madrid
Actualizado:Las palabras se le amotinaron a Rivas. El gallego andaba peleándose con una novela cuando, de repente, no pudo más que constatar la insurgencia: "Era como si las palabras quisieran decir de forma autónoma, un acto de libertad ajeno a esa felicidad clandestina que es la literatura, como si quisieran ser escritas en las paredes". Testimonio de ese levantamiento verbal es su último ensayo, Contra todo esto. Un manifiesto rebelde (Alfaguara).
"A veces olvidamos que escribir compromete de cojones", apunta el autor, para quien el oficio de empalabrar es, también, una forma de cuestionar las propias convenciones y nuestro modo particular de mirar y acotar lo que nos duele. "En ese lento hundimiento en el bochorno que nos acuna, todo lo que escribimos —incluso lo que eludimos— se ha vuelto comprometido". Así las cosas, Rivas, que no se achica, se ha buscado el peor de los enemigos, a saber; ese "régimen mundial de la distopía" que este libro trata de desenmascarar a base de literatura.
Pero sigamos con la insurrección. Cuenta Rivas que sus palabras dijeron hasta aquí hemos llegado cuando el nivel de indignidad se hizo insostenible. "Creo que la vergüenza es un buen bioindicador de que algo falla, es como un interruptor que nos desestabiliza y pone en cuestión la indiferencia y el cinismo". De modo que no hubo un instante fundacional, ni siquiera una estrategia predeterminada, sólo la certeza por acumulación de que "alguien nos robó la línea del horizonte" y de que convenía reaccionar.
"Son tiempos en los que andan las jaulas detrás de las palabras, de manera que poder escribir, cuestionar y dar forma a esa vorágine en la que vivimos inmersos ha sido muy liberador". Todo esto es, para Rivas, la descivilización, el retroceso y el rearme, la producción de miedo al por mayor que nos atenaza y sirve de coartada para cercenar derechos y libertades. Todo esto es, también, ese surtidor de desigualdad y odio al diferente que promulgan las políticas del sálvese quién pueda.Todo esto es lo que nos duele y lo que nos separa. "Porque no espero milagros de los Gobiernos, pero detesto a quienes los utilizan como máquinas de desesperación, escribo contra Todo esto".
Se queja Rivas del paripé pepero en su convención sevillana ovacionando el fiasco. Se queja también de esa desmemoria patrocinada por el Gobierno, esa que se jacta de dejar a cero los presupuestos para la Memoria Histórica. "Ante eso no puedo mirar a otro lado, muchos intelectuales denigran la memoria pero en realidad lo que hacen es campaña por el alzheimer".
Se trata, a fin de cuentas, de honrar no sólo con el recuerdo —que también— sino con la justicia. "Parece que ahora se critica mucho el papel de Europa en el caso de los presos catalanes, pero lo cierto es que España no movió un dedo cuando una orden internacional reclamaba ante la justicia argentina a personas acusadas de victimarios".
La impunidad total convertida en impunidad moral. La memoria es un arma imprevisible, Rivas lo sabe bien, por eso se afana en no perderla de vista a sabiendas de que en ella se encuentran nuestros depósitos de esperanza. "Hay quienes se alteran por el cambio de nombre de las calles —prosigue el autor—, pero es que aquello que homenajeamos es parte del aire que respiramos, esta anormalidad institucional es una enfermedad muy dañina para la sociedad".
Rivas 'el sedicioso'
Corría el año el 77 y el autor de El lápiz del carpintero era por aquel entonces un intrépido "meritorio" a vueltas con uno de sus primeros reportajes. El motivo: una intoxicación alimentaria masiva en un cuartel de provincias. La exclusiva le valió un proceso por delito de sedición. Como lo oyen. Lo recuerda con guasa en el libro pero en su día no debió tener un ápice de jocoso. "Rodearon la casa de mis padres con metralletas y la Policía Militar vino a detenerme". La anécdota da pie al escritor para perfilar esa naturaleza convulsa que caracterizó la Transición. Unos años en los que se podía encausar a un niñato con ínfulas de plumilla bajo pretextos desopilantes que incluían las palabras "intoxicación", "patria" y "ejército".
En ese sentido, Rivas desmitifica la Transición pero no la deconstruye. "Me niego a comprar ese relato que la defiende como una obra de ingeniería política modélica, pero tampoco la impugno, no se puede demoler completamente". Así las cosas, Rivas se decanta por hacerle un reconocimiento personalizado: "Lo que degrada a la Transición es la enfermedad de la sombra, esa enfermedad que cercena nuestra memoria".
*Manuel Rivas estará presentando su libro Un manifiesto rebelde. Contra todo esto este martes 10 de abril en la Librería Alberti a las 19.00 h. En el acto le acompañará Ana Pardo de Vera, directora de Público.
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