El reloj del actor y literato Fernando Fernán-Gómez (Lima, 1921) se paró ayer tarde. Tras permanecer ingresado casi un mes en el Hospital de la Paz de Madrid, bajó el telón. La pantalla hizo un fundido en negro. Llegó el punto y final de la novela.
Fernán-Gómez tenía 86 años. Mucha vida. De ahí que todo lo que se diga de él sea grande. Inmenso. Su gran amigo, Rafael Álvarez ‘El Brujo' le definió bien ayer al calificarle de 'el último renancentista'. Y es que el hombre de la voz grave, el pelo rojo y larga figura fue el protagonista de casi 200 películas, dirigió otra veintena, recibió 7 Goyas y escribió hasta 25 obras literarias. Fernando ‘el magno'. El gran cómico.
Un autodidacta
Nació en una familia de artistas. Su madre, Carola Fernández Gómez, también fue actriz. Sin embargo, aquello no fue definitorio para que el joven Fernando encaminara su profesión hacia las bellas artes. Antes tuvo que pasar la guerra. Las miserias, tal y como él mismo contó en sus memorias (El tiempo amarillo, 1998). Se matriculó en Filosofía y Letras, pero no llegó a terminarla. Fue un autodidacta que supo estar en el sitio adecuado y en el momento adecuado. Y rodearse de los mejores.
Tras ser descubierto por Jardiel Poncela, una de sus primeras incursiones cinematográficas está vinculada nada menos que a Edgar Neville, con Domingo de Carnaval (1945). En esa época se codeó con los rostros más castizos y encadenó una película tras otra, trabajando con José Luis Sáenz de Heredia, Gonzalo Delgrás, Carlos Serrano de Osma, Ramón Torrado, Nieves Conde y Luis Marquina.Ya en los años cincuenta su nombre encabeza las películas del Nuevo Cine Español. El tándem Bardem/Berlanga contó con él para Esa pareja feliz. Los sesenta y setenta también serían prolijos en su carrera como actor.
En 1953, Fernán-Gómez debuta como director con El manicomio. Una actividad en la que se recreó, con un total de 28 obras para cine y cuatro para televisión. Dentro de esta faceta su obra cumbre fue El viaje a ninguna parte (1986), basado en su propia novela de 1985. Con este film, un sincero homenaje a su profesión de cómico, ganó seis Goyas.
Pero si se puso al frente de la cámara, también llevó la batuta en los escenarios. Su gran éxito fue Las bicicletas son para el verano, un texto dramático escrito por él en 1978, que llegó a las tablas en 1982 y un año después al cine, dirigida por Jaime Chávarri. Veinte años después, en 2002, tuvo una reposición en los escenarios a cargo de Luis Olmos.
En la Academia
'Para un obrero de las palabras es un gozo recorrer los caminos abiertos por Alarcos'. Estas eran algunas de las primeras palabras que Fernán Gómez enunció en su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua a comienzos del año 2000. Ocupó el sillón B, dejado por el lingüista Emilio Alarcos. Acto seguido, el actor reinvindicó su verdadera condición de cómico al afirmar que su discurso 'no era muy académico'.
Nunca perdió 'la angustia por recibir una oferta', según sus más allegados. De ahí que trabajara hasta el final incluso con noveles como Gustavo Ron en Mia Sarah. La capilla ardiente del actor está instalada en el Teatro Español de Madrid. Adiós Fernando, adiós cómico.
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