella, la intérprete se metía en la piel de Chelo, la ex mujer de Eleuterio Sánchez, ‘el Lute’, una de las incontables ‘cabreadas’ con Vicente Aranda. Porque el cineasta, en su proceso creativo, íntimo y libertario, se fue haciendo enemigos. Consuelo García López (Chelo) solicitó el secuestro de la película porque decía que el director la retrataba como una puta. Star Line, la productora de Carmen, le amenazó con querellarse por las declaraciones que había hecho tras el rodaje. Y Juan Marsé… Aunque siempre fuera de los tribunales, el escritor y el cineasta mantuvieron un largo y tesonero enfado que duró siempre.
En todas sus películas encontramos sus obsesiones; el sexo, la dependencia emocional, la lucha por la vida… y las mujeres
Marsé-Aranda
Impenitente adaptador de obras literarias al cine, Vicente Aranda tenía especial fijación por las novelas de Marsé. El flamante Premio Cervantes, por su parte, era absolutamente consciente de que cedidos los derechos de la obra, ya nada tenía que hacer. Una a una, sin embargo, fue ‘sufriendo’ cada adaptación de Vicente Aranda. La muchacha de las bragas de oro, Si te dicen que caí, El amante bilingüe, Canciones de amor en Lolita’s Club… De la primera a la última, Juan Marsé se cabreó, hizo lo posible porque todo el mundo supiera que a él no le gustaba la película de Aranda, que su Juan Marés, su Faneca, no era el mismo que el que se veía en el cine… Pasaba un tiempo, él escribía una nueva novela, el cineasta la leía y terminaba comprando los derechos para el cine.
Obras de Manuel Vázquez Montalbán, Martin Santos, Mempo Giardinelli… también pasaron por sus manos, aunque estas adaptaciones no provocaran el mismo alboroto.
Las actrices, los actores, le querían. Jamás alimentó ni mínimamente la fama de director tirano y caprichoso. Los periodistas, los veteranos, le queríamos. Vicente Aranda, progresista, de espíritu libre, era un artista respetuoso al que le gustaba mucho hablar de sus trabajos, compartir sus pasiones… Era un buen conversador, no tenía prisa, no miraba el reloj cuando estaba en medio de una charla… y nunca se callaba. Vicente Aranda decía por la boca y con el cine lo que pensaba. Hombre de la cultura, de la izquierda, se ha ido un gran autor del cine español.
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