¿Quién teme al pueblo de Hitler?: cuando un país no confronta su pasado nazi
La película documental de Günter Schwaiger parte de la historia de la casa del dictador en Austria para concluir que no estamos a salvo del pasado. El cineasta se encara con la memoria de su familia para liberarse de la vergüenza y la culpa.
Algo está grabado dentro de nosotros… Nos sentimos a salvo del pasado, pero ¿lo estamos realmente?" En la Europa de hoy, con los partidos fascistas acercándose amenazadoramente al poder, estas palabras deberían funcionar como voz de alarma, servir de alerta, como lo hacen en Braunau, el pueblo donde nació Hitler. Allí, aun siendo, como dice el teórico Karl Sierek, el lugar del mundo donde es "más fácil ser antifascista", el cineasta Günter Schwaiger certifica que Austria todavía no ha confrontado su propia historia, su pasado nazi, y sigue corriendo grave peligro.
"Debemos descubrir por fin nuestra historia por nosotros mismos y asumir la responsabilidad". El cineasta austriaco se refiere "al hecho de que la mayoría de nosotros en Austria somos descendientes de perpetradores, seguidores y simpatizantes o de aquellos que se criaron en el Estado nazi, y no de víctimas". Son declaraciones nacidas de su aproximación a la casa natal de Hitler y los planes sobre ella y a la exploración de la memoria de su propia familia durante el nazismo. Palabras que ahora, en su nueva película, ¿Quién teme al pueblo de Hitler?, se convierten en una reflexión necesaria sobre nuestra relación con la historia y sobre el deber ético hacia el presente y el futuro.
Nación de teatreros
"Vivimos bajo la sombra del pasado", sentencia Günter Schwaiger, que en la película viaja hasta Braunau, donde vive su hermano, a pocos kilómetros del pueblo donde él mismo nació. Allí graba a una maestra en la escuela preguntando a sus alumnos de quién fue "la culpa de todo". "De Hitler", responden. Y ella, entonces, les advierte: "Hitler no pudo hacerlo solo".
La complicidad con que contaron los nazis en sus planes genocidas crea la inquietud entre estos alumnos, habitantes de una ciudad estigmatizada, donde sus habitantes durante años escondieron de dónde eran porque les suponían a todos nazis. Hoy son vigilantes de la democracia y el antifascismo, conscientes del peligro que acecha a esta Europa de hoy.
En Austria, como en Alemania, la mayoría de los crímenes nazis quedaron impunes tras la guerra. Desde 1995 hasta hoy solo hubo 20 condenas en más de 1.000 procesos en Austria. "La tragedia es que así los conflictos no resueltos se trasladan a las generaciones futuras. La mayoría de nosotros somos descendientes de verdugos y simpatizantes, no de víctimas. Thomas Bernhard nos llamó una nación de teatreros. Por fin entiendo lo que quería decir con eso".
Nunca jamás fascismo
Schwaiger, en la película, sigue la historia de la casa natal de Hitler, un edificio al que se conoce como la 'cuna del mal' y junto al que se colocó una roca procedente del campo de concentración de Mauthausen. "Para la paz, la libertad y la democracia. Nunca jamás fascismo. Millones de muertos lo advierten", se puede leer en ella.
Aquella casa, en la que Hitler vivió solo tres años, se convirtió en colegio después de la guerra. En 2016 la expropió el gobierno y durante un tiempo, la cedió como sede a la ONG Lebenshilfe, que trabaja con personas con discapacidad. Aquella organización dio, según los habitantes de la ciudad, "una energía reparadora" al lugar. Pero el gobierno, preocupado por la posibilidad de que se convirtiera en lugar de peregrinación de adoradores de Hitler, la vació.
En 2019 se anunció que el edificio, finalmente, acogería una comisaría de policía. Una decisión que, paradójicamente, coincidiría con los deseos que manifestó el propio Hitler para la casa. En 1939, en un diario local se publicó un artículo en el que se especificaba que Hitler había puesto la casa a disposición de las autoridades locales nazis de Braunau y que su deseo era que se le diera un uso administrativo.
País de verdugos
La remodelación que quiere llevar a cabo el gobierno tiene como objetivo "neutralizar" el lugar. Incluso quisieron retirar la roca de Mauthausen y borrar así la memoria del horror, algo que los ciudadanos consiguieron detener. "La historia no se puede neutralizar, eso lo sabemos todos. Nunca más fascismo. Nunca más guerra. La piedra se queda", gritaron.
"La piedra de la memoria es un símbolo muy importante y no tiene nada que ver con la política o los partidos. Austria fue un país de verdugos y eso no debe olvidarse, no deben ocultarlo bajo la alfombra. Sería el primer paso para que se repita", dice mirando a la cámara el hermano del cineasta. Hijos ambos de un matrimonio que, como muchos otros, vieron pasan ante sus casas los trenes que llevaban a miles de polacos a los campos de concentración. "Las cosas eran así".
Dolorosamente, el cineasta constata que no era así siempre las cosas. En su búsqueda de verdad y reparación, consigue desprenderse de la vergüenza y la culpa, y enfrenta la historia de sus padres a la de Lea Olczak, una mujer que nació en 1922, socialdemócrata, doctora en Filosofía por la Universidad de Viena, que fue vicealcaldesa de Braunau, donde ella y sus padres protegieron y acogieron a trabajadores forzosos polacos durante la guerra. Luego Lea se casó con uno de ellos.
"¿Qué podemos aprender de aquellos pocos que actuaron de manera diferente y ofrecieron resistencia?" se preguntó el director durante la presentación de la película en un festival en Austria, donde concluyó: "Aceptar la historia significa, sobre todo, hablar y escuchar".
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