Este artículo se publicó hace 2 años.
La política del arte en la guerra Rusia-Ucrania
Solidaridad frente a la guerra. La Compañía Nacional de Danza acoge a bailarinas ucranianas para garantizar que la coyuntura en su país no les impida seguir trabajando.
Sofia Chiabolotti
La Compañía Nacional de Danza acoge a bailarinas ucranianas, algunas de las cuales participarán en las próximas funciones de Giselle, después de que el Teatro Real de Madrid anunciara la cancelación del espectáculo del Bolshói previsto en mayo.
La propuesta del Real se inscribe en las muestras de solidaridad con el pueblo ucraniano, y para garantizar que las bailarinas puedan seguir trabajando. Hablamos a este propósito con el artista de origen ucraniano Iury Lech, pionero de la música electrónica en España y director del Madatac (Muestra de Arte Digital Audiovisual y Tecnologías Acontemporáneas).
"Nosotros nunca hemos cerrado la convocatoria a ningún país, raza, religión o edad, hemos estado abiertos siempre. Pero eso es diferente, el boicot a la cultura rusa lo vamos a hacer unos cuantos años hasta que eso no acabe. Uno no puede alejarse y tener una mirada impávida y totalmente apolítica". Al día de hoy es la opinión más frecuente, pero lo que no tengo muy claro es si no se debería separar los artistas de sus gobernantes.
Con una voz grave que da a sus palabras una severidad añadida, a pesar de su extrema calma, Iury me responde tajante: "Esto es imposible. La mayoría de la población rusa está a favor de Putin". Y a lo largo de nuestro diálogo las barbaridades del presente dejan el paso a los recuerdos del pasado, cuando su abuelo era gobernador del Rivne –"la Galicia de Ucrania", me explica– y su familia tuvo que abandonar el país porque comprometida con el movimiento nacionalista ucraniano.
El mundo de la cultura debe reaccionar
Ahora es Iury quien hace las preguntas, sigo defendiendo la cultura rusa y no entiende las razones, "para mí es la cultura del exterminio y de la muerte", afirma sin ninguna vacilación. Para mí la cultura ha sido siempre la hermana pobre de otros ministerios, ¿cómo puedo ahora dejar que nos lleve a construir barreras?
Del otro lado del teléfono casi puedo ver su melancólico asentimiento: "¿Crees que yo no sé cómo de difícil es sobrevivir del arte?". Imagino una sonrisa en su rostro y de inmediato una sombra que oscurece los párpados: "En este momento la cultura rusa se merece unos años de castigo. ¿Recuerdas los juicios de Núremberg? Los soviéticos decían que todo el pueblo alemán era culpable, todos eran culpables de los crímenes de lesa humanidad porque ninguno estuvo en contra de Hitler y de sus gobernantes, nadie hizo nada para impedirlo. Eso se aplica ahora a Rusia. Tienen que tener un castigo".
Es una imagen potente, sin duda alguna. "No vamos a poder ir a la guerra” sigue Iury, "o porque no nos quieren o porque no tenemos nada que hacer, pero tenemos que ayudarles de la manera que podamos. Tenemos que tomar conciencia de ello, lo digo por todo el mundo: hemos aceptado como algo normal que se invadan países, se mate a gente, y se torture sin que nadie reaccione".
El teatro contra las guerras
La entrevista con Iury Lech dio pie a una serie de dudas, preguntas y contradicciones que quizá no quise ver antes, necesitaba más respuestas. El superintendente del Teatro de la Ópera de Roma, Francesco Giambrone, iba a ayudarme a entrever entre los pliegues del difícil entramado de la actualidad desbordante. Al otro lado del teléfono, oigo esta vez una voz dulce y con leve acento de las regiones del sur que siempre confiere una musicalidad singular a cada palabra.
"Creo que siempre es un error boicotear las expresiones artísticas y culturales de cualquier país, así que no creo que sea correcto boicotear a la cultura rusa o a los artistas rusos. Puedo entender, en cambio, que haya acciones de distanciamiento de importantes artistas rusos que son abiertamente partidarios con el régimen de Putin. Entiendo también lo que sucedió en Milán cuando el alcalde y el superintendente de la Scala pidieron a Guérguiev que tomara posición clara contra la guerra".
"Son cosas muy distintas". Francesco Giambrone me explica además que la Ópera de Roma seguirá ejecutando la música de los compositores rusos: "Es la manera más justa y equilibrada de afrontar este tema tan difícil que es también peligroso. Estoy muy preocupado cuando veo que la cultura se usa para levantar barreras, alimentar hostilidades, o fomentar guerras. Y no hablo de las guerras que lamentablemente vemos ahora, sino también de las guerras ideológicas".
Pronto se estrenará el ballet de El Corsario a Roma, la novedad esta vez es que Jacopo Tissi, que renunció al Bolshói en solidaridad con Ucrania, pisará las tablas con otro bailarín huésped de origen ruso. "Y eso no nos da ninguna vergüenza", me asegura Giambrone, "los teatros deben ser lugares de paz".
Verdi resuena entre los escombros de Odesa
Hace unos años, en el mismo Teatro de la Ópera de Roma, recuerdo al director Riccardo Muti dirigir todo el público que cantó el Va, pensiero junto con el coro, como protesta contra los recortes a la cultura del Gobierno de Berlusconi. De manera inesperada Muti decidió romper con la tradición operística, "esta noche, mientras el coro cantaba oh mia patria, sí bella e perduta pensé que si nosotros matamos la cultura sobre la que se funda la historia de Italia, verdaderamente nuestra patria será bella y perdida".
Como si retomara el flujo de mi pensamiento, Giambrone sigue cada vez más apasionado. "Cuando usted comenzó a hablar de Va, Pensiero yo fui con la cabeza y el corazón a los coristas del teatro de Odesa que la cantaron frente a las barricadas. Esto nos hace reflexionar mucho sobre cómo una pieza inmortal como el Va, pensiero puede ser utilizada un día por Riccardo Muti contra los recortes, y otro día por los coristas ucranianos para protestar contra la guerra".
¿La cultura es política? Le pregunto casi con un hilo de voz. "La cultura es política", responde, "y la política es una palabra bellísima. Por desgracia, a menudo los gobernantes nos han hecho desenamorarnos de la palabra política, pero es una palabra hermosa. El arte es político, dirigir un teatro es un acto político, componer música es un gesto político. Este término no tiene nada de divisivo, nada de partidista o de ideológico: es una palabra maravillosa".
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