“El capitalismo prohíbe todos los lujos. Nada de lujos. Sólo lo estrictamente necesario: el derroche, el incendio, la destrucción, la muerte"
Santiago Alba Rico. Penúltimos días
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Llega caminando despacio, se acomoda tranquilo frente a la mesa de mármol en la que apoya con suavidad los codos. Sus manos acompañan con sosiego un hablar pausado y un decir contundente. Es como si el cuerpo –esa naturaleza preciosa para el pensador– se rebelara contra lo que define como “cultura de los cinco segundos; ese proyecto premeditado –explica– centrado en las redes, en la simultaneidad y no en la sucesión, para privarnos de la narración, de los tiempos lentos”.
Es por eso que, como otros de su gremio, Santiago Alba Rico (Madrid, 1960) no se reconoce filósofo: “Hace cuarenta años que nadie merece ese nombre. La filosofía está relacionada con la madera, con el papel y con una cierta lentitud que ha desparecido de nuestras vidas. El filósofo se levanta antes que las cosas. Y yo soy insomne y madrugo mucho, pero cuando me levanto las cosas ya están despiertas y desfilando vertiginosamente delante de mis ojos”.
Dice que “el azar cuenta mucho más de lo que creemos en nuestra vida”. El suyo pasa por una cuna burguesa de padres reconvertidos al antifranquismo; un colegio del Opus Dei en el que su exclusión del grupo de los matones le privó de derechos como la música, el sexo o el tabaco; y una grave enfermedad que le permitió introducir el marxismo para niños en TVE, a través de las fábulas de los electroduendes y la bruja Avería –“esa tía mala y al mismo tiempo combativa que uno siempre quiso tener”– en el programa que dirigía su madre, Lolo Rico: La bola de cristal.
Pero si hay una circunstancia crucial en la vida de Alba Rico –“una experiencia axial, casi evangélica”, dice él– es su marcha a Egipto. “Fue una huida azarosa y triunfante del carácter. Frente a mi carácter, mis destinos eran El Cairo y mi compañera, que me convirtieron en otra persona. Huía de la Madre (con mayúscula). Huía de una lengua, la lengua materna. Y huía de una ciudad, Madrid, fetiche de todas mis angustias”.
“La Movida madrileña fue nula en términos intelectuales y reaccionaria en términos políticos”
Era el Madrid de 1988, los estertores de una Movida madrileña, de la que Santiago no guarda muy buenos recuerdos. “La Movida fue la reunión de dos corrientes que estaban condenadas a separarse: una de renovación estética y cultural, pero nula en términos intelectuales y reaccionaria en términos políticos. ¡Y la prueba es dónde han terminado sus grandes representantes como Alaska o Loquillo!”, exclama. “Y la otra, de izquierda marxista, comprometida. Triunfó la primera, la segunda quedó marginada hasta el 15M”.
En la segunda hay que enmarcar a Alba Rico y a su colega y amigo Carlos Fernández Liria con quien escribió Dejar de Pensar y Volver a Pensar, dos libros muy críticos con el PSOE, en especial tras el referéndum de entrada en la OTAN, y de gran valor entre la izquierda de aquel momento. Pero es El Cairo, el que marca la obra del filósofo: “Yo siempre digo que he escrito veinte veces el mismo libro. Tiene que ver con el descubrimiento de una ciudad que gira siempre en torno al valor de uso. Y el primer valor de uso es el cuerpo”.
“Lo que ha ocurrido en las sociedades como la nuestra –de consumo, de destrucción por el fuego, que es lo que quiere decir en latín– es que el deseo se ha asociado a la imagen y se ha disociado del cuerpo. El cuerpo ha desaparecido. Cuerpo solo tienen los inmigrantes, las embarazadas, los enfermos y los viejos, que quedan excluidos de nuestro campo visual”. A partir de esa idea, se extiende pausado Santiago sobre los valores de cambio y la paradoja de nuestro modelo: “el que más riqueza ha producido lo ha hecho en términos tan abstractos que es la primera sociedad de la historia sin cosas. Y sin cosas no hay razón finita ni memoria finita ni imaginación”, concluye.
De ahí que su propuesta sea la de “ser revolucionarios en lo económico –porque el capitalismo es irreformable– reformistas en lo institucional –no se puede renunciar a los logros de la Ilustración como el principio de separación de poderes o los derechos humanos- y conservadores en lo antropológico. Hay que conservar la razón la memoria y la imaginación. Sin ellas –cita Santiago a Wallerstein– será imposible generar las condiciones mínimas para ser relativamente justos y relativamente revolucionarios”.
En 1994, la llegada de su primera hija convirtió en hostil la ciudad que regaló a Alba Rico uno de los ejes centrales de su pensamiento. Marchó a un pueblo de Ávila, a una casa de piedra levantada en 1793, a la que ya ha trasladado toda su biblioteca y donde
–aventura– terminará sus días. Después de tres años en Lisboa, “uno de los peores periodos de nuestra vida, del que no puedo hablar sin que ocurran cosas trágicas” (y remite para comprenderlo al último capítulo de su libro Leer con niños) Santiago se instaló en el Túnez en el que estaba a punto de estallar la primavera árabe.
“Una revolución es lo más parecido a un enamoramiento colectivo. Una situación en la que de pronto cambia el marco de la sensibilidad colectiva y ocurre aquello que decía Aristóteles: Cuando uno ama quiere ser bueno; hasta los asesinos cuando aman quieren ser buenos. Y eso fue lo que nos pasó a todos en Túnez en aquellos tres meses hasta febrero de 2011” . Y de aquella experiencia sacó el antropólogo otra conclusión: “Comprendí que el caos y la violencia son artificiales, vienen impuestos desde fuera, son siempre el resultado de intervenciones dictatoriales”.
“Lo que estamos viviendo ahora en Europa, Siria, Libia o Irak es una revolución negra, fruto de la revolución democrática fallida de 2011”
Hoy sigue residiendo en la ciudad del jazmín y el azahar, convencido de que sin el resto del mundo árabe, Túnez no puede resistir. “Cada vez que en esa zona del mundo los pueblos se han expresado libremente han dejado claro que no quieren a ninguna de las tres fuerzas que han dominado aquella zona en el último siglo, hermanos trillizos que se alimentan recíprocamente: las dictaduras locales, las intervenciones extranjeras e imperialistas y las respuestas yihadistas y terroristas”.
Cita a Gramsci para explicar que “el fascismo es siempre el resultado de una revolución fallida” y afirma que “lo que estamos viviendo ahora en Europa, Siria, Libia o Irak es el fruto de la revolución democrática fallida de 2011”. Y con calma desarrolla su teoría: “Empezó en el mundo árabe, cruzó como una metástasis saludable a España y a Europa, llegó hasta Wall Street. Pero aquella revolución fue derrotada y lo que tenemos ahora es una revolución negra”.
Una revolución que –según el filósofo– es la única que existe en Europa y en el mundo árabe “en dos fuerzas sinérgicas que se alimentan recíprocamente”. En el caso del viejo continente, continua, “tiene una vertiente económica ultraliberal, que ha desmantelado el estado del bienestar, los servicios sociales, etc.. Y una vertiente política que es propopulista, neofascista protofascista. Y la respuesta frente al ISIS, como la respuesta frente a la revolución negra –que es la única que hay– solo puede ser más democracia y más derechos”.
No todo es oscuridad en el discurso del filósofo que se felicita del milagro español: el del 15M “que nos vacunó contra lo que ocurre en el norte de Europa y que ha conseguido desarrollar un proyecto –¡ahora además con una confluencia!– que va a servir de freno de emergencia”. Receta “idear pequeñas trincheras, nichos de resistencia cultural que se extiendan en un frente europeo, a sabiendas de que eso lleva a la confrontación”. Y por ello, anima a la movilización, “porque una confrontación sin apoyo, sin gente, es una confrontación perdida”.
Santiago Alba Rico fue candidato de Podemos al Senado por la provincia de Ávila en las elecciones del 20D. “Me presenté para no salir, era una de mis condiciones. Niega rotundo que vaya a repetir el 26J pero sí aventura resultado: “Con todas las confluencias imaginables, en la mejor de las situaciones, 90 diputados”. Y es casi una súplica su reivindicación final: “Si sólo podemos llegar hasta ahí, tenemos que llegar hasta ahí. Lo contrario sería un fracaso y entregar el mínimo freno del sur de Europa a la revolución negra”.
"El mercado ha subvertido el sueño democrático liberal. Ha vuelto completamente opaco el Estado y completamente transparentes los cuerpos y las almas. Para luchar contra el capitalismo, para defender la democracia, es necesario "volver al armario", reivindicar la fuerza resistente del secreto, soportar sin sucumbir la tentación de desnudarse"
Santiago Alba Rico. Penúltimos días
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