Este artículo se publicó hace 5 años.
Jornada de reflexiónLo llaman democracia... y son elecciones
¿Si hay elecciones es una democracia? Un trayecto por la historia y por votaciones paradigmáticas reflejan la ambigüedad de términos y la necesidad de reflexionar sobre la democracia representativa.
Jose Carmona
Madrid-
Las urnas han servido para otorgar garantías democráticas, para recortarlas y para refundar sistemas. También han generado tensiones inesperadas: Pablo Escobar 'ganó' una butaca suplente en el Senado colombiano, Pinochet perdió un referéndum en plena dictadura militar, el pueblo griego votó en contra de un tercer rescate económico y aun así se produjo y los soviético votaron en contra de la disolución de la URSS.
"La ciudadanía recupera la soberanía por un día, pero creo que no se dan cuenta de que pierden la capacidad de control durante cuatro años", opina Natalia Millán, doctora en Ciencia Política, con cierta preocupación.
La politóloga define la democracia representativa como la energía nuclear sería definida por alguien que tiene el desastre de Chernóbil en la memoria: una herramienta impredecible. La profesora de la UCM encuentra en este modelo algunos aspectos negativos: "A partir de las democracias modernas lo que se elige no es cómo se va a gobernar, sino quien, por eso es 'representativa', porque el poder y la toma de decisiones las delegamos. Se quedan con un amplísimo margen de libertad y la capacidad de control de la ciudadanía es muy limitado".
Un parlamento, una Constitución, un Ejecutivo y separación de poderes. Las formación de democracias liberales al abrigo de la resaca de la Primera Guerra Mundial trajo elecciones, plebiscitos y toda clase de artificios que a día de hoy se consideran sinónimos de democracia.
Entre 1919 y 1947, Etiopía, Mongolia, Nepal, Arabia Saudí y Yemen sostenían el cuestionable honor de ser los únicos Estados del mundo sin procesos electorales, según recoge Eric Hobsbawm en su Historia del Siglo XX. Y Afganistán, China, Guatemala, Paraguay y Tailandia tan solo acudieron a comicios una sola vez.
Incluso Franco llevó a los españoles en varias ocasiones a las urnas; la primera de ellas fue en 1947 para saber si los ciudadanos aprobaban, en plena dictadura y con el Estado de guerra aún en vigor, a Franco como jefe de Estado vitalicio para, a su muerte, reinstaurar la monarquía borbónica. La 'propuesta' ganó con un amplio 95,6%.
"Un sistema democrático es un sistema en el cual, como poco, los partidos que están en el poder pueden perderlo"
Pablo Simón, profesor de la Universidad Carlos III y analista político, entiende que no son las urnas lo que diferencia a una dictadura de una democracia: "Todas las democracias tienen elecciones pero no en todos los sitios donde tenemos elecciones hay democracia. Desde una perspectiva empírica, a día de hoy, más de la mitad de los sistemas autoritarios del mundo realizan elecciones. Se caracterizan por estar falseadas, no permitir concurrir libremente, por restricciones a los medios de comunicación y un largo etcétera", apunta el politólogo. A fin de cuentas, Corea del Norte tuvo una votación al parlamento este mes de abril.
De esta manera, Simón propone una definición muy precaria para 'democracia'. Reconoce que necesita de añadidos y complementos, pero acude a la raíz de su utilidad para encontrar términos que sirvan de consenso a todos: "Un sistema democrático es un sistema en el cual, como poco, los partidos que están en el poder pueden perderlo. Si se celebran elecciones, nadie sabe lo que va a pasar, se acepta el pluralismo político y cuando se vota, el que estaba en el poder se va a la oposición, entonces sí sabes que estás en un sistema democrático. Esto no significa que tenga que haber alternancia, sino que hay unas reglas compartidas", arguye. Aunque esta acepción, parca en matices, necesita ser sazonada: "Luego tiene que haber otros componentes, evidentemente: inclusión social, control judicial, no debe haber captura regulatoria –una suerte de tráfico de influencias– por parte de lobbys, ni corrupción...", concluye el analista.
Las urnas sirven como elemento de legitimidad –normalmente indiscutible–, para lo bueno y para lo malo. Incluso se generan mitos en torno a ellas. Alberto San Juan y Guillermo Toledo escenificaban a modo de parodia lo que significan las elecciones para la oligarquía. En su obra El Rey se producía una conversación entre Carrero Blanco y un emisario estadounidense que clamaba a la dictadura por unas elecciones. "Las cosas han cambiado", decía el personaje. Al ver como Carrero se negaba en rotundo a una transición hacia la democracia, el americano decía con media sonrisa: "Carrero, te van a matar".
De elegir alcaldes a la II República
Hay elecciones, por contra, que tienen resultados tan llamativos que desembocan en procesos diferentes a los que originalmente estaban destinados. El caso más paradigmático es el de España en 1931, en el que se empezó eligiendo alcaldes y se acabó proclamando la II República.
"La prensa monárquica decía que España se jugaba algo más que los concejales"
Vicente Clavero, autor de 14 de abril. Crónica del día en que España amaneció republicana y El desahucio de la monarquía. La prensa ante la llegada de la Segunda República, reconoce que las elecciones municipales de 1931 se tornaron en un plebiscito entre monarquía y república, algo consensuado por todas las partes en los días previos a los comicios: "Los líderes de las dos partes así lo dijeron expresamente. Hay en concreto declaraciones del Conde de Romanones –ministro de Estado en aquel entonces– que así lo aseguraban. También lo declaró Manuel Azaña, pero es que los periódicos también lo tenían muy claro. La prensa monárquica, ABC y El Debate, decía que España se jugaba algo más que los concejales, se jugaba el modelo de Estado", declara.
Así, la victoria de los partidos republicanos sirvió de palanca para un cambio total en España, aunque tras la derrota, el bloque monárquico negó la mayor: "Hay editoriales de ABC y El Debate que el mismo día 14 –hay que tener en cuenta que cerraban el 13 por la noche la edición–, decían ahora que no se podía hacer una lectura en clave plebiscitaria. Lo que me llama la atención, y es algo que hay gente que aún lo mantiene, es que se dice que para la proclamación de la II República se produjo un golpe de Estado, cuando la historia demuestra que no", concluye Clavero.
Todo gran personaje político del siglo XX ha pasado por algún proceso electoral. Incluso Hitler, aunque contradiciendo lo que cuentan las leyendas sobre su ascenso al poder, nunca ganó unos comicios presidenciales, aunque su partido sí era el más votado en clave federal para formar el parlamento. Hindemburg sacó hasta cinco millones más de votos que el candidato nazi, según recogen los datos de la época.
"Tras la implantación de la democracia moderna en EEUU y Reino Unido se asume que los sistemas democráticos deben tener elecciones"
Natalia Millán, aunque no tiene del todo claro que el ciudadano entienda democracia y votar como sinónimos –debido a la desconfianza en el sistema–, sí propone un momento de la historia como principio de esa fusión de conceptos: "A partir de la implantación de la democracia moderna en EEUU y Reino Unido se asume que los sistemas democráticos deben tener elecciones y empieza a darse este paralelismo entre democracia y votación. Se produce de manera definitiva cuando hay sufragio universal, porque ser una conquista progresiva", concluye.
Los argumentos de los dos politólogos consultados indican que puede haber elecciones y no haber democracia. Algo así como la victoria en los comicios que Thomas Selby, protagonista de la serie Peaky Blinders, gana al final de la cuarta temporada –perdonen el spoiler–, tras presionar a todo Birmingham para las votaciones a la Alcaldía.
De Yelstin a Trump
"¿Por que no hay golpes de Estado en Washington? Porque no hay embajada de EEUU", dice un antiguo chiste, sobre la injerencia de Estados Unidos alrededor del mundo. Sin embargo, famosas son las elecciones del año 2000 en las que George W. Bush ganó las presidenciales a Al Gore, con una polémica que ha sobrevivido al tiempo. La historia, inmortalizada en el documental de Micheal Moore Fahrenheit 9/11, así como en el largometraje Recuento, recogen como en Florida las máquinas impedían votar correctamente y cómo el Tribunal Supremo bloqueó la posibilidad de llevar a cabo un recuento electoral con garantías.
Ante la polémica por la reciente victoria de Trump en 2016, en la que la justicia estadonidense busca alguna injerencia de Rusia y Putin, la historia sí demuestra una historia similar, pero a la inversa: hay más que evidencias, publicadas por el New York Times y la revista Times, sobre la intromisión de EEUU en las primeras elecciones presidenciales de Rusia tras la caída de la URSS en 1996, cuando Boris Yelstin revalidaba el puesto. George Gorton, Richard Dresner y Joseph Shumate fueron asesores de la candidatura no comunista, así como Dick Morris, que servía de cable entre Yelstin y la administración de Bill Clinton. El derrotado fue Guennadi Ziugánov, opositor de Gorbachov, la perestroika, y todo aquello que pugnaba idelológicamente contra EEUU.
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