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Actualizado:Luis Bermejo (Madrid, 1969) acaba de ganar el Premio Talía al Mejor Actor de teatro por Los santos inocentes y durante la Semana Santa actúa en el Teatro del Barrio con El Minuto del Payaso. Si has ido al teatro en los últimos 25 años, has visto a Luis Bermejo.
Nada más llegar a la cafetería del Teatro del Barrio, Bermejo se sienta y saca un papel de su bolsillo. Recita lo siguiente: "Alguien a quien le duele algo tiene que representar el dolor, porque el dolor no se comunica, hay que darle forma mediante suspiros". Lo ha escrito en algún momento y lo guardó como recuerdo.
Qué diferente ven el arte los artistas respecto al resto del mundo.
Totalmente de acuerdo. Pero igual noto que hay gente que no hace terapia y percibe la vida diferente a mí, que sí hago terapia. La vida la percibimos de muchas maneras y hay quien es consciente de cosas que le pasan, y otros, no.
Los actores vivimos el teatro con mucha implicación emocional, a veces te regodeas ahí, te revuelves. Hablo mucho del dolor porque lo trabajo mucho, el dolor de vivir y de determinadas situaciones. El escenario te sirve para representarlo y que podamos purgar lo complejo, que el espectador salga cambiado de tu función. El consumismo se ha vuelto la máquina expendedora de consuelo, pero yo el consuelo lo encuentro en el teatro.
Todo el buen teatro intenta construir algo positivo. Puedes recrearte solo en el dolor y que aparezcan solo sombras y tremendismo, pero el teatro que me gusta, y el que yo he hecho siempre, ha tenido una voluntad de entretenimiento. Si consigues dedicar un tiempo para pensar, ese pensamiento tiene que construir. El teatro es construir sobre construido.
¿Cómo es ganar un premio?
Cuando dicen tu nombre te quedas sorprendido. Y luego cuando subes a dar agradecimientos piensas: "¿De verdad tengo que hacerlo aquí?" Prefiero invitarlos a comer a todos. Pero bueno, es una hoguera de vanidades y hay que entrar en ese juego. Luego te dicen que utilices el premio a futuro, pero, ¿utilizarlo para qué? [Risas] Está bien que te den premios, pero bueno, no es más, nunca ha sido una aspiración. Los que te quieren se alegran de corazón, eso es bonito.
"La primera vez que me nominaron al Goya yo no quería ir, me sentía ridículo"
La primera vez que me nominaron al Goya yo no quería ir, me sentía ridículo. Y la otra vez no pude ir porque estaba trabajando. Esa primera nominación fue por un par de secuencias en Una palabra tuya y me parecía poco para una nominación. No quería ir por resistencia, te ves como refrenado a ir. No me sentía tan actor como ahora. Puede ser síndrome del impostor y que no me he manejado bien en los photocalls. Una vez allí, llevaron a todo el equipo a la entrada y la organización se olvidó de mí. Yo estaba varado en un pasillo y me decían: "¿Tú quién eres? ¿Qué haces aquí?". Al menos me puedo reír de esas anécdotas, algunas las uso en El minuto del payaso como coartada de la ficción.
Hace 'El minuto del payaso', pero la figura típica del payaso casi está extinguida ya.
El payaso de circo, sí, y parece que de pronto solo está en pelis de terror. Tiene algo como inquietante. Pero se trata de revisitar la figura y refrescarla. Después de 25 años actuando he descubierto una manera de hacer que me implica a mí mostrar el ridículo. A medida que he ido pasando la vida he visto que el humor ayuda a esclarecer las verdades, que te mires al espejo y te rías de ti. He conseguido a través del teatro y de la risa sanar muchas cosas.
La sátira me gusta mucho, y vivimos una época muy Buster Keaton, por tanta gente que ves por la calle varado y sin rumbo. Me conmueven. Tengo presente la picaresca española. Es muy peculiar, no creo que otros países lo tengan. Este país tendría que tener un teatro grande para el Lazarillo de Tormes, El Burlón... y que se representaran continuamente y que buscaran paralelismos con la actualidad. Ahora la encuentro en el caso de Tito Berni, en los que están en la Gürtel...
O, bueno, todo el espectáculo de la moción de censura... Ahí hay extractos para reproducir en el teatro y te descojonas. Hay ridículo a patadas, empezando por el candidato, que era ridículo, pero no lo digo juzgando, lo digo al ver los hechos. Decía: "Pero qué hace usted leyendo" y cosas así [Risas]. Qué maravilla.
También puede ser peligroso, ese tipo de situaciones pueden generar frustración y llevar a la antipolítica.
Es verdad que es esperpéntico. Pero no hay que olvidarse del humor. En ese sentido, el teatro puede asombrar y despertar y puede llamar a revolver y revolucionar. El Teatro del Barrio late con ese espíritu y tiene esa búsqueda. La risa te defiende del miedo.
'El minuto del payaso' trata de esos minutos antes de salir al escenario. ¿Cómo son realmente?
Pues tremendos, pero no puedes estar acojonado todo el rato. Cuando entras en el escenario saltas al vacío, parecían todo sombras y de pronto surge la luz. Tengo mucho miedo a salir, oigo el murmullo de la gente y cuando salgo resulta que hay gente que me conoce, gente que según salgo se ríe... Me invaden muchas preguntas e intento que se puedan trasladar al escenario.
En algún momento pienso: "Hay alguien que se ha levantado esta mañana y ha pensado que va a venir a verme y le voy a hacer reír". Pero no eres demasiado consciente de eso. Lo pienso, me meo, me tiembla todo antes de salir. Estás solo en el escenario, pero también estás solo en la vida. Y creo que el teatro solo se puede dar en lo colectivo, ahora que hay tanta soledad en el consumo a través de las plataformas. Aunque está bien la soledad y aburrirse.
¿Cómo de precaria es la vida de un actor?
El 8% conseguimos trabajo y el 2% vive de ello. La precariedad está incluso en la gente premiada y en las galas. Yo vivo de esto y soy un afortunado, pero siempre tengo esa zozobra de que no me van a llamar. Cumples años y aparece la dificultad de la edad, porque esta sociedad sobrevalora la juventud. Ahora pienso que la obra que estoy haciendo puede que sea la última. No sé si viene por la educación que recibí. En casa decían: "Hijo, guarda, porque el que guarda siempre halla" o refranes como "El que de joven se come la sardina de viejo echa la espina". ¡Hostia! Eso marca para toda la vida [Risas].
Es muy precario dedicarse al teatro. Hasta los 30 o así no pude vivir de ello. Hasta entonces trabaja de otras cosas, lavaba poco la ropa y le pedía tuppers a mi madre [risas]. Me he encontrado a mucha gente que se ha quedado por el camino, es una cuestión de suerte. Hay gente muy válida que no ha llegado y otros que bueno... y ahí están. Me dicen que he seleccionado bien mi carrera, pero yo tengo cosas que si me las hubiera ahorrado, mejor. Pero ahí necesitaba comer.
¿Por ejemplo?
Había un programa que se llamaba Lo que necesitas es amor, pero por estirar la fórmula se inventaron otro programa, Sinceramente tuyo. Era diario y tenía escenas de infidelidades, de amor... Y a mí me tocó dramatizar escenas, pues si una pareja iba al cine se encontraban con un amante y cosas así, yo era actor en esas escenas. No sé ni dónde estará eso [risas].
Alberto San Juan, Nathalie Poza, Willy Toledo... Montaron de jóvenes la compañía de teatro Animalario, que les puso en el foco y se les dijo que hacían arte y activismo.
Sí que llama la atención lo siguiente: cuando hablas de un artista, debería considerarse activista, porque debes aspirar a cambiar al mundo. Animalario tenía la aspiración de contar piezas humorísticas, pero de la condición humana. Y que nos hiciera mejores personas. La estigmatización por ciertos espectáculos no era nuestro asunto. No hago teatro para salir a la calle y que me den hostias.
Pasó con El Rey en València. Eran cuatro, pero yo no hago teatro para generar eso. Y el que lo escriba para buscar eso, yo no se lo interpretaría, porque contribuyes a la toxicidad. Todos mis compañeros de Animalario, uno por uno, han buscado luz. Se ha estigmatizado a más de uno y es totalmente injusto.
El Rey no era una obra incendiaria, simplemente decíamos que la figura de Juan Carlos I está en entredicho, pero no lo decíamos nosotros, lo dice la calle. Si escribes algo y te sale de una manera, hay que confiar en eso. Esa es la fórmula siempre, no hay que dejarse arrinconar por la autocensura ni que nadie te expulse por el fagocitaje político.
¿Cómo se siente uno al verse acosado por hacer una obra de teatro?
Acosado y acojonado. Había un grupo de radicales con un megáfono con marchas militares que nos gritaban "rojos" y cosas así. Sentías que a alguien se le podía ir la mano y tirarte una botella, pero eran cinco.
La función salió perfectamente. Había cinco fuera, pero dentro estaban 400 personas que querían vernos. Debe de haber asociaciones neorradicales que mandan información a los periódicos para avisar de que íbamos. Encima íbamos con Willy Toledo y tal.
Muchos dicen de Willy Toledo que la imagen que da la prensa de él no se parece en nada al de verdad
Su imagen no tiene nada que ver con la real. Pero igual que con Isabel Coixet. Acabo de trabajar con ella y no sabes lo que es, es luminosa. No puedo ver a alguien turbio como se dice.
Pasa también con Alberto San Juan, es un sol de oro. Y Willy es la persona más honesta y muy comprometida. Nathalie Poza es de las mejores actrices de este país y un cachondeo de persona. Javier Gutierrez es otro actorazo y hablo con él y tenemos un pasado juntos.
Si uno ve una foto vuestra de hace 25 años y dónde están ahora... todos afianzados, con premios, con reconocimiento.
Es azar, no hay fórmula para ello. Seguramente nos retroalimentamos unos de otros. En las escuelas siempre lo digo: juntaos. Haced cosas juntos. Luego si te llaman para hacer una película y tienes que alejarte no vas a poder, pero hay que juntarse para hacer cosas, y a ser posible en teatro. La televisión es otro aparataje y hay más gente, pero en teatro con otros cinco compañeros puedes crear cosas. Lo más importante es lo que uno te enseña sin darse cuenta. Muchos compañeros me enseñaron sin darme cuenta.
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