MADRID
Actualizado:Hombres que abren los mares, cristianos devorados por los leones, esclavos sudando sangre… raciones y raciones de gore… resucitados, enfermos milagrosamente curados y sufrimiento, mucho sufrimiento. Un auténtico festín para el cine que, sin embargo, este año ha llegado a la Semana de Pasión con muy poca pasión.
A no ser que les vayan los gustos de los penitentes, los látigos, las espinas, los cilicios… no es necesario resignarse a los nuevos títulos, siempre pueden volver al regocijo de la Semana Santa de la carrera de cuadrigas de Ben-Hur o la grandeza de Kirk Douglas en Espartaco.
Una historia de María Magdalena retratada como un apóstol más de Jesucristo (María Magdalena, de Garth Davis) y un biopic sobre Lucas y Pablo, protagonizado por el ultra católico Jim Caviezel (Pablo, el apóstol de Cristo, de Andrew Hyatt) son la única aportación del cine este año a la cartelera de Semana Santa. Morosas y, por momentos, pesadísimas, estas dos películas no pueden competir ni siquiera con la larguísima y excesiva biografía que se marcó Franco Zeffirelli en 1977 en Jesús de Nazaret. Por lo menos de aquella se conservan unas cuantas anécdotas sabrosas.
Robert Powell, el actor que por su parecido con la imagen que Occidente tenía de Jesucristo le quitó el papel de hijo de Dios a Dustin Hoffman y Al Pacino, se convirtió al catolicismo en aquel rodaje que, por cierto, arruinó su carrera, porque después nadie quería contratar a Cristo para ningún personaje. Dicen que la habilidad del británico para no parpadear le dio el toque especial para que el público viera en él al verdadero mesías. Powell se permitió un parpadeo en el momento de la crucifixión.
‘La historia más larga jamás contada’
Howard Gaye también se daba un aire a Jesucristo o a la idea que se tiene de él en Europa. El actor, otro británico, fue uno de los primeros que interpretó tan ilustre personaje en el cine, lo hizo en la monumental Intolerance (1916) de D.W. Griffith, donde uno de los episodios históricos que narraba estaba dedicado a la pasión.
Diez años después, Cecil B. DeMille rodó El rey de reyes, donde la historia se contaba desde el punto de vista de María Magdalena.
Aquel gigante del cine mudo, que se jactaba de conocer muy bien los gustos del público, volvió al tema bíblico en 1956 con Los diez mandamientos, casi cuatro horas de Moisés-Charlton Heston. Fue la película más cara de su época y también una de las más taquilleras de la historia del cine.
La historia más grande jamás contada, una orgía de estrellas con Max von Sydow, de nuevo Charlton Heston como Juan el Bautista, Telly Savalas, Martin Landau, Donald Pleasance, Carroll Baker, Dorothy McGuire… dirigida por George Stevens (aunque las crónicas de la época aseguran que David Lea y Jean Negulesco también dirigieron parte de la película) no llegaba, por poco, a esas cuatro horas, pero pasó a la historia popular con el sobrenombre de La historia más larga jamás contada.
“La perfecta libertad no existe”
La época de Cristo y de la villanía de Pilatos y los romanos había quedado ya, antes de aquella superproducción, grabada en el colectivo popular con dos títulos inolvidables. ‘Quo vadis’, la película de Mervin LeRoy de 1951, que se rodó en Cinemascope y en Technicolor y en la que Peter Ustinov daba vida al perfecto Nerón.
Y ocho años después llegó una de las más grandes, Ben-Hur, una obra maestra de William Wyler, adaptación de la novela de Lewis Wallace que protagonizaba un Charlton Heston, sublime en sus momentos de amor y de odio (“La perfecta libertad no existe. El hombre debe saber bien en qué mundo vive. Y en este momento, el mundo es Roma”). Once Oscar y una carrera de cuadrigas que sigue por superarse aún hoy.
Entre ambas, La túnica sagrada, de Henry Koster, primera producción en Cinemascope y de la que sobre todo se recuerda la cara de dolor de estómago del insufrible Victor Mature.
El coloso mexicano
Mucho más contenido, aunque con mucha autenticidad, Piel Paolo Pasolini mostró su personal visión de la vida de Cristo en El Evangelio según San Mateo y por ella se llevó el Premio Especial del Jurado en Venecia. Y el actor Jeffrey Hunter, en manos del magnífico Nicholas Ray, concedió un envoltorio muy humano al Jesucristo de ‘Rey de reyes’, donde interpretaba a un hombre que dudaba y que sufría mucho por ello.
Y en esa nueva corriente ‘humanista’ de la Pasión, Richard Fleischer decidió contar esta legendaria historia desde el punto de vista de Barrabás. El poderoso Anthony Quinn, ese coloso mexicano que eclipsaba a todos los protagonistas hasta que empezó a serlo él, se metía en la piel del hombre indultado por Pilatos y que vivía el tormento de ver cómo su libertad llevaba a la cruz al hijo de Dios.
La pasión gore de Gibson
La polémica llegó en 1979 con la hilarante La vida de Brian, de Monty Python, que escandalizó tanto que no llegó a estrenarse en algunos países. Volvió la bronca en 1988 con el atrevimiento genial de Martin Scorsese en La última tentación de Cristo, y de nuevo en 2004 con la versión más gore de esta historia que rodó Mel Gibson, La pasión de Cristo.
La primera se prohibió en muchas ciudades, provocó manifestaciones de ultras a las puertas de los cines y, por supuesto, significó una propaganda magnífica para una película fantástica. La segunda era una crónica da la tortura y la muerte que algunos tacharon de antisemita, la mayoría de innecesariamente violenta y algunos de experimento único nada desdeñable para el cine.
Pero la que nunca levantará otra cosa que no sean aplausos, como la mencionada Ben-Hur, es la emocionante, en muchas escenas, deslumbrante, Espartaco Cine político mucho más que religioso con un Kirk Douglas magistral como actor y decidido y valiente como productor. Escrita por Dalton Trumbo (uno de los nombres de la lista negra del macartismo), Franco estaba dispuesto a prohibir su rodaje. Con todo el equipo plantado ya en tierra española, el Douglas productor tuvo que soltar unos cuantos fajos de billetes a una organización benéfica de Carmen Polo para poder hacer la película.
La mamá de Pablito Calvo
La epopeya de este esclavo tracio vendido como gladiador (“Sólo un hombre que se sabe libre es capaz de liberarse de la esclavitud. Volveremos y seremos millones”) ha dejado momentos inolvidables más allá de la Semana de Pasión. El grimoso Craso (Laurence Olivier) preguntando a su sirviente Antonino (Toni Curtis jovencísimo) si le gustaban más las ostras o los caracoles, o cualquier momento con Peter Ustinov o Charles Laughton o…
Mientras en España, en la Semana Santa de aquellos funestos tiempos de Franco, se convertían en grandes éxitos las conversaciones de Pablito Calvo con una estatua de Jesucristo (con la voz de José María Oviés) hablando de su mamá, en Marcelino, pan y vino.
Dirigida por Ladislao Vajda, nombre clave del cine español que alcanzó su mayor éxito con esta historia, estaba narrada por Fernando Rey y se hizo tan popular que vivió posteriormente en unas cuantas adaptaciones, entre ellas, una serie de anime.
Ninguna tan despreocupada ni cargante como la película de Ramón Torrado sobre los milagros de Fray Escoba, un franciscano limeño obsesionado con barrer y barrer.
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