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Sabiduría de barra de bar

Mientras en la España real las camareras y camareros soportan condiciones laborales casi medievales, los del cine, mucho mejor situados, reparten su sabiduría a golpe de cañas. 

primer plano mano vertiendo cerveza en vidrio
Primer plano mano vertiendo cerveza en vidrio. Freepik

En España se buscan camareros. Sueldos miserables, condiciones medievales, alquileres carísimos… han puesto el sector patas arriba. Mientras en plena temporada turística los hosteleros intentan completar las plantillas para cubrir el verano, nosotros nos vamos de bares con camareros de fiar, bien pagados, perfectamente profesionales. Son, por supuesto, camareros del cine, los de la vida real, bastante tienen con aguantar en pie diez horas todos los días de la semana.

"Es muy difícil encontrar buen servicio ahora mismo", se lamentaba una señora de la fiesta de El guateque (Blake Edwards, 1968), completamente ajena a la inmensa fortuna de estar en manos de Levison justamente esa noche. Borracho como una cuba, el camarero de esta película es uno de los más divertidos de la historia del cine. Imposible no doblarse de la risa aquí con el actor Steve Franken, el tipo que ha hecho eses con una bandeja en la mano mejor que nadie en la ficción. Con él, las pifias de Charlot, camarero o la larga y accidentada noche del camarero de la genial Playtime, de Jacques Tati, son también de carcajada.

Los del cine, casi siempre —hay ilustrísimas excepciones— sonríen, saben escuchar, se preocupan si vas a conducir después de unas cuantas copas e incluso comparten con los parroquianos un buen montón de sabiduría de vida. Otro cantar son los de esta vida real. Ya lo decía Moustache desde detrás de la barra, "la vida es la guerra total, amigo, nadie tiene derecho a ser un objetor de conciencia".

Billy Wilder quería que el enorme Charles Laughton interpretase este personaje de Moustache, el camarero de Irma la Dulce (1963). Éste, "un actor del método sin sus tonterías", como dijo James Mason, aceptó, pero muy poco antes de comenzar el rodaje murió. Finalmente fue el canadiense Louis Harold Jacobovitch el que hizo el papel. Jack Lemmon y Shirley MacLaine, maravillosos en la película, compartían unas cuantas escenas con Moustache y con sus certeros pensamientos sobre la vida.

"Ser honesto es como desplumar una gallina al viento, te llenas la boca de plumas", sentenciaba este tipo repeinado y con bigote, que bien podría estar poniendo sentido común al panorama actual, donde casi ahora más que entonces cabe otra de sus grandes verdades: "En este mundo que vivimos el amor es ilegal, pero el odio no".

Filosofía a golpe de cañas

Filosofía a golpe de cañas, o de café con churros, pero filosofía y a menudo de la buena. Faustino, camarero en un bar del barrio de Maravillas en el Madrid de los años sesenta, no era, tal vez, tan ilustrado en el pensamiento como Moustache, pero de la vida sabía un poco, sobre todo de la pobreza y de la impotencia de los españoles de aquella época. "Si hoy en día se preguntase a la gente que gasta y tira el dinero cómo ha llegado a sus manos, sería espantoso", soltaba en casa de sus suegros "Faustinito, poseedor de una quiniela de catorce aciertos".

Era camarero, era ludópata y era un hombre que había acertado todos los partidos de la quiniela. Eso le iba a sacar de pobre, creía él. Fernando Fernán Gómez, director, guionista y actor de esta película, El mundo sigue (1965), no se lo iba a poner tan fácil. Para él tampoco lo fue. Censurado por el régimen franquista, el filme —adaptación de la novela de Juan Antonio Zunzunegui—, uno de los grandes títulos de la historia del cine español, estuvo oculto casi medio siglo, hasta que en 2015 se repuso en las salas comerciales.

Una Mirinda. 120 pesetas

Humillado por un cliente, Faustino gritaba por la calle, camino de su casa, "voy a volver y le rompo la cabeza de un silletazo. El próximo día que lo vea, lo mato, sí, lo mato". Ansias asesinas que no llegaban a ningún lado en el bar de Malasaña, pero que se hacían brutalmente realidad en el bar en el que entraba Álex Angulo y pedía una Mirinda. "Son 120", le decía el camarero. "120 ¿qué?"/ "Pesetas, la Mirinda, que no me la ha pagado"/ "Pero yo le dije que me diera una Mirinda, no que se la pagaba (…) Yo le digo que me la de y me la da y ¿ahora me la quiere cobrar?" Y empezaba la matanza.

El actor José Antonio Álvarez, el camarero que intentaba cobrar a Álex Angulo la bebida, era la primera de unas cuantas víctimas en Mirindas asesinas (1990). Muchos años después, Álex de la Iglesia volvió a la barra de El bar (2017), éste también en el centro de Madrid y donde de nuevo había violencia y tensión.

"He sido camarero toda mi vida"

Es verdad que se trataba de una inquietud muy diferente a la que provocaba Lloyd, otro mítico barman, el del Hotel Overlook de El resplandor (1980), cuando escuchaba a Jack Torrance cada vez más demente y peligroso. "Está invitado señor Torras, su dinero no vale aquí. Órdenes de la casa. Beba usted señor Torras".

Lo decía Joe Turkel, el mismo actor que dos años después apareció convertido en el doctor Eldon Tyrell, el jefe de la empresa que creaba replicantes en Blade Runner (1982). Y era, justamente, en la película de Ridley Scott donde el actor japonés Bob Ozakazi, en su puesto callejero de sushi, presentaba al personaje principal cuando le traducía las palabras del policía, Gaff (Edward James Olmos): "Dice que está detenido, señor Deckland. Dice que es usted Blade Runner".

Frank, Jack Nicholson, de nuevo, en El cartero siempre llama dos veces (Bob Rafelson, 1981), y antes John Gardfield en la primera adaptación que se hizo de la novela de James M. Cain, la que dirigió Tay Garnett en 1946, era otro tipo de camarero, vagabundo atrapado en manos de una mujer. Frankie, camarera en el Apollo Cafe, era una representación de las trabajadoras de bar diferente en Frankie & Johnny (Gary Marshall, 1991). Brian Flanagan (Tom Cruise) era un camarero estrella en Nueva York en Cocktail (Roger Donaldson, 1988).

Céléstine, una maravillosa Jeanne Moureau, en Diario de una camarera (Luis Buñuel, 1964) era una mujer que vivía a fondo las diferencias de clase (también en las versiones de Jean Renoir y de Benoît Jacquot)… James Stewart al comienzo de El hombre que mató a Liberty Balance (John Ford, 1962), Audrey Tatou en Amélie (2001), Bette Davies en Cautivos del deseo (John Cromwell, 1934)… el cine tiene una plantilla repleta de camareras y camareros.

Pero ninguno tan profesional, tan convencido y satisfecho de su vida tras la barra del bar como Mac (el actor J. Farrell MacDonald) en Pasión de los fuertes (John Ford, 1946). "Mac, ¿nunca has estado enamorado?". "No, yo he sido camarero toda mi vida".

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