Este artículo se publicó hace 17 años.
Tricota en japonés
Éxito de los clubes de ‘amigurumi’, el arte del crochet nacido en el país nipón
“Son taaan monos”, señalan al unísono un par de amigas ante el escaparate de una tienda con amigurumis. Sólo les falta chafar la nariz contra el vidrio. Ya es oficial: lo hecho a mano reverdece que es un contento. En el nombre de lo artesanal, se perpetran muchos horrores, pero el amigurumi es una de las cosas a salvar de la quema.
¿Y de qué va? Como el nombre deja adivinar, el asunto viene de Japón. Se trata de pequeñas figuras, hechas de crochet sobre todo, que siguen la estética kawaii; es decir, los parámetros de lo mono. Desde los setenta, en el país nipón han proliferado creaciones que siguen ese estilo: tamaño diminuto, cabeza enorme respecto al cuerpo, grandes ojos brillantes, apenas nariz ni boca, rechoncheces y colores pastel.
Un poquito de dulzura
La armonía y el detalle han sido siempre intrínsecos a la cultura japonesa. De hecho, allí lo kawaii no sólo aparece en objetos infantiles; aerolíneas, oficinas de correos y marcas de condones presumen de logo-mascotas simpáticas.
Sólo una minoría de los japoneses percibe esto como una infantilización social. Hiroto Murasawa, profesor de Estética en la Universidad de Osaka, explica: “El kawaii es un estado que alimenta la negación. El individuo accede a un mundo amable y dulce, donde no hay rechazo”. Siendo la japonesa una cultura de contrastes, parece lógico huir de la rigidez social cosiendo en tus ratos libres una adorable caca sonriente de crochet.
Cómo ponerse manos a la obra
Para los que se animen a iniciarse, el procedimiento es simple: se necesitan agujas de tricotar, lana, relleno, buena vista, paciencia y un cierto ojo pop. ¿Y esto último a santo de qué? Bueno, además de todo el catálogo habitual de ‘itos’ (perritos, pajaritos, ardillitas), el amigurumi necesita un poco de mala leche para crear figuras inéditas. Verbigracia: Monsieur LeClerc (de ‘Allo, allo!’), Gorbachov con su mancha grana en la frente, Karl Lagerfeld (pre-dieta, abanico en mano) o una Rickenbacker. Si aprender en solitario se antoja aburrido, los encuentros de comandos tricotiles empiezan a ser comunes en ciudades como Madrid o Barcelona. En ésta última, la tienda Duduá (Rossic 6, tel. 93 315 04 01) imparte cursos y vende piezas hechas. La fiebre del tricotado -que ya lleva su buen año- remitirá, pero le auguramos un futuro rollizo a la subfiebre de los amigurumi. Por coleccionables. Por ser taaan monos.
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