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Actualizado:En Madrid, parafraseando a Eugenio d'Ors, a las siete de la tarde haces cola o te la hacen. Menos habitual es que la fila sea crónica y forme parte del paisaje, como la que cada Navidad aguarda paciente ante la administración de loterías de Doña Manolita. Por ello resulta sorprendente que, a comienzos del verano, bajo un sol de justicia, centenares de personas se tuesten en el solárium de la Gran Vía durante una sofocante sesión que puede superar las dos horas. Stranger Things, o sea, cosas extrañas veredes, amiga Once.
La sarta de niños y padres, púberes y adolescentes, turistas y seriéfilos lleva días serpenteando el edificio Telefónica, cuyo bajo alberga una tienda de Movistar donde han plantado algunas dependencias del Laboratorio de Hawkins. Allí, el doctor Martin Brenner experimentó con Once, una de las protagonistas de la serie Stranger Things, para poner a prueba sus habilidades telequinéticas. El objetivo, precisamente, de quienes esperan: ocupar el lugar de la chiquilla y comprobar si poseen poderes paranormales.
Los afortunados podrán volver a casa y encender la luz de la cocina con la mente, hacer levitar una cerveza, aproximarla a la boca, estrujar la lata y depositarla en la bolsa de basura amarilla con la mente, siempre y cuando sean mayores de edad. La presencia de adultos en la Gran Vía no es baladí, pues acompañan a los menores de dieciséis años. Rubén, por ejemplo, tiene diez, se declara fan de Dustin "porque es muy gracioso" y reconoce que se ha acercado tras haber visto "cosas" —se supone que extrañas— en TikTok.
Si prescindimos de los tutores, la mayoría son chavales y veinteañeros. Llegan en pareja o en pandilla desde todos los rincones de Madrid y tiran de móvil, conversación e incluso juegos para amenizar la espera. Como Lucía, quien saca las cartas Uno de la mochila mientras explica que ya había visitado la exposición organizada en 2019, donde los fans viajaron al verano del 85 en Hawkins. Allí disfrutaron de la feria local, de las máquinas Arcade y de la heladería Scoops Ahoy, ubicada en el centro comercial Starcourt, uno de los escenarios de la tercera temporada.
Lucía prefiere la cuarta entrega, cuya segunda parte se estrena este viernes en Netflix. A sus dieciocho años, sus personajes favoritos no son los niños, sino Robin y Eddie, aunque reconoce que "Eleven mola mucho, porque es la que une a todos". Y la destinataria de una carta, escrita por Hopper, que la hizo "llorar mucho". Su amiga Luciana se queda con "la música, la ropa y la estética de los ochenta, pese a no haber conocido esa época". Sus amigas callan que ya estuvieron aquí el martes por la tarde, cuando, tras dos horas de cola, les advirtieron de que el cupo estaba completo y no podían entrar.
Han venido desde Coslada a propósito y no son las únicas que estuvieron en la anterior exposición. Rubén, entonces y ahora, se ha acercado desde Parla con su padre, Juan Manuel, a quien le gusta ver la serie con sus hijos. Añora los años ochenta, una constante entre buena parte de los presentes, los hayan vivido o no. "Me hace recordar mi infancia y, como nos gustó la experiencia anterior, hemos repetido", comenta. El crío se muestra tímido, pero de repente se envalentona cuando le mentan a los monstruos que amenazan desde la pantalla: "No me da miedo".
Marta y Adrián, que se engancharon por sus amigos, prefieren visitar The Lab —como ha sido bautizado el recorrido— antes que un museo. Son de Alicante y están de vacaciones en Madrid, por lo que han aprovechado la escapada para ponerse en la piel —más bien, en el cerebro— de Once. Y, pese a tener doce y quince años, confiesan que "da bastante miedo". Si ellos llevan aquí dos horas y están a punto de entrar, ¿cómo se explica que Jesús y Adrián esperen desde hace dos horas y media y todavía les quede un buen rato? ¿O que Lucía y sus amigas no se hayan movido casi del sitio, según ellas, en una hora?
Cosas extrañas. Si los fans de la serie pierden la noción del tiempo, habrá que ver cómo se desenvuelven en el test de aptitudes paranormales que les espera dentro, donde se someterán a las pruebas de control lumínico, levitación de objetos, telequinesis y fuerza mental. Son las habilidades que deben acreditar para acceder al Upside Down, o Mundo del Revés, una dimensión alternativa que da bastante mal rollo. A dios gracias, en la calle Gran Vía 28 solo han recreado el laboratorio y todo el mundo sale indemne.
Lo hará el novio de Rebeca, David, quien confiesa que no ha visto la serie; Natalie y Jonathan, expectantes ante la "incógnita" de la segunda parte de la cuarta temporada; y quizás Luisa, la última de la fila, quien se concede quince minutos para ver cómo avanza. Ha venido desde París para asistir al concierto de Sebastián Yatra y no se le pierde nada en los museos, pues ya los ha visitado en numerosas ocasiones. Ella también estuvo en la exposición de 2019 y comenta que se aficionó a la serie "por la época, los personajes, la ropa, la música y el ambiente".
Jesús, de 55 años, cree que es una serie "que rompe con todo", pues está protagonizada "por una niña con poderes psíquicos que se enfrenta a monstruos". A su lado, Adrián, de 21 años, el culpable de todo. "Mi hijo me indujo a ver la serie y, desde el primer capítulo, me ha parecido especial y diferente", añade antes de acceder a The Lab, que permanecerá abierto hasta el 31 de julio. Luego, el 19 de agosto, se trasladará a Barcelona. La entrada, en ambos casos, es gratuita.
Desde esta mañana, la cola no ha menguado. Clara y Nico, de dieciséis años, se hacen fotos antes de salir a la calle en un espacio decorado para la ocasión. "Está muy guay, ha valido la pena", responden al unísono. Jon y Nuria, de 23 y 21 años, también han quedado satisfechos tras esperar una hora y media. "Ha sido genial, porque todo está muy currado", opinan. "Ningún fanático como nosotros debería perdérsela". Stranger Things dentro y cosas extrañas fuera: calles cortadas, cochazos negros a toda leche y no sé qué de la OTAN, también muy ochentera, pero menos molona.
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