madrid
Actualizado:Antonio Mairena comentaba en 1982 que su cante estaba en constante movimiento. "Como el azogue, nunca está quieto, siempre busca nuevos efectos, nuevos duendes, nuevos cauces para hacer sentir". Podríamos cambiar el sujeto y aquella máxima publicada en El País seguiría funcionando: desde Camarón, desde Morente, desde las cuerdas de Paco de Lucía, el flamenco no ha dejado de agitarse ni de estremecerse.
Muerto Morente, eterno Omega, Niño de Elche recuperó dos décadas después el sedimento roquero en Para quienes aún viven, donde Toundra hacía las veces de Lagartija Nick en la pasajera Exquirla —un disco, una gira—, aunque el propio Francisco Contreras ya había revolucionado el corral con Voces del extremo, cuyo traqueteo de sintetizadores llega hasta Tercer cielo (Universal), el aclamado disco de Rocío Márquez y Bronquio.
No cabe el adjetivo rompedor porque, si lo fuese, tras los anteriores y otros tantos ejemplos —Los Evangelistas, con Antonio Arias y Soleá Morente; Fuerza Nueva, con Jota y el propio Niño de Elche, etcétera— el flamenco ya estaría roto hace tiempo. Lo que ocurre, simplemente, es que ahora los efectos son los samples y los cauces, torrentes vertiginosos que pueden desembocar en el valle o quedarse suspendidos en el barranco.
Rocío Márquez (Huelva, 1985) sabe lo que canta. También es una estudiosa de la técnica vocal. Premio Lámpara Minera, bajó al pozo de Santa Cruz del Sil para unir su voz con la de los mineros en lucha. Hace cuatro años, a Santiago Gonzalo (Jerez de la Frontera, 1991) le dio por remezclar Empezaron los cuarenta, incluida en Visto en El Jueves, donde la onubense descarrilaba hacia las cunetas de Bambino, Rocío Jurado o El Cabrero.
Fue su primer contacto con Bronquio, como se hace llamar aquel niño asmático Gonzalo, cuyo mánager los embarcó en un proyecto conjunto, donde tanto monta ella como él. "Tercer cielo es el resultado de un proceso comprometido de dos artistas que partimos de tradiciones musicales distintas y que buscamos un acercamiento al mundo del otro. Esta curiosidad fue bastante clave", explica Rocío.
También el tiempo, o sea, cuando se paró todo. Vivieron la pausa de la pandemia en constante movimiento, probando, jugando, experimentando. "Fue algo cocinado a fuego lento. Una aproximación paulatina", recuerda la artista, quien ha actuado en el Teatro Real o la Filarmónica de París. Ahora lo hace en Teatros del Canal, donde ha abierto el festival Suma Flamenca de Madrid, por el que desfilarán Arcángel, Estrella Morente o Eva Yerbabuena.
Si el álbum mereció los elogios de la crítica y ensanchó la barranquera del flamenco, el directo refuerza el contenido y el mensaje. Hasta el continente tiene un protagonismo velado, con sus sombras chinescas, y sobrio, con una tela que es cofia y túnica. La iluminación dimensiona un espacio minimalista —una mesa para él, una banqueta para ella— donde se evidencia que este proyecto son dos, que no habría Rocío sin Bronquio, ni viceversa.
Cuando se encontraron, ambos intercambiaron influencias y referentes. ¿Pero cómo podía conectar el flamenco con la música electrónica? ¿Influyen el baile, la fiesta, el trance o la percusión del zapateo, las palmas y el cajón? "Totalmente. Esta pregunta era el punto de partida del trabajo", comenta Márquez. "A priori, no pensaba que fueran mundos con tantos espacios comunes. Imagino que estaba influenciada por los prejuicios".
"A medida que avanzamos en la investigación musical, aparecía con claridad la capacidad de vertebrar lo popular en torno a la celebración como un elemento protagonista tanto en la electrónica como en el flamenco", añade la cantaora. "Celebración ritual, fiesta, congregación, éxtasis, repetición y ritmo son elementos centrales de Tercer cielo, pues forman parte de ambas músicas".
Suenan bulerías, verdiales, tangos o lo que sean y ellos quieran. Es más evidente el garrotín Un ala rota y la rumba De mí, muy ravero El corte más limpio. Una seguiriya, La piel —con tres capas—, engarza todos los palos y separa los actos. En Droga cara, Rocío Márquez canta por derecho electrónico: "Voy a parirme a mí misma". Como una serpiente que muda la piel, advierte: "Quiero ser quien soy de nueva".
¿Qué sentiría cuando oyó su voz distorsionada con filtros? "Si hubiera escuchado el resultado el primer día, probablemente me habría impactado", admite. "Sin embargo, todo el cuidado que pusimos en respetar el proceso de creación ha servido para permitirnos una apertura mutua que se refleja en el disco y en el directo". Si en el festival Jazzaldia de Donostia algún aficionado comentaba que aquello no era jazz, en Suma Flamenca nadie objeta.
Porque si Rocío Márquez sabe lo que canta, el público sabe a lo que viene. Y ella, además, es consciente de dónde procede. Reflexiona sobre las "épocas históricas de gran fertilidad e innovación" en el flamenco: desde las primeras décadas del pasado siglo, con Pastora Pavón y Pepe Marchena, hasta la "gran renovación" de Camarón, Lole y Manuel, Morente o El Lebrijano, "que coincidió en lo político con la transición".
¿Y ella? ¿Siente que está explorando e innovando? "El péndulo histórico sigue su curso y en los últimos años están surgiendo propuestas de artistas inquietos que buscan nuevos cauces de expresión para el cante flamenco. Me siento parte de esta corriente", reconoce Márquez, quien ha salido bien parada de su incursión en la electrónica, un camino también trillado desde el folclore, con menor o mayor acierto.
Bronquio recuerda que la idea inicial era un espectáculo, hasta que se percataron de que la experimentación conjunta estaba destilando canciones, de ahí la decisión posterior de grabar un disco. Cada palo partió de una talla distinta. Él, jerezano, entendía el flamenco como calle y como feria, "una banda sonora de mi vida". Sin embargo, empezó a profundizar, mientras ambos permutaron música propia y ajena.
Björk por aquí, Camarón por allá, una vez enclaustrado en la casa de Rocío —una residencia, también en su acepción artística, campestre— comenzó a mostrarle sus deconstrucciones. "Algunos palos, sobre todo las bulerías, están vinculados a la fiesta, la reunión, el griterío y el baile. Aunque, más allá de los aguilandos, había una trabazón casi directa con los verdiales, un acercamiento que ya había hecho Niño del Elche con RaVerdial", la rave flamenca donde la electrónica corría a cargo de Los Voluble.
"Los verdiales son fiesta, campo, alcohol, sustancias y amanecer", explica Santiago Gonzalo, quien alude a su musicalidad acelerada y al contexto festivo donde ese palo campa a sus anchas. Quería que el disco sonase flamenco, pero sin abusar de la guitarra, por lo que optó por los ritmos inarmónicos: los golpes, los taconeos, los gritos, las palmas, los jaleos, enumera.
"Una vez procesados esos sonidos orgánicos, me sonaba más crudo, oscuro y berlinés que los propios recursos de las máquinas de ritmos que se han utilizado toda la vida en el tecno", comenta en referencia a El corte más limpio, aunque también a otras canciones, que le llevaron no solo a pensar que aquel "vínculo aparentemente lejanísimo e inexistente" era real, sino a "experimentarlo desde el principio".
Sin embargo, trabajar con los compases flamencos lo abrió a "un mundo infinito de composiciones, estructuras y sonoridades nuevas" y le otorgó "una sensibilidad más completa y extendida" ante ese universo hasta entonces desconocido, aunque "lo más grande que me llevo es no sentirme alguien ajeno al flamenco". Tocaba interpretarlo en directo y, entonces, la puesta en escena también se reveló inédita para él.
"Al principio me rayaba tocar en un teatro, porque antes yo actuaba de madrugada en festivales, donde la delicadeza visual es más obtusa. A esas horas, la gente habla y baila, mientras tú estás envuelto en un manto de luces. Aquí, en cambio, cuenta cada silencio y cada movimiento, por lo que te sientes más observado e inseguro, hasta que le acabas cogiendo el gusto. Frente al salvajismo del festival, si tienes mimo al detalle, disfrutas más de la meticulosidad", confiesa Bronquio.
Para trasladar el disco al directo, tuvo que "reducirlo muchísimo para hacerlo coherente", porque en el estudio las canciones eran complejas y, sobre las tablas, solo están Rocío y él. Ese adelgazamiento casa bien con la estética minimalista del escenario, donde el sonido está muy medido, aunque en los palos más lentos se permite una mayor libertad a la hora de darle la vuelta y hasta deformar lo grabado, explica Bronquio.
Quién sabe si sueñan los flamencos con quejíos eléctricos. O qué pensaría Antonio Mairena, arqueólogo y rescatista, de todo esto. Él también se consideraba un revolucionario, aunque su levantamiento partía del conservadurismo o, dicho de otro modo, del conservacionismo. "Y aquel que se va... va diciendo en el silencio: qué grande es la libertad", cantaba él y ahora canta ella.
"Mairena para mí era un grandísimo creador. No puedo escuchar su obra sin conectar con una profunda sensibilidad y amor a la tradición que yo misma comparto. Lo que nos diferencia, quizás, es que él envolvió aquel espíritu creativo en una retórica esencialista del arte flamenco que lo legitimara dentro del contexto cultural, étnico, social y político de la época", opina Rocío Márquez.
"Lo comprendo y lo respeto profundamente, pues sus circunstancias y las mías fueron muy distintas", concluye la cantaora onubense, quien se arrastra por el escenario, baila sobre la mesa y se evapora entre los bastidores antes de poner en pie a la platea. "Quiero pensar que esa frase de qué grande es la libertad nos vuelve a conectar en lo profundo, pues compartimos mucho más de lo que nos separa".
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