Entrevista a Ana Müshell ilustra la ansiedad y la depresión"Todos estamos rotos por alguna parte"
Madrid-Actualizado a
La ilustradora y autora de Maldita Alejandra (Lumen) se sumerge en la vida de Alejandra Pizarnik para no ahogarse en la ansiedad, la depresión y el miedo.
"Alejandra y yo tenemos miedo", escribe Ana Müshell (Jerez de la Frontera, 1989). Ella es ilustradora, ha colaborado con revistas y marcas, suya es la biografía Patti Smith. She has the power, también ha prestado sus dibujos a otras escritoras. Alejandra es Pizarnik, la poeta argentina, sobredosis de barbitúricos en 1972, luego reivindicada cuando ya no había miedo, porque ya no había nada.
En Maldita Alejandra. Una metamorfosis con Alejandra Pizarnik (Lumen) rebusca entre sus diarios, cartas y versos para escribir su propio dietario, acompañado de bellas ilustraciones y prologado por Luna Miguel, uno de sus referentes literarios. El encuentro entre Müshell y Pizarnik proyecta un reflejo en el que todos podemos vernos, porque miedo es ansiedad, depresión es miedo, miedo es fobia: no importa el sufijo, incluso a uno mismo. "El miedo también tiene miedo".
Miedo a no tener dinero para pagar la minuta de la psiquiatra. Miedo a que las pastillas no funcionen o, ¿casi peor?, a que te dejen zombi y no puedas cumplir con el encargo que te permitirá costear la terapia. Miedo a trepar por tu árbol genealógico, porque tal vez esto ya ha sucedido antes, porque quizás la parrilla de salida —ardiente— sea la infancia. Miedo a volverse loca, a que te llamen loca, miedo a no poder dibujar ni escribir cuando estás así.
"Alejandra Pizarnik tenía tanto miedo a la irrelevancia que el mero hecho de cometer un acto relevante [...] le generaba más dolor aún. Quererlo todo, ansiarlo todo, desearlo todo..., hasta el punto de odiarse a sí misma cuando lo consigue", escribe Ana Müshell, quien acude a la cita con la poeta cuando la atenaza la agorafobia, cuando una ruptura la rompe, si no estaba ya rota: "Solo soy sola".
Maldita Alejandra no es un libro de autoayuda, acaso un bote en la tempestad. "Leí que los diarios íntimos sirven para drenar obsesiones. Entonces formará parte de mí lo que me obsesiona". Tal vez sea una reconstrucción de la identidad. Un tratado sincero sobre la salud mental. También el retrato de una suicida que es asidero, porque Ana Müshell se sumerge en la vida de una poeta fascinante para no ahogarse. Para no hundirse.
"Entender es también tener menos miedo".
¿Pizarnik le ha servido para describir sus temores? Al tratar de comprenderla a ella, ¿se ha entendido a sí misma?
Sí y no. Leer a Alejandra Pizarnik ha sido una búsqueda en mí misma y en mis miedos. Después de haberla integrado en este libro, no creo siquiera que la haya logrado comprender. Es un personaje muy complicado y profundo. Yo me he traído una parte de ella, la que he podido y la que más me ha ayudado a crecer como autora y persona, aunque resulta difícil descifrarla.
Quizás sus lectoras podrían entenderla, identificarse con usted e incluso encontrar ayuda en sus páginas.
Para leer mi libro no hay que tener conocimientos previos de la obra de Pizarnik. En la parte íntima de mi diario, trato temas muy universales: el amor, el desamor, la ruptura, el miedo, el duelo, la pérdida, mi relación con los fármacos, la terapia psiquiátrica... Hablo de asuntos con los que se pueden sentir identificadas muchas personas, obviando la parte poética de Alejandra.
¿Los miedos frenan o pueden ser un estímulo para crear? En ese sentido, ¿Pizarnik ha sido una medicina?
Sí. Ha sido un estímulo total para crear y, sobre todo, para sumergirme en un mundo que no era el mío. A veces, una tiene tanto miedo y está tan perdida que penetrar en el universo de otro artista la ayuda a salir de sí misma e, incluso, le puede propiciar ideas creativas.
Yo estaba tan paralizada por el miedo que había momentos en los que me resultaba imposible crear. Cuando tienes tanta ansiedad y depresión, cuando estás medicada, el cerebro no funciona bien. Por eso, para mí ha sido muy importante leer, llegar a otros escritores y sumergirme en los universos de esas mentes que te ofrecen una salida a tu propia vida y experiencia.
Cuando en el diario describo el proceso de creación, comento que se puede escribir sobre el miedo, pero no se puede escribir teniendo miedo. Es decir, no se puede crear desde el miedo. Hay que salir de ese estado depresivo para poder escribir sobre él.
Actualmente, asistimos a un outing de las enfermedades mentales. ¿Contribuye a normalizarlas o cree que todavía se sigue viendo a quienes las sufren como —disculpe el término coloquial— bichos raros? ¿Puede servir su libro de ayuda?
Este tipo de libros ayuda a normalizar la salud mental. Son historias diferentes que llegan a muchos públicos, porque todos estamos rotos por alguna parte. Es bueno que la gente se sincere, desde la ficción o el ensayo, para dejar de sentirnos bichos raros. Un término que me gusta, porque Kafka ya se despertó como un escarabajo. Nos estamos quitando el miedo a exponer esto, a hablarlo con amigos o en los bares, a ser personas que un día están felices y al siguiente se sienten tristes.
¿Pintar y escribir sanan?
Desde luego. En el libro dejo muy claro que los problemas mentales que desarrollamos de adultos se crean en la infancia. Lo mío viene de lejos, pero le pones nombre cuando, al fin, pides ayuda profesional. Y comprenderlo es sanador.
Cuenta la vida de Alejandra Pizarnik —a partir de su poesía, de su correspondencia y de sus diarios—, aunque no es una biografía al uso. También la suya propia, en la línea de la literatura del yo. Un híbrido o, como usted dice, una metamorfosis.
Pizarnik es un fantasma que me ha acompañado durante todo mi proceso de recuperación. La editorial no quería una biografía más de la poeta, sino mi visión de ese fantasma. ¿De qué manera podía yo traer a una autora argentina, tan lejana en el espacio y en el tiempo, a mi piso y a mi intimidad? ¿De qué manera se cruzan nuestros miedos, nuestra adicción a los fármacos y nuestro diálogo sobre la infancia? Esa conexión entre dos autoras ha servido para narrar un proceso de curación, pese a que ella supuestamente se suicidó.
El Ministerio de Sanidad ha lanzado la campaña Llama a la vida y una línea de atención a la conducta suicida (024). Sin embargo, sigue siendo un tabú.
El suicidio sigue siendo un tabú, aunque desconozco si se debe a una cuestión religiosa. En Maldita Alejandra cuento abiertamente que mi abuela y su hermana se suicidaron, y que mi madre tuvo intentos de suicidios. Estoy a favor de pedir ayuda, de la psiquiatría y del fármaco bien llevado. De hecho, ese es el mensaje real de mi libro.
Sin embargo, cuando alguien tiene muy claro que no quiere vivir porque la vida no le aporta nada, cuando desea descansar, en definitiva, cuando tiene una necesidad imperiosa de no vivir, no entiendo por qué hay que ponérselo complicado o por qué no se puede hablar de ello. No es necesario que sea tetrapléjico, ni que sufra una enfermedad terminal.
Tengo amigas que quieren suicidarse, pero no nos han enseñado a hablar del asunto. Nos da mucho miedo la muerte porque es algo desconocido, y todo lo desconocido da miedo. Sin duda alguna, es un tema que hay que normalizar, al igual que las enfermedades mentales.
Ha escrito sobre Patti Smith, otra mujer poderosa. ¿Alguien más que la atraiga?
Silvia Plath fue una visionaria: sus diarios son extraordinarios. David Foenkinos publicó en Alfaguara una biografía sobre Charlotte Salomon, otra figura que me fascina, víctima del holocausto nazi. A través de Patti Smith llegué a Janis Joplin, que me apasiona. Si me remito a mis contemporáneas, estoy obsesionada con la obra de Luna Miguel, de Sara Mesa y de Mariana Enríquez.
Precisamente le iba a preguntar a quién le gustaría ilustrar un libro y tenía en la punta de la lengua a Mariana Enríquez, quien acaba de publicar en Anagrama su obra periodística, El otro lado.
Me encantaría. Me apasiona todo lo que tiene que ver con Mariana Enríquez: el terror, la brujería, lo sectario o el contexto sociopolítico. También me interesa el mundo del deseo que estudia Luna Miguel, una escritora maravillosa. Me gustaría publicar un libro ilustrado sobre ella.
¿Se siente más cómoda escribiendo lo que ilustra o le gusta interpretar con imágenes las obras de otras autoras, como hizo en La mala leche, de Henar Álvarez?
Me interesan ambos puntos de vista, aunque no es lo mismo ilustrar desde el yo que quitarme mi piel y ponerla en el texto de otro. Son dos proyectos completamente diferentes: ambos me aportan y hacen que me sienta cómoda. A veces, eres más exigente y te pierdes más con tu propio relato que cuando cuentas la historia de otra persona, porque te da directrices y lo ves más claro.
Algunas ilustradoras se han revelado como escritoras y columnistas. Aunque usted ha publicado fanzines y novelas gráficas, no sé si la escritura ya estaba antes ahí, larvada u oculta.
Yo me lancé a escribir Maldita Alejandra porque Lumen quería una historia muy verdadera y muy desde el yo. La editora me dio mucha energía para hacerlo. Durante el proceso, he leído muchísimo, lo que ayudó a poner en orden las ideas y a ponerme a escribir. Sin embargo, yo nunca diría que soy escritora, porque esa palabra me queda enorme. No por darle a la tecla y formar frases voy a serlo.
Yo soy una ilustradora que trabaja en el sector editorial y publicitario, pero este libro me ha permitido explorar la palabra desde mi propio diario, un formato que no es muy exigente y te permite una mayor libertad literaria. Con los fanzines ya había algo relacionado con la palabra, pues es otra manera de rastrear emociones, sentimientos y, en definitiva, la creatividad. No sé si algún día me dará por la fotografía, porque me gusta indagar en las diferentes formas de expresar lo que llevo dentro.
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