Para quienes crecimos bajo la alargada sombra de Disney, el stop motion es aquella técnica por la que se mueven los titanes de Jason y los Argonautas. Ese punto antinatural y terrorífico de los monstruos de Harryhausen, utilizados en taquilleras aventuras en technicolor, puede tomarse como la otra cara de la moneda de la escuela de animación checa, más inclinada a la artesanía de las marionetas, a la literatura y a las leyendas locales. Jiri Trnka, de hecho, fue apodado el Disney del Este.
Este ilustrador y marionetista empezó a crear películas de animación después de la II Guerra Mundial, a partir de muñecos articulados tallados en dura madera, de rictus estático, a los que dota de expresividad con delicados giros, músicas, ángulos de cámara y cambios de iluminación.Esas películas dirigidas a un equívoco público infantil, más cercanas al arte que al producto, fueron el comienzo de esta corriente que el estado comunista subvencionaba a través de los Estudios de Trucos Cinematográficos (AFIT) en Praga, donde artistas como Bretislav Pojar (ayudante de Trnka) empiezan la transición de los cuentos y las leyendas a la experimentación.
La pionera del cine de marionetas checo es Hermina Tyrlova, que cuenta con un hueco especial en la octava edición del festival Animadrid: se podrán ver cinco de sus películas en una sección especial dedicada al cine para niños, además de las tres de la retrospectiva general.
Pacientemente, por lo lento del proceso, Tyrlova hacía cobrar vida a seres hechos de madera, de lana, de canicas y de trozos de estaño. No es difícil imaginársela junto a la ventana del estudio donde trabajaba, en la ciudad de Zlín, en Moravia Oriental, cosiendo títeres y haciendo decorados a mano mientras fuera caía la nieve.
Así nació, por ejemplo, La Hormiga Ferda (1941) o los muñecos que hacen dormir al niño de Canción de Cuna. En los estudios Bata de Zlin, también trabajaba Karel Zeman, más conocido por sus seres submarinos de Julio Verne, pero que también es capaz de poner a hacer cabriolas a una bailarina de cristal que vive dentro de una gota de agua en su film Inpirace.
Vanguardia y subversión
Los artistas de la siguente generación se van por caminos más vanguardistas y subversivos, aunque perdura el amor por lo hecho a mano. Ver por primera vez alguna pieza de Jan Svankmajer, activo desde los sesenta, es como una epifanía hecha de plastilina, comida, personas y desperdicios.
Un surrealismo altamente político que se vislumbra en piezas como Dimensiones del Diálogo o El Piso. Por su parte, Jiri Barta consuma obras como El desaparecido mundo de los guantes, la historia del cine interpretada por guantes actores. Este estado de gracia termina cuando se corta el grifo del Estado, hacia 1993, haciendo más ardua y menos libre la vida de los animadores.
Artistas tan rompedores como Bill Plimpton o los hermanos Quay serían inconcebibles sin el atávico y expresionista legado checo. Lo mismo podemos decir en el caso de realizadores como Henry Selick o Tim Burton, que devuelven en un metafórico raquetazo la pelota del Disney del Este al Disney del mercadeo y el imperialismo visual.
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