madrid
A Sofía Blasco comenzaron a conocerla como la madrecita en el verano de 1936. Fue en ese momento cuando, con los primeros disparos provocados por el golpe de Estado del 18 de julio, Sofía se fue con su hijo adolescente a la Sierra Norte de Madrid y montó una cantina para atender a los milicianos que trataban de contener el avance de las tropas golpistas sobre Madrid. La cantina se situó en La Cabrera, a unos pocos kilómetros de la primera línea de batalla. Sofía despertaba cada mañana al alba para preparar café con leche, al mediodía servía una comida y al atardecer atendía a los heridos. Por la noche, cantos regionales corales para recordar el terruño del que una maldita guerra había apartado a los milicianos y milicianas. Algunos días, los más especiales, también preparaba una paella. El periódico La Libertad llegó a publicar una crónica de Eduardo Zamacois que la calificaba de "santa laica". De hecho, el trato dispensando a aquellos luchadores republicanos le hicieron ganarse el apodo entre ellos de "la madrecita", el mote que le acompañaría también, poco después, durante su gira en Suiza, Bélgica y Francia para conseguir apoyos.
La periodista y dramaturga se decidió a montar una cantina en el frente de batalla cuando acudió a Somosierra y Buitrago para escribir una crónica periodística para El Liberal. Era el 23 de julio de 1936, la Guerra Civil acababa de comenzar y el artículo sería publicado con su pseudónimo habitual: Libertad Castilla. Era el primero de una serie que llevó por título Impresiones de una mujer. Pero si Libertad Castilla sentía su deber cumplido con la publicación de las crónicas a pocos metros de la línea de guerra, Sofía Blasco no veía colmada su necesidad de ayudar a la supervivencia de la II República. Quería hacer algo realmente útil. Práctico. Con más de 55 años, la mujer tampoco se veía con el ánimo y las fuerzas para empuñar el fusil, como sí habían hecho otras miles de mujeres. Y ese mismo día decidió ponerse a cocinar, llevar recados de un lado al otro o trasladar cartas, mensajes y regalos para los combatientes. Sofía Blasco dio un paso adelante y se convirtió en una miliciana sin armas dispuesta a viajar hasta Alicante para recoger víveres y repartirlos en el frente de guerra.
Su lucha y obstinación la obligaron a huir lejos. En la España de Franco no había sitios para mujeres como Blasco. Fue una de los más de 2.000 republicanos que pudieron exiliarse en México gracias al Mexique y a la invitación del presidente Lázaro Cárdenas. Ahora, 82 años después de que aquel barco zarpara con destino a Veracruz, la voz de Sofía Blasco ha sido recuperada por el periodista e investigador Fernando Olmeda en la obra Mexique. La última crónica de Sofía Blasco (Fundación Pablo Iglesias). Lo hace a través de un libro escrito en primera persona que reconstruye la voz, pensamientos y desasosiegos de Sofía Blasco a través de sus numerosas piezas periodísticas, los ejemplares del diario de a bordo que los republicanos consiguieron armar y distribuir en aquel barco y una extensa documentación repartida entre la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, la Biblioteca Histórica Municipal de Madrid o el Ateneo Español en México.
"La trayectoria de Blasco es muy atractiva porque evoluciona de manera paralela a la España del primer tercio del siglo XX"
"Localicé a Sofía Blasco cuando investigaba una historia de un fotógrafo de la Guerra Civil. Me di cuenta de que aquel nombre era el de una mujer cuya voz había desaparecido de la Historia, como la de tantas y tantas otras. A partir de ahí, comencé un trabajo de investigación para recuperar su trayectoria vital, que me pareció muy atractiva porque evoluciona de manera paralela a la España del primer tercio del siglo XX", describe Olmeda.
Sofía Blasco, de hecho, tenía un origen conservador y ligado a la Monarquía alfonsina. No es difícil encontrar en sus escritos algún artículo defendiendo al dictador Primo de Rivera y una posición subalterna de la mujer respecto al hombre. Su catolicismo se mantuvo hasta el final de sus días. Sin embargo, quizá por su viudedad, quizá por la propia República o quizá por una evolución natural, Sofía se convirtió en una ferviente republicana, defensora de los derechos de la mujer, en una miliciana sin armas capaz de viajar a Alicante para poder enviar víveres al frente y en una propagandista que llegó a celebrar hasta 250 mítines y actos entre Francia y Bélgica para intentar despertar a una Europa acongojada ante el poderío de los fascismos. Lo hizo junto al Comité Mundial de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo y a petición del ministro Julio Álvarez del Vayo. Todavía era el año 1937 y Blasco pensaba que todavía se podía vencer. Si 1936 había sido el año de la resistencia, 1937 debía ser el del triunfo popular frente al fascismo.
Pero las democracias europeas no ayudaron y los fascismos ganaron la guerra. La republicana, antifascista y católica Sofía Blasco ya no tenía un país al que volver en abril de 1939. Esa España que había nacido un 14 de abril de 1931 quedaba asesinada, secuestrada y expulsada a partes iguales. Sofia Blasco tuvo la suerte de poder obtener dos pasajes, para ella y para su hijo, en el Mexique, el buque francés fletado por el Gobierno mexicano para trasladar a más de 2.000 españoles al puerto de Veracruz. Era jueves, 13 de julio de 1939, y las manecillas del reloj marcaban las 7.00 horas cuando el buque partió del Puerto fluvial de Pauillac, en Burdeos. A bordo, 2.067 españoles que todavía conservaban la ilusión de regresar. La II Guerra Mundial estaba a punto de explotar y entonces, por fin, derrotarían a la España de Franco. Estaban equivocados.
A bordo del Mexique, 2.067 españoles que pensaban que lo suyo no era exilio, solo un breve paréntesis
El día a día del barco, sus conversaciones, el ambiente de nostalgia, derrota e ilusión se reflejan a la perfección en la obra de Fernando Olmeda. A través de la voz de Sofía Blasco, el lector puede conocer los perfiles de algunos de los miles de republicanos que viajaban en aquel barco. Como Francisco Villanueva Doñate, director de El Liberal y responsable de los textos publicados por Libertad Castilla; Luis López-Dóriga, sacerdote y diputado republicano en 1931 y excomulgado en 1933; Aurora Guilmain, maestra librepensadora y directora de escuela; o al tenor Manuel Pineda Palma.
"Me parecía interesante traer a España la memoria y la voz de muchas personas que encontraron refugio e iniciaron una nueva vida en un país como México. Sus voces y sus vidas se perdieron para España y no rescatarlos es como dejar a unos fantasmas atrapados en el tiempo", explica Olmeda, que señala que el Mexique fue el barco con más refugiados a bordo de cuantos salieron de las costas francesas con republicanos españoles. "Aquel barco era un enorme mosaico de lo que había sido España. A bordo había 244 agricultores, 50 maestros, multitud de periodistas, abogados, mineros, albañiles, mineros y republicanos que habían sufrido los campos de concentración del sur de Francia.
El buque no corrió mejor suerte. En la II Guerra Mundial fue utilizado por Francia para operaciones bélicas. Fue hundido en la mañana del 18 de junio de 1940.
Aquel buque llegó a las costas de México otro jueves. Era el 27 de julio de 1939. Las sirenas de los barcos que fondeaban en el puerto daban la bienvenida a los españoles mientras una multitud vestida de blanco ofrecía su bienvenida a los españoles, tal y como habían hecho, previamente, con los refugiados que llegaron en el Ipanema y en el Sinaia. Sofía Blasco se estableció con su hijo en una casa de la calle Jalapa, en Colonia Roma, cerca del bosque de Chapultepec. Comenzó a hacer colaboraciones radiofónicas, pero pronto fueron suspendidas. Descartó seguir ejerciendo como periodista y abrió una sombrerería para mujeres. Se desconoce la fecha de su muerte. Se consumaba así el olvido de la madrecita de los republicanos que plantaron cara al fascismo.
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