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El 21 de febrero de 1919, Barcelona quedó a oscuras después de que el Sindicato Único de Agua, Gas y Electricidad de la CNT declarara la huelga en Catalana de Gas, Ferrocarril de Sarriá y Sociedad General de Aigües, empresas participadas por la compañía Barcelona Traction Light and Power (conocida por "La Canadenca", por ser de capital canadiense).
Aquella acción, motivada por los recortes salariales a la plantilla, daba inicio a una movilización que, bajo el liderazgo de Salvador Seguí, consiguió que el Gobierno presidido por Álvaro de Figueroa y Torres, primer conde de Romanones, aceptara mejorar las condiciones laborales de los trabajadores e hiciera efectiva la jornada laboral a un máximo de ocho horas.
Entrevistamos a la profesora e historiadora especializada en movimientos obreros de la Universitat de Barcelona, Teresa Abelló, sobre aquel episodio en La vaga de La Canadenca (Rosa dels Vents). Nacida en Vinaixa (Lleida) en 1951, repasa las circunstancias que llevaron a uno de los éxitos más contundentes del movimiento obrero en todo Europa, después aplastado por el pistolerismo de la patronal.
La huelga de La Canadenca (1919) es considerada un hito capital en la historia del movimiento obrero en Catalunya. ¿Por qué tendrá tanta trascendencia?
Sobre todo porque llega cuando el obrerismo se encuentra en su madurez. Hasta entonces también se habían registrado grandes paros, como por ejemplo la movilización por la longitud de las piezas tejidas, a mediados del siglo XIX. Pero en general todos acababan fracasando, hasta el punto que el mismo movimiento se replanteó si la huelga era el instrumento óptimo para lograr sus demandas.
Diez años antes, había tenido lugar la Semana Trágica. ¿Fue un ensayo para el paro que vendría entonces?
Más bien al contrario. Frenó el proceso de organización que la CNT empezaba a experimentar, de aquí que, si se ha mitificado, seguramente es por la represión tan indiscriminada en la que desembocó. En realidad, aquello que condujo a la huelga es el contexto de inflación en que sucumbió Europa después de la Primera Gran Guerra.
¿Provocó que los nuevos dirigentes de la CNT, surgidos del Congreso de Sants de 1918, cambiaran la estrategia?
Se crea un nuevo sindicato para resolver los problemas de los trabajadores antes de hacer la revolución
Asumen que las formas adoptadas hasta entonces ya no sirven. A la postre, después del Proceso de Montjuic, muchos trabajadores se añadieron al lerrouxismo, mientras que la mayoría de los líderes acabaron en la clandestinidad. De forma que, para evitar cometer los mismos errores, apuestan por construir un sindicato fuerte -hasta aquel momento, la CNT no había prestado mucha atención a la organización interna- y con suficiente empujón para convencer a la población que, a diferencia de los líderes anteriores, ellos sí que serán efectivos. No quiere decir que olviden la revolución, pero creen que antes de llegar, hay que resolver las necesidades de los trabajadores a corto y medio plazo.
Tampoco les seduce bastante la Revolución Rusa. ¿Es así?
Hay quién de entrada se refleja en ella, pero en general entienden que es un factor de distorsión para vertebrar el proyecto anarquista. Lo que ayudará a hacer posible la huelga también es la desconfianza con el Estado, a quien acusan de obviar sus demandas. Sin olvidar el papel que juega Salvador Seguí, el Noi del sucre, como referente de una organización dispuesta a aguantar una nueva huelga y encabezar el anarcosindicalismo.
¿Para los nuevos dirigentes, pesa más ser fieles a los ideales o ser realistas en la acción militante?
Las dos cosas. El plano teórico lo tienen claro, de aquí que cuidarán la formación y la preparación de los afiliados, pero también ven que las necesidades del mañana hay que abordarlas lo más deprisa posible. Aquí recae la gran virtud del sindicato, que a la vez es su gran problema: la dificultad de congeniar revolucionarios con pactistas.
Llegados a la Huelga de 1919, la CNT topó con el pistolerismo, que se alargaría durante la década de los años veinte. ¿No calculó el impacto que tendría la protesta?
La Canadenca refleja lo que siempre ha vivido el obrerismo: salir derrotado y, a pesar de todo, ser bastante resiliente para rehacerse. Si se encuentra con aquella hostilidad tan salvaje es porque el éxito del sindicato se convierte en peligroso para los intereses de los poderosos. Así se percibe el día en que se certifica el acuerdo con el Estado para establecer la jornada laboral máxima de ocho horas, una medida que se añadía a otras reivindicaciones.
¿Qué sucede aquel día?
Los sectores conservadores se dan cuenta que, si las protestas de antes se sofocaban desmantelando las organizaciones, la huelga de La Canadenca ponía de relieve que la CNT era más fuerte de lo que se imaginaban. Por eso el pistolerismo no se dedicará tanto a reprimir al sector revolucionario de los Solidarios, encabezados por Durruti y otros dirigentes. La gran escabechina va contra los cuadros de la CNT que, de la mano de Seguí, habían logrado el pacto con el Estado, pero también contra las facciones liberales que, desde fuera, habían instado Romanones a hacerlo posible.
¿Este autoritarismo allana el terreno para la posterior Guerra Civil?
Sin duda, porque dará pie a la dictadura de Primo de Rivera, hasta llegar a la República del 31, donde en la CNT vuelve a haber un enfrentamiento entre los revolucionarios, que critican la presencia de Frederica Montseny en el Gobierno español, y quienes lo defienden arguyendo que hay que dar un voto de confianza a las reformas que se plantean.
¿Con el alzamiento fascista, en qué medida el movimiento obrero de la posguerra y la Transición se queda sin referentes con que inspirarse?
La dictadura lo aniquilará casi todo, abocando a la mayor parte del sindicalismo libertario a sobrevivir en la clandestinidad o bien al exilio. Un hecho que no solo impedirá ninguna nueva victoria, más allá de la huelga de los tranvías de 1951 y otras protestas registradas en la época de Franco; también facilitará que muchos trabajadores se acaben enrolando en las nuevas Comisiones Obreras surgidas en 1966.
Pasado un siglo, pues, ¿qué ha quedado de la huelga de La Canadenca?
Ha dejado un poso en el obrerismo catalán, esto es innegable. De hecho, hoy también existe un precariado que ve como disminuye su poder adquisitivo. El problema es que, a diferencia de entonces, no existe ahora un sindicato con capacidad para vehicular este malestar. Del mismo modo que las políticas tienden a aislar al individuo de la comunidad, cuando entonces era fácil establecer vínculos sociales, crear redes y generar el clima de solidaridad para que la huelga fuera un éxito colectivo.
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