Estoy cansada de periodistas. Yo soy una persona normal. No tengo nada extraordinario que decir'. La Nobel Herta Müller (Rumanía, 1953) avisa ante la puerta de entrada de la Alhambra. Después enciende un cigarrillo y encadena otro pensamiento. 'No entiendo por qué está prohibido. Me gusta ir a Rumanía: allí todavía puedes fumar en cualquier parte', afirma esta mujer menuda y de gesto afilado, como su prosa. Viste de negro y sólo se permite el color rojo del pintalabios: es un sonrisa entre tanta introspección.
Müller está en Granada para una lectura de sus poemas dentro del Festival Internacional de Poesía y espera disfrutar de la ciudad. En junio volverá a España a presentar su última novela, El columpio de la respiración. El lunes acudió a la fosa de Alfacar, donde durante varios meses se buscó el cuerpo de Federico García Lorca. La autora de En tierras bajas no pudo evitar emocionarse. 'Aquel sitio me recordó a los tiempos de la Securitate [la Policía secreta de Rumanía en la era de Ceaucescu] y todos los amigos que tuve allí. Había una chica de poco más de 20 años a la que un día se la encontraron colgada. Dijeron que había sido un suicidio. Durante la dictadura hubo muchos suicidios', y gesticula las comillas de 'suicidios'.
'En Rumanía, durante la dictadura hubo muchos suicidios'
Antes de entrar en la ciudad árabe, la escritora pone otra condición: nada de subir a las torres de la Alcazaba. ¿También recuerdos de las cárceles de la Securitate?. 'Me dan miedo las alturas. Sólo eso', replica. Es la imperiosa fuerza de la cotidianidad. La misma que impregna su prosa y por la que fueron censuradas sus primeras novelas. Y que le llevaron al exilio en Alemania en los años ochenta. 'La literatura es un espejo de la cotidianidad y de la política', dijo en una entrevista poco después de la concesión del Nobel.
Llegamos al Patio de los Arrayanes. Rebosa visitantes. Según las cifras oficiales, cada día entran unas 300 personas a la Alhambra, tres millones al año. Demasiados para Müller. 'Así es imposible imaginarse este lugar en aquella época', lamenta. Se para en las letras árabes que cubren las paredes:Alá está por todas partes. 'Me recuerda al catolicismo en Rumanía, donde Dios estaba en todos los sitios. Es el mismo fundamentalismo', critica.
Desde su residencia en Berlín, Müller también ha constatado un aumento del fundamentalismo islámico. Sus paseos por la ciudad suelen llevarla hasta las zonas de la comunidad turca, donde aprecia que cada vez hay un mayor número de mujeres que llevan velo y burka. 'Hace diez años eran muchas menos'.
'La literatura es un espejo de la cotidianidad y de la política'
Las plantas y las flores le paralizan. 'Esto es arte', dice señalando uno de los jardines del Generalife: 'Las flores brotan como un poema'. Es una mujer blindada que baja las defensas cuando mira al huerto donde crecen ajos, judías y viñas. 'Provengo del campo y estoy acostumbrada a trabajarlo', cuenta: su infancia fue en la granja de sus padres, granjeros suabos que vivían del cultivo en una región germanohablante aplastada por la dictadura comunista.
La poesía de Müller es muy poco conocida en España. Sólo hay traducidos seis poemas de su libro Los pálidos señores de las tazas de moca, pero está lleno de referencias a los frutos del huerto, en títulos como La noche empuja cada albaricoque y Tan pronto como corte los melones.
Cuando termina la visita a la Alhambra, la autora empequeñece. No acepta los halagos de la guía y decide regalarle dos libros suyos. Nada que ver con su odiado Ceaucescu: 'Él se pasaba el día hablando, y eso que se expresaba muy mal. Era un analfabeto que nunca fue al colegio', revela mientras enciende el último cigarrillo. 'Por cierto, ¿cómo era la mujer de Franco?', pregunta. 'Porque la de Ceaucescu era la que manejaba todo, la que elegía a los ministros, que eran todos de la familia', cuenta. No consigue deshacerse del dictador ni en la Alhambra.
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