Saquen los pañuelos, ha llegado Gus van Sant. El director americano ha inaugurado hoy la sección 'Una cierta mirada' con el rotulador de subrayar bien cargado y la caligrafía melodramática apunto. ‘Restless' es una historia de amor entre dos adolescentes que viven próximos a la muerte por diferentes razones: él ha perdido a sus padres, ella tiene cáncer. Esmirriados, marginales, singulares y siniestramente divertidos, los protagonistas del filme se conocen y se aman al borde de la muerte. ¿Hermoso no? Sí, pero también un poco cursi. Todo bien, aceptamos en Van Sant una historia más clásica, una sencilla y tierna historia de amor entre adolescentes, pero en su admiración por los chicos raros el director cae en un sin fín de tópicos de la zona indie-sensible de la vida. Y todo a ritmo de bellas melodías apesadumbradas. Nico, incluida.
En efecto, acostumbrados nos tenía el director a narraciones más elípticas, más sugerentes que explícitas y mucho menos convencionales. Ejemplos de esto son Gerry, Elephant o Paranoid Park, donde el director exploraba otras maneras de contar la soledad del ser humano. Con Milk empezó otro camino de regreso a la convención. Y bien hecho por cierto. En esta pequeña Restless, Van Sant construye un melodrama que causa sus efectos: los solos de nariz sonaron intensos durante la proyección.
Annabella y Enoch coinciden en varios funerales, a los que suelen acudir por separado para estar en contacto con la muerte y pasar el rato. Estos dos chavales raritos e hipersensibles empiezan a toparse en cementerios y en seguida se dan cuenta de que tienen muchas cosas en común: a los dos sentarse a charlar en la morgue les parece un planazo y son capaces de inventar y jugar cuando la vida se pone peor.
Los dos adolescentes están encarnados por dos actores no sólo bellos sino de talento: Henry Hopper, el joven hijo del rebelde Dennis, y Mia Wasikowska, a la que ya vimos en la ‘Alicia' de Tim Burton. Hay luz en este relato de amor y muerte en el que no pueden faltar los fantasmas: un joven kamikaze japonés que Enoch ve desde que sus padres murieron. Los chicos encontrarán la manera de vivir e inventar al borde del fundido en negro. Una lección hermosa, aunque contada de forma demasiado evidente en el filme. Va a ser que Woody Allen tenía razón al sentenciar hoy en un encuentro con medios españoles que 'la fantasía y la imaginación son las únicas cosas que nos pueden salvar de esta vida cruel y trágica'.
Más tragedias se vieron ayer en la competición oficial, que mostró ayer sus dos primeras apuestas: la decepcionante 'Sleeping Beauty', de Julia Leigh, que no acaba de aclarar qué quiere contar con la perversa historia de una chica que entra en el negocio de la prostitución de lujo. Y la irregular pero fascinante Let's talk about Kevin, de Lynnie Ramsay, que nos habla con intensidad emocional y muchos acierrtos narrativos de la dificil relación entre una madre y su hijo, que acabará desembocando en tragedia. Tilda Swinton está en el ajo. ¿No es razón suficiente para verla?
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