Este artículo se publicó hace 2 años.
El último baile de Raffaella Carrà, diva gay y orgullo del colectivo LGTBIQ
Azote del Vaticano y declarada comunista, la cantante italiana falleció hace un año, pero su legado sigue ahí: la lucha por la liberación sexual femenina y por los derechos de los homosexuales.
Madrid-Actualizado a
Diva gay e icono LGTBIQ, hace un año que nos dejó Raffaella Carrà, la artista italiana que se ajustó las lentejuelas para cantarle a la liberación sexual femenina y, de paso, alentar el baile desatado en los locales de ambiente de medio mundo. Reina del Orgullo en Madrid hace cinco años, ya había sacado del armario a Lucas a finales de los setenta, cuando los telespectadores trasalpinos pudieron escuchar por primera vez una letra explícita sobre un homosexual, aquel "chico de cabellos de oro", que abrazaba a un desconocido.
La importancia de la actuación, para sorpresa de propios y extraños, habría que enmarcarla en una pacata sociedad italiana, influida por los rigores católicos que inoculaba el Vaticano. Nada que ver con la España que se encontró décadas después al ser homenajeada en Madrid, aunque al recoger el título reconocía que era "increíble que a estas alturas tengamos que reclamar estos derechos". Porque era cierto: mientras la gente cantaba y bailaba sus canciones, el colectivo gay seguía siendo acosado y sufriendo agresiones.
Una realidad a dos velocidades, como la que ella vivió en su país. Gobernada por la Democracia Cristiana, el tentáculo político de la jerarquía eclesiástica, Italia se rendía a los pies de una artista que en Santo, santo (Ma che vacanza é) se sentía engañada por un marido remolón en la cama y se preguntaba: "¿Dónde está el sadismo, dónde el masoquismo, lo que me prometió?".
El salvoconducto del divertimento le servía a Raffaella Carrà para colar letras que empoderaban a las mujeres y abogaban por la liberación sexual, al igual que hizo en nuestro país Rocío Jurado a través de Lo siento, mi amor, cuando en 1978, cansada de "fingir", cantaba: "Hace tiempo que no siento nada al hacerlo contigo, que mi cuerpo no tiembla de ganas a verte encendido".
Ambas estrellas recurrían a la ironía, envuelta en una puesta en escena teatral, para reclamar el protagonismo de las mujeres en la calle y en la alcoba mucho antes de que Lorenzo Lamas se proclamase "el rey de las camas". La forma de hacerlo, que podía rozar la sobreactuación y el histrionismo, no podía ocultar un mensaje diáfano, que Francesco Vezzoli tradujo al diario británico The Guardian: "Creo que Raffaella Carrà ha hecho más para liberar a las mujeres que muchas feministas".
Para ondear la bandera gay, Raffaella Carrà (Bolonia, 1943 - Roma, 2021) tuvo que blandir antes la feminista, aunque el viento que las agitaba era el mismo. Había que sacudirse la caspa y, si hacía falta, soplar con todas las fuerzas. Ella podía hacerlo mientras cantaba y bailaba embutida en unos trajes tan deslumbrantes como imposibles, pero su canzone gimnástica no debería opacar las cargas de profundidad contra la beatería.
En Tanti auguri (Para hacer bien el amor) aplaude a quienes tienen muchos amantes e incluso las alienta a procurarse un tío más guapo: "Lo importante es que lo hagas con quien quieras tú". Sin embargo, no se trataba solo de escoger, sino también de llevar las riendas. Así, en A far l'amore comincia tu les recomendaba: "Hazle ver que no es un juego, hazle entender lo que quieres".
Curiosamente, en España se prescindió del lastre feminista desde el propio título de la canción, En el amor todo es empezar, cuando en realidad la Carrà estimulaba a sus coetáneas para que tomasen la iniciativa, o sea, a que fuesen ellas las que empezasen a hacer el amor. Sea como fuere, aquí y allá, en Italia o en España, congregó a millones de mujeres ante la radio y la televisión, que supieron separar la purpurina del grano y entender que aquella mujer era de armas tomar.
¿Cuáles? Las letras, el baile, la picardía y los aparentes dobles sentidos, aunque a veces sus canciones eran de dirección única, explícitas e inequívocas. Por si no fuese suficiente, recurrió a la provocación del cuerpo, si bien no podría calificarse como cosificación, sino como acción directa desde el púlpito masivo de la tele. Así, escandalizó al Vaticano y a la dirección de la RAI cuando enseñó el ombligo en Canzonissima, mientras que en Ma Che Sera se calzó unas medias de liga para sentarse sobre una manzana vestida de monja.
A saber cómo se las arregló para entrevistar a Teresa de Calcuta, camino de la santidad, con un vestido de transparencias. O qué pensaría Pablo VI, pastor mayor de la Iglesia católica, cuando contaba más de lo que cantaba al tiempo que toqueteaba —y se dejaba sobar— en Tuca tuca: "Cuando te miro, sabes lo que quiero de ti".
Quizás sería incluso más escandaloso para la plaza de San Pedro que prescindiese de un hombre para gozar en 53-53-456, un canto a la masturbación donde da en la tecla, aunque durante el ejercicio onanista no consiga comunicarse por teléfono con su amante . Poco importa, porque su dedo va por libre, "se mueve solo sobre mi cuerpo y marca sin parar". O sea, que si nos fijamos en la letra pequeña, la Carrà estaba espoleando a las mujeres a que se dejasen de santurronerías y que experimentasen y se encomendasen al placer.
Que cada una —y cada uno— haga lo que quiera en su cama, vendría a decir. Tomando la iniciativa, buscándose a otro o tanteando prácticas sexuales menos convencionales o establecidas, porque la artista italiana no duda, por ejemplo, en adoptar una posición sumisa en Forte, forte, forte. Queda claro que bajo su melena platino había un cerebro audaz y rompedor, que no dudó en usar desde la plataforma más poderosa e influyente del siglo pasado: la televisión.
No se queden con lo "fantástica [que es] esta fiesta" y déjense llevar por el meneo reivindicativo. Lógicamente, Raffaella pasó a la historia por su propuesta lúdica, pero no hay que olvidar el calado de sus mensajes, ni su capacidad de trabajo. También habría que tener en cuenta que su merecidísimo éxito, que debe mucho a su versatilidad sobre los escenarios, no se forjó a partir de una gran voz. No era Mina, por poner un ejemplo, aunque ella supo suplir el virtuosismo por la actitud.
Esa personalidad arrolladora podría ser comparable con la de otras artistas que tiraron de genio y temperamento hipnóticos para llegar a lo más alto. En España, por ejemplo, Lola Flores. En Galicia, Ana Kiro, madre sin pasar por el altar, casada con un divorciado, pero que trabajó como una condenada tanto en los palcos como en la televisión. En cada tierra encontrarán mujeres como ellas: modernas, trabajadoras, valientes, audaces e iconoclastas.
Por si fuera poco, Raffaella Carrà, quien también triunfaría en la televisión española con los programas La hora de Rafaella Carrà y ¡Hola Raffaella!, era de izquierdas. Y, como nuestra Marisol, no dudó en esconderlo y llegó a declarar a la revista Interviú: "Siempre voto comunista".
Sigue sonando en la pista, aunque hoy hace un año que nos dejó. A los suyos solo les queda bailar estos días en honor de la diosa gay, icono del feminismo e imperecedera estrella del pop. Podrán hacerlo en la plaza que llevará su nombre, cuya inauguración tendrá lugar este miércoles en Madrid durante las fiestas del Orgullo 2022. Ciao, Raffaella!, que en italiano es un adiós, pero también, aunque nunca se haya ido, un hola de bienvenida.
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