El Día de las Letras Gallegas ha sido, hasta hoy, el plumero que ha sacudido la polvorienta biblioteca de ilustres literatos autóctonos, exhumando cada 17 de mayo a padres de la patria como Rosalía o Cunqueiro, pero también a una heterodoxa nómina trufada de frailes, arzobispos o reyes medievales ajena al pulso de la calle o a la mesita de noche del lector contemporáneo.
El tamiz de la muerte evitaba que autores con tirón mediático y editorial protagonizasen la jornada, pues los homenajeados debían permanecer, al menos, diez años bajo tierra. Lois Pereiro (Monforte, 1958) llevaba un lustro aguardando en el cementerio de Santa Cristina do Viso su turno, aunque sus apologetas eran conscientes de que el poeta lucense escondía en su gabardina apenas un ciento de poemas y revelaba en su rostro las depresiones del malditismo, la contracultura y el post punk.
Demasiados fardos, a priori, para la Real Academia Galega, que terminó haciéndose eco de las reivindicaciones de los vates coruñeses que lo acogieron, mediados los ochenta, en el grupo De amor e desamor; de los precursores del movimiento atlantista, una movida pasada por agua que destiló publicaciones como La Naval o Luzes de Galiza, en las que Pereiro plasmó su expresionismo galaico; y de las nuevas generaciones de blogueros, escritores y periodistas, enrolados en Internet, que se han valido de bitácoras y redes sociales para soplar a favor de la candidatura del firmante de Poemas 1981/1991 y Poesía última de amor e enfermidade, reeditados por Edicións Positivas.
Fueron los únicos libros que el poeta pudo ver en vida, pues la guadaña con la que flirteó en sus versos lo arrebató a sus 38 años. Dejaba una novela inacabada en el cajón, Náufragos do paradiso, rescatada por Galaxia; un sentido diario epistolar a su amor siamés, Piedad Cabo, que tomaría la forma de una Conversa ultramarina (Positivas); y un sembrado de estrofas en revistas y fanzines como Dorna y Loia, que dio título a Poemas para unha Loia, publicado en el primer aniversario de su pasamiento y traducido ahora al inglés (Collected Poems, Small Station Press) y al castellano (Obra completa, Libros del Silencio).
'Había problemas para acceder a su obra y, en pocos meses, se han publicado unos 25 libros', explica el escritor Manuel Rivas, que lanzó la candidatura desde su sillón de la Academia sin imaginar que pudiera salir adelante. 'Las traducciones van a ser para el mundo de la literatura como una lanza de luz entre dos tormentas', asegura el exdirector de Luzes, donde su amigo Pereiro publicó días antes de morir Modesta proposición..., recuperada junto a otros ensayos por Xerais. 'Ahora que está de actualidad el panfleto, el texto es un auténtico Indignaos en forma de arcoiris que no sólo abarca la denuncia', apunta.
Romántico, maldito, exiliado de sí mismo, como Leopoldo María Panero, pero también un libertario que reflejó en su obra 'una lectura política del mundo', recuerda Iago Martínez, coautor del documental Contra a morte, un 'retrato colectivo y urgente de su generación' que se estrena este martes en la TVG. 'Protagonizado por sus amigos y con el poeta como coartada, en él emerge la colza, la heroína y el tardofranquismo', explica Martínez, quien subraya en la biografía Lois Pereiro. Vida y obra (Xerais) la impronta de la música en sus textos. 'No es un poeta del rock, pero forma parte de su paisaje emocional e histórico. En su cosmovisión, Thomas Mann está a la misma altura que Ian Curtis'.
Pereiro, nacido en un cruce de caminos de hierro, se dejó atrapar por los nuevos tiempos, que arribaban a su pueblo en ferrocarril. 'La heroína entró en Monforte como un vendaval. Tal vez, a través del tren llegó el movimiento obrero, el caballo y el sida', opina su biógrafo. Allí, en el bar Sésamo, donde se cobijaba una 'célula de contemporaneidad', sus colegas traficaban con casetes y filmes extranjeros. The Velvet Underground, David Bowie, Neil Young, Joy Division: todo muy oscuro, malditos de diversa clase y condición frente a cantautores protesta, que le parecían un coñazo. Antes de pisar Madrid y machacar sus retinas en la Filmoteca Nacional, Lois se sabía de memoria cada fotograma de Metrópolis sin haberla visto. También poseyó a los simbolistas franceses (Baudalaire, Rimbaud, Verlaine) y a los literatos centroeuropeos (Thomas Bernhard, Peter Handke). 'Su gusto era muy avanzado'.
El trágico destino convertiría su silueta rasgada en una figura de Giacometti. Pereiro recala en Madrid para estudiar inglés, francés y alemán en la Escuela Oficial de Idiomas y se instala con su pareja y amigos en un cuarto piso sin ascensor de la Avenida de Extremadura, donde el repartidor del butano les vende aceite a granel. Era 1981 y a Lois, con 23 años, las escaleras se le antojan una ascensión al infierno, ya que sus músculos flojeaban por culpa de aquel líquido que envenenaría a miles de personas en España: el aceite de colza desnaturalizado. Luego vendría la heroína, que lo iba a acompañar hasta 1994, cuando, ya en A Coruña, es ingresado en el hospital y le diagnostican el sida. 'El cuerpo es una poesía de batalla: / una carnicería en el cerebro', escribe.
Pereiro intentó darle salida a sus composiciones y, a falta de una editorial que lo respaldase, dejó su huella ácrata, rebelde y transgresora en un fanzine imprimido con una vietnamita por el exilio cultural en Madrid. Alrededor de Loia gravitaban, además de Rivas, los pintores Menchu Lamas y Antón Patiño, así como su propio hermano, Xosé Manuel, que haría de sus letras canciones para el grupo de rock Radio Océano.
Algunos de ellos, junto a Miguel Anxo Fernán Vello, Xulio Valcárcel o Lino Braxe, repetirían en el colectivo coruñés De Amor y desamor, que con sus recitales sacó a Pereiro de su voluntario ostracismo público. En una instantánea de Xurxo Lobato, que ejercería con Vari Caramés de fotógrafo oficioso, 'parece que es un recorte', comenta Martínez. La estética de Pereiro, con gafas ahumadas y cazadora de cuero jalonada de cremalleras, contrasta con las chaquetas de sus acompañantes, entre ellos el exministro de Cultura César Antonio Molina, que traduciría algunos de sus versos para la antología Después de la modernidad (Anthropos).
Pereiro ha importado para entonces los postulados del underground europeo. En sus viajes en tren por el viejo continente, sigue el rastro de sus autores de cabecera —Gertrude Stein en París, Yeats y Joyce en Irlanda, Dylan Thomas en Gales, Bernhard en Salzburgo— y, tras ver las primeras crestas en Edimburgo, se sumerge en el movimiento punk berlinés. 'Era como una semilla que contenía un universo absolutamente singular, que finalmente se está expandiendo', subraya Rivas.
Galicia asiste a la multiplicación de sus rimas y sus textos: recitales, conciertos, discos, performances, exposiciones, cómics, documentales y libros rinden tributo a un escritor impudoroso y desgarrado que habló del amor y la muerte con conocimiento de causa. Los stencils con su faz en blanco y negro han colonizado los muros del país e incluso una cadena de supermercados la ha impreso, acompañada del poema Transmigración, en sus bolsas. Muy de poeta urbano o, como lo describió Xavier Seoane, asfáltico.
'Está siendo un descubrimiento para todo el mundo, especialmente para las nuevas generaciones, que lo asumen como la voz de la literatura que necesitábamos en este momento', añade el creador de Todo es silencio, testigo de la revitalización del Día de las Letras Gallegas gracias a la elección de Pereiro como singular e inesperado protagonista. 'Lo que está pasando con un autor considerado maldito hasta hace unos meses es algo inaudito. Se habla de él poniéndolo a la altura y con el carácter de convulsión de Rosalía de Castro o Manuel Antonio'. Ya lo había escrito años ha: 'Pereiro es el clásico que tiene la literatura gallega sin saberlo'.
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