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Actualizado:Lorena Álvarez (San Antolín de Ibias, 1983) presenta este jueves en la madrileña sala Galileo Galilei su último epé, Lorena Álvarez y Los Rondadores de La Val D'Echo (El Volcán), una incursión en la jota aragonesa grabada en el Pirineo oscense. Su fiel parroquia también espera que la singular cantautora asturiana despliegue el repertorio de su bella Colección de canciones sencillas (Elsegell), así como sus recientes versiones de… ¡Mina y Manzanita!
Pintora antes que cantante, cosecha de la Facultad de Bellas Artes de Cuenca.
Yo no diría pintora antes que cantante, porque todo va en el mismo saco: lo que aprendo en la pintura lo aplico a la música y viceversa. De hecho, hago los diseños de los discos. Quiero transmitir lo que sea en cada momento y para eso me apoyo en lo que pueda.
Cuando tocó en el colegio de su pueblo, hace ya una década, los niños la verían como una triunfadora.
Bueno... En un pueblo no puedes ser quien no eres, porque todo el mundo sabe de dónde vienes. Allí no soy la cantante, sino Lorena, la hija de Luis e Isabel.
Un colegio modélico que puso de manifiesto que, gracias a la educación pública, cualquier puede prosperar viva donde viva.
Los profesores estaban muy preocupados por que los niños no sufriéramos marginación por vivir en un sitio tan apartado. Nos llevaban de excursión al cine, al fútbol o al mar para que disfrutáramos de lo que no teníamos allí. También organizaban unas jornadas de comunicación en las que participaban escritores o deportistas, a los que entrevistábamos. Fueron unos años muy chulos, aunque desgraciadamente casi no quedan niños.
Ahora no hay niños y antes se marchaban.
No sé si es inevitable, porque no hay trabajo, ni puedes seguir estudiando. Sin embargo, nos han vendido la idea de que para desarrollarte debes vivir en una ciudad. No estoy de acuerdo. Es un engaño, sobre todo en los tiempos que corren, porque la calidad de vida es mayor y hay gente haciendo cosas muy interesantes en las zonas rurales. Para mí, antes era importante estar en una ciudad para disfrutar de la cultura de primera mano. Ahora mismo, eso me aporta muy poco y, en cambio, pasear por un bosque me parece lo máximo.
Usted ha vivido en Oviedo, en Cuenca, en Puebla (México), en Berlín, en Barcelona, en Granada y en Madrid. Para no gustarle las ciudades…
Claro que me han gustado [risas]. De hecho, era lo que buscaba, en contraposición con haber vivido en un sitio pequeño, hasta el punto de que me hacía ilusión escuchar el camión de la basura. En todo caso, cuando vivía en ciudades, era consciente de que siempre tendría un lugar para desconectar de todo.
O para pasar temporadas, como está haciendo ahora.
Tengo más tiempo para trabajar, me resulta más fácil concentrarme, la calidad de vida es infinitamente mejor y, además, es mucho más barato…
Si pudiese, ¿dónde viviría? ¿O regresaría a alguna de sus ciudades?
He elegido vivir en mi pueblo y, de momento, no me quiero ir. Estoy muy feliz. Antes me sentía aislada, porque está situado en una zona mal comunicada y yo pensaba que fuera estaban pasando cosas que yo me perdía por estar allí. Ahora es al revés: me provoca tristeza que la gente sufra en las ciudades, mientras yo estoy paseando por el bosque. No hay comparación.
De la Facultad de Bellas Artes de Cuenca salieron bandas como La Jr, AA Tigre, Javi Álvarez (Fluzo, Dúo Cobra), Kiev Cuando Nieva… Mucha música, pero también humor, como Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla. Pese a haberse formado en una universidad más vanguardista, usted optó por el folclore y la música tradicional. ¿Cómo le dio por ahí? ¿Pesó su origen?
Vanguardista en el sentido de que algunos profesores apoyaban a los alumnos para que encontrasen su propia manera de expresarse, mientras que la enseñanza en otras escuelas de Bellas Artes es más académica. Cuenca era más experimental y quizás eso me indujo a buscar mi forma de expresarme con libertad. Luego tuve que aprender yo sola a valorar esa expresión personal, que en otro tipo de escuela no habría sido válida, porque yo no dibujo bien [risas]. Respecto a mi infancia, me han influido el ambiente mágico y las historias misteriosas que escuché desde pequeña.
O sea, que el germen de su música fue la tradición oral.
Podría ser, unido a una necesidad de comunicarme de una forma que va con mi carácter: expresar algo complejo de la manera más sencilla. Siempre he intentado ponerme en contacto con los misterios más primigenios del ser humano, o sea, con lo esencial y lo profundo. Y luego materializarlo en forma de canciones o pinturas.
¿Ha descubierto ya el misterio de la condición humana?
No hay uno solo, aunque voy sembrando las canciones con mis descubrimientos. Un artista comparte con los demás los secretos que todos tenemos guardados bajo llave en el corazón, lo que implica luchar con una misma y romper barreras interiores. Esa es la misión que me ha tocado [risas].
Plantea la música tradicional como "la casa del misterio más primigenio, con muchas puertas disponibles para que las abramos". ¿Cuál le gustaría abrir?
En cada disco he intentado profundizar un poco más en ese lugar misterioso. Más que otra puerta distinta, quiero abrir la que va después. Y la sencillez es la mejor manera de hablar sobre lo profundo. Para llegar a eso, hay que quitar muchas capas. En el mundo en el que vivimos, no se trata de hacer cosas más grandes, sino más pequeñas. Hay que quitar y quitar, porque estamos envueltos en velos que nos impiden ver lo esencial y lo importante.
Caso de Colección de canciones sencillas, compuesto e interpretado íntegramente por usted en su propia casa. Un disco melancólico y vital a un tiempo.
Aunque a veces trate temas más oscuros, siempre intento señalar una salida. No me gustaría transmitir el mensaje de que no hay esperanza, porque yo tengo mucha esperanza. Considero que puedo compartir una canción cuando propongo un problema y ofrezco una solución.
¿El humor y la ironía son el caballo de Troya de la crítica?
Sí, es básico. Hoy en día falta humor en la música y en la cultura, cuando es una manera de acercarse muy rápidamente al otro. En vez de alejar a las personas, las une.
Como el baile. Usted que es tan verbenera y gusta de ese espacio tan plural y democrático.
De hecho, no entiendo que se idolatren a los músicos. Ni que estén en un escenario muy alto y el resto de la gente, abajo. Cuando toco, me gusta que estemos todos juntos, como era antes la música. Luego empezó a grabarse y a comercializarse y…
Sin embargo, usted siempre ha sido fiel a sí misma y las discográficas han respetado su propuesta.
Sí, pero eso me ha costado lo mío. Desde trabajar duro hasta superar miedos e inseguridades. Si algo no va bien, me agarro a mi responsabilidad de proyectar luz en las zonas oscuras.
¿El salto de la pintura a la música responde a que se expresaba mejor cantando que pintando?
Sí. Con la pintura he fallado más y no conseguía expresarme ni sentirme tan contenta como con la música.
"La música tradicional es la esencia y no el adorno, es la raíz y no la rama".
No me inspiro en la forma de la música tradicional, sino en su poesía. Es decir, en la manera de expresar cosas muy grandes con palabras muy sencillas.
¿Pionera de lo neorrural?
Normalmente se piensa que la música —o cualquier manifestación artística— es un reflejo de la época que se está viviendo. En cambio, Cyril Scott creía que era al revés, o sea, que los músicos eran seres muy sensibles que se adelantaban a lo que sucedía y daban al mundo las pautas a seguir. Pues igual sí...
¿Cree que su música, sus letras y su propio estilo de vida son un canto contra este mundo acelerado y sin frenos?
Sin duda, porque yo no me siento a gusto en este mundo [risas]. Es mi manera de contar o de recordar cómo debería ser el mundo, dándole importancia a cosas que ahora son ignoradas, de ahí que a veces me sienta un poco fuera de lugar. Por otra parte, sé que hay muchas personas que piensan como yo, porque me escriben, y a las que les llegan mis canciones.
Grabó su último epé con varios músicos, algunos amateur, del Valle De Hecho. Como dice usted, "música a ras de suelo".
Cualquier persona tiene la capacidad de aprender, de conectar y de compartir. Ese es el significado y el valor del arte. Y lo que le da sentido a lo que yo hago.
Mi abuelo era carpintero. De niña, iba a su taller y le preguntaba qué estaba haciendo. Él siempre me respondía: "Es que no sé... No sé lo que va a salir". Cuando crecí, un día me di cuenta de que me había enseñado la magia de la creación: no sabes lo que haces, pero te dejas llevar por la intuición. Eso es un poco el arte.
Entiende que la música debe estar al servicio de las relaciones humanas y las personas, "al servicio de los espíritus de las canciones".
Yo me pongo al servicio de la música, como si fuese su sierva, y hago lo que me va pidiendo, apartando el ruido y mi ego. No se trata de conectar con una misma, sino con la humanidad. Al fin y al cabo, todos somos iguales. Y, luego, la música también debe devolverle algo a las personas, sea bienestar, aprendizaje, etcétera.
Volver a lo humano.
Ya no sé muy bien qué es lo humano. Pero sí se ha perdido la relación con lo invisible y con lo sagrado, algo que quiero recuperar.
Cocina los discos a fuego lento. Música contra la obsolescencia programada.
¡Ojalá! [risas]. Una obra de arte necesita un tiempo y nosotros, para aprender cosas, también, igual que un árbol para crecer. Yo nunca comparto algo con los demás sin haberle dado el tiempo necesario.
De hecho, compartiendo, se introdujo en la música: le pasaba canciones a sus amigos, hasta que le pidieron que las interpretara.
No quería tocar, porque no sabía, pero al final acepté y hasta aquí... Volviendo a la necesidad del tiempo, nos han impuesto una manera de vivir —que no es natural— y nos están metiendo la rapidez en la cabeza —que va también contra la naturaleza—. Nos vamos a convertir en amebas y ni podremos pensar.
Dos pájaros en un almendro es una versión de unos verdiales de Enrique Morente que iba a grabar con los Laúdes del Albaicín. Luego dejó Granada, aquella colaboración no prosperó y la recuperó para este epé. ¿Qué huella le dejó la ciudad?
Una huella muy profunda. Musicalmente, conviví con artistas muy buenos y conocí otras maneras de trabajar. Personalmente, para mí Granada es muy especial: mi segunda casa.
¿Un disco sureño a la vista?
Aunque Lorena Álvarez y los Rondadores de La Val D'Echo está grabado en los Pirineos, tiene una intención de juntar músicas del sur y del norte, de ahí esos verdiales de Málaga con un deje aragonés. Mi sueño es hacer un disco de flamenco, pero desgraciadamente no puedo cantar flamenco [risas].
En cambio, ha tocado las palmas y hecho los coros a Soleá Morente.
Y compuse alguna canción para ella. El flamenco es mi música favorita.
Pensaba que era más de rumba.
También soy muy rumbera, sí.
¿Bambino o Peret?
Me encanta Bambino. Y Los Chichos, Los Chunguitos, Los Chorbos, Los Travilis, Los Calis…
Precisamente versionó Naino, de Manzanita, uno de los fundadores de Los Chorbos. Y Un bacio è troppo poco, de Mina. ¿Siguiente paso?
Hay otra por ahí, pero es una sorpresa. Quiero recuperar las sonoridades de los instrumentos de pulso y púa, con mucha tradición en nuestro país, aunque un poco denostados. Pretendo aplicar el sonido del laúd o la bandurria, precioso y tradicional, a otras músicas y extraer la esencia de esas canciones, originalmente muy orquestadas.
Yo, en cambio, pongo sobre la mesa los mínimos elementos para quedarme con lo esencial. Hay una coplilla de Enrique Morente que dice: "Volando de boca en boca, / llegó un cante a mi casa, / y con la miel que traía, / dejó una gota en mi alma". Esos versos explican cómo me acerco a esas canciones.
Más que la jota aragonesa, podríamos considerar una rareza en su discografía la banda sonora que compuso para el videojuego Alba, A Wildlife Adventure.
Para mí también fue una sorpresa: "Si no he jugado nunca", les dije cuando me lo propusieron. En todo caso, es un videojuego especial protagonizado por una niña que recoge basura en el campo: una heroína con la que me sentí identificada. Me basé en mi experiencia creciendo en un pueblo, rodeada de naturaleza, y de repente la música empezó a fluir.
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