'Diabesidad': una epidemia nutricional que se ceba en pobres y jóvenes
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Todos hemos visto a niños comer mierda. En el patio del recreo, en los cumpleaños de las bebidas azucaradas, que se multiplican como cuando Cristo se fue de boda y tocó el vino; o cuando sus padres les dan el palito de fuet infantil porque el niño, dicen, no quiere comer otra cosa.
Mierda significa aquí porquerías creadas por la industria solo para apetecer, sabores ajenos a la naturaleza vegetal y la caricia del equilibrio, multiplicados por una química digamos que salvaje. Mierdas de una industria del placer efímero que no busca nutrirnos ni tampoco saciarnos.
Los nutricionistas sin pelos en la lengua, como Julio Basulto, lo llaman así, mierda (su último libro se titula Come mierda); no solo porque apenas alimentan -son productos extremadamente pobres -, sino por su impacto directo en el organismo.
Patatas fritas que son solo sabor, productos con ingredientes desconocidos, bebidas de sabor de fresa o cola tan burbujeantes como una balsa de petróleo en el desierto de alimentos.
Y este tipo de alimentación malsana es una de las aliadas de una pandemia silenciosa que está recorriendo el globo sin recibir la misma atención que el covid. La llaman 'diabesidad', un término que se forma al unir diabetes y obesidad.
Es decir, obesos y diabéticos. La palabra fue acuñada por el médico Paul Zimmet en el año 2001. Y se trata de un binomio bifronte, porque ambas fuerzas convergen en el espejo de la patología metabólica. Los riesgos de una y otra se correlacionan directamente y terminan obrando al mismo tiempo.
Y esto ocurre en Occidente, pero sobre todo en los países que empiezan a desarrollarse. Pasa que ambos factores van cogidos de la mano, unen sus fuerzas, por así decirlo. La mala noticia es que esta diabesidad está apareciendo en edades más tempranas, y esto tiene mucho que ver con la alimentación actual.
Los últimos datos hablan de que la incidencia de diabetes tipo 2 se ha disparado casi un 60% en tres décadas en la población joven o adolescente, y especialmente entre las mujeres, sobre todo en países en vías de desarrollo.
En un estudio publicado el pasado diciembre por The British Medical Journal, se cifra cómo ha crecido esta diabesidad desde 1990 a 2019: un 56,4%. Es un problema de salud global creciente entre adolescentes y adultos jóvenes.
Los peores datos se encontraron en países con un índice sociodemográfico medio-bajo y medio, seguramente por estar en el cambio de la alimentación tradicional al supermercado y comida rápida, con menos recursos económicos y educación para alcanzar una alimentación saludable.
Hay territorios del mundo, como en algunas zonas de Estados Unidos, donde comer saludable es muy caro y casi imposible: los llaman 'desiertos de alimentos', donde lo fresco está desaparecido.
Tanto en España como en Perú, las cadenas de comida rápida arrasan entre las clases mas desfavorecidas, siendo la alimentación basura una diana perfecta de la diabesidad.
Se encontró también en ese estudio una mayor carga de enfermedad en mujeres menores de 30 años, así que estamos hablando de una pandemia que se ceba más en las mujeres. Se apuntaba en el texto al mayor culpable o principal factor de riesgo: un índice de masa corporal alto, es decir, sobrepeso u obesidad.
Entre los 15 y 39 años esta patología debería tener escasa presencia. Pero la llamada diabetes de inicio temprano se está convirtiendo en un problema ascendente, y es una enfermad crónica. Y si hemos empezado este artículo diciendo que muchos niños comen mierda es porque tiene mucho que ver.
La obesidad infantil es un problema en España y otros países: la padecen un 40%, entre los seis y nueve años (estudio Aladino). Alrededor de un 20% de los adolescentes españoles tiene sobrepeso u obesidad.
Es una cifra enorme, porque una vez en esta condición es difícil volver a un peso más equilibrado. Patrones alimentarios poco saludables y sedentarismo juegan aquí también el papel de binomio.
La era de las pantallas no está ayudando en este proceso, si bien es cierto que en los países desarrollados se ha conseguido frenar la escalada, aunque no reducirla.
Se cumple mal lo de las cinco piezas al día de frutas y verduras. Se tiende a dietas hipercalóricas, especialmente gracias a esos supuestos alimentos – más bien productos- de apariencia colorida e inocente.
Solo hay que mirar la cantidad de azúcar que hay en el líquido con burbujitas, bebidas de las que se ha duplicado su consumo en las pasadas décadas.
Que la diabetes tipo 2 aparezca de forma tan temprana implica también un empeoramiento crónico de esta patología en el individuo. Además de la alimentación (que es el principal vector de riesgo, especialmente en la dieta pobre en frutas) también se ha encontrado influencia de la mala calidad del aire (contaminación), el estrés, o el tabaquismo. Mala alimentación, sedentarismo y estrés nos están pasando factura.
Desde principios de siglo se está advirtiendo de este peligro de la diabesidad, y se insta a gobiernos y agentes sociales a implantar medidas (como mejorar la calidad del aire de las ciudades o el impuesto a las bebidas azucaradas) y a actuar en el ámbito de la concienciación.
La relación de esta pandemia con la carestía socioeconómica de muchas familias resulta evidente para los investigadores. La obesidad afecta al 23,2% de niños y niñas de familias con rentas bajas. Es una enfermedad social y también de pobres.
Los niños con menos recursos comen más mierda que los que los tienen. Aunque la diabetes y la obesidad no entienden de clases sociales, estos chicos son un blanco perfecto para ser atraídos a esa poza del desierto de los alimentos.
Vivimos en un mundo donde 828 millones de personas se acuestan con hambre, según la FAO, y donde otros muchos se alimentan con casi nada.
Investigaciones publicadas en prestigiosas revistas como The Lancet determinan que la pobreza se relaciona claramente con la hipertensión, el alcoholismo y la obesidad, restando a los individuos que lo padecen años de esperanza de vida.
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