Joaquín Pascual: "Si atracase un banco de mayor, me gastaría el dinero en drogas y en una vejez digna"
El incombustible músico de Mercromina y Surfin' Bichos publica su octavo disco en solitario, 'Baladas para un atraco' (Dad).
Madrid-Actualizado a
Octavo álbum ya de Joaquín Pascual (Ayora, València, 1964) en solitario, a los que habría que sumar la discografía de Mercromina y Surfin' Bichos —todavía vivos y coleando, tanto en directo como en el estudio—, así como la de Travolta, otro proyecto personal —como lo es todo en él— del músico albaceteño. Grabado y mezclado por Paco Loco en el Puerto de Santa María, su segunda casa, en Baladas para un atraco (Dad) se ha propuesto asaltar un banco para costear la vejez y destinar el botín a causas benévolas, que no benéficas.
¿Lo han confundido alguna vez con otro Joaquín Pascual?
No. ¿Con otro Joaquín Pascual? ¿Es que hay otro Joaquín Pascual?
Pues tenemos al Joaquín Pascual cazador de alimañas, de Cervera del Río Alhama (La Rioja).
¡Cazador de alimañas! [risas]. ¿Pero qué caza, tío? ¿Roedores? ¿Zorros o algo así? Oye, si maneja bien el rifle, podríamos incluirlo en nuestra banda de atracadores.
Ojo, que también había un Joaquín Pascual capitán de fragata y de familia de marinos de la Armada…
Muy bueno, pero me interesa más el cazador de alimañas, porque podría cubrir el hueco mejor que el marino. Por cierto, ahora que lo recuerdo, también hay un filólogo clásico que se llama igual que yo, aunque nunca me han confundido con él.
Baladas para un atraco es un disco personal, pero rodeado de su gente: Carlos Cuevas colabora en la composición de El presente y presta su voz en los coros, como Fernando Alfaro y Fino Oyonarte.
La verdad es que no. La idea surgió durante una conversación con Fernando Alfaro, un día que estaba mosqueado después de que le suspendieran un concierto. Entonces nos dijo a Jorge Pérez (Tórtel) y a mí que había llegado el momento de hacerse atracador, ya que necesitaba dinero porque la vejez era muy costosa y necesitaba otro tipo de vida. Nos invitó a unirnos a la banda y empezamos a fantasear con aquello: uno conducía el coche, otro entraba en el banco...
Luego le estuve dando vueltas a la conversación, porque tenía un espíritu muy romántico: después de toda una vida juntos haciendo canciones, ahora seguiríamos juntos, pero en una banda de atracadores, con una nueva vida intensa y extrema. Entonces, cuando empecé a componer las canciones de este disco, me pareció bonito que estuviese presente toda esa gente con la que había convivido durante tantos años.
En ese retiro dorado, con el dinero del atraco al banco, ¿qué dejaría de hacer y en qué emplearía el dinero?
De mayor, lo mejor es gastarlo en drogas. Y luego en tener una vejez digna, divertida y sin dolores. Todo eso forma parte de la medicación, tanto legal como ilegal. También me parece muy guay vivir juntos, en un pueblo abandonado de la España vaciada, donde nadie nos buscaría y los vecinos pensarían: "Seguro que estos señores son buena gente". Puede parecer una fantasía absurda, aunque en el fondo, además de un aspecto romántico increíble, subyace el poso de la amistad.
Bueno, pero a estas alturas de la vida deberían tener cuidado con un marichalazo.
¡Qué va! Seríamos más cuidadosos… [risas].
La cronología del atraco se refleja en las primeras canciones del disco.
En ese momento, acababa de leer el libro de cuentos El llano en llamas, de Juan Rulfo, y me apeteció escribir un relato por episodios: El plan, La noche previa, El atraco y Un final abierto. Cuando se agotó el argumento, empezaron a surgir canciones a modo de reflexión sobre todo lo anterior —como el miedo ante lo desconocido—, que conforman una segunda parte del elepé, separada por un tema instrumental, Balada intergaláctica.
En todo caso, es una coartada existencial: entre la planificación y el asalto al banco, uno no deja de reflexionar sobre la vida, tanto pasada como futura.
Claro, el atraco es una excusa. He pensado mucho en el pasado y en el futuro, incluida la muerte.
"Los criminales que quieren ser famosos tienen algo en común con los cantantes que tienen demasiada prisa por convertirse en estrellas: a ambos se les nota demasiado, y por ello se les suele acabar pillando", escribe Nacho Vegas en el magnífico texto que acompaña al disco. Usted, en cambio, se lo ha tomado siempre con calma.
Bueno, yo he dado bastante la cara. Llevo toda la vida en la música, aunque durante mi etapa en solitario he roto con la inercia de la publicación del disco, la promoción y la gira.
Cuando digo que se lo ha tomado con calma me refiero a que no ha tenido el afán de convertirse en una estrella a toda costa.
Claro. En Surfin' Bichos cumplimos con las expectativas de nuestras discográficas, pero luego me fui enclaustrando en mis propias canciones. De hecho, antes de que Dad Digital publicara este disco, le prometí a Mikel Sagüés que saldría del ostracismo para darle una oportunidad a Baladas para un atraco, porque llevaba tres álbumes sin hacer promoción ni entrevistas.
¿Cuál es la diferencia entre Joaquín Pascual, Travolta y Mercromina? Fernando Alfaro considera que usted es un género en sí mismo.
Desde Mercromina, he ido tomándome más en serio. Al principio, no era demasiado reflexivo y, con el tiempo, empecé a preocuparme por ciertas cosas y a hacer de cada canción un hecho más importante.
¿A qué cosas se refiere?
A la presencia de la verdad en las canciones, al tiempo que le dedicas a cada una, a las palabras que utilizas…
¿Quizás reivindica menos a Travolta?
En absoluto. Todo eso ya lo tenía en mente cuando publiqué El efecto amor, el primer disco de Travolta. Es muy diferente componer en un grupo que en solitario. Y yo he sido más consciente de lo que hacía y he profundizado más en la búsqueda de la verdad en mis proyectos personales. Y me da pena y rabia, porque me hubiera gustado descubrirlo antes. Es decir, haber compartido con las bandas esa claridad y esa importancia a la hora de componer las canciones.
Quizás, cuando mira hacia atrás, alude siempre a Mercromina por su mayor influencia. Sin embargo, cuando el motivo de la entrevista es un disco propio, se encuentra con titulares que aluden a Surfin' Bichos. Supongo que será un mal menor al que está acostumbrado.
Sí, aunque ahora es lógico que suceda, porque acabamos de publicar un nuevo disco, Más allá, por lo que resulta inevitable. Pero, claro, yo he venido aquí a hablar de mi libro [risas].
Usted es maestro de Música en primaria y, a veces, de Plástica. ¿Ha aprendido de los niños? ¿Qué le han enseñado?
Me sorprende su sinceridad a raudales y su actitud ante las situaciones y los problemas que surgen, porque pasan por encima de todo.
¿Y musicalmente?
Son muy descubridores. Bucean mucho y cada semana vienen con algo novedoso. En Plástica, yo les pongo música y les dejo que escuchen lo que quieran. Les gusta, sobre todo, el trap y el reguetón, aunque a algunos les tira el indie e incluso la música clásica. Son bastante inquietos y se preocupan por investigar y descubrir cosas nuevas. Agotan enseguida la música: una canción les dura una semana y, a la siguiente, vienen con otra vaina completamente distinta.
Y usted les ha brindado La Música y yo, un proyecto didáctico interactivo más…
Más basado en su significado a nivel social y en la emotividad y la sensibilidad de la música. No es un proyecto para aprender a leer ni a tocar, sino para reflexionar ante lo que escuchan. Está pensado para que los niños consigan ser unos oyentes activos con inquietud musical.
Vive de esa música y, me imagino, pierde dinero con la otra.
No te equivocas mucho [risas].
¿Cómo es posible que un músico con su trayectoria tenga dificultades para tocar en directo acompañado de una banda? Me responderá que nada nuevo bajo el sol. De hecho, usted tiene muchos colegas que tienen otros trabajos, incluso no relacionados con la música, que les permiten realizarse como artistas.
En España, vivir de la música es muy difícil. Me refiero a un compositor, no al chelo de una orquesta sinfónica o a un profesor como yo. Y ya no hablemos si sus canciones asumen ciertos riesgos a nivel creativo o se escapan del perfil masivo, porque entonces resulta prácticamente imposible.
Tampoco hay un entorno, ni una situación, ni una infraestructura a nivel administrativo que nos permita ser músicos. Por ejemplo, yo soy funcionario del Estado y no se me permite tocar en un escenario, aunque lo declare a Hacienda, por una cuestión de incompatibilidad. O sea, puedo ser profesor de música, pero no ejecutante.
¿Y cómo lo hace?
Los que veis tocando por ahí son mis dobles... El marco administrativo alrededor de la profesión de músico y de artista es un desastre absoluto.
También podríamos poner como ejemplo a su propia hija, Ángela Pascual (Albacete, 1989). Estudió piano de pequeña y luego ha cantado y tocado la guitarra junto a usted, ha acompañado en directo a Soledad Vélez y también ha formado parte de los grupos Ramírez, Pink Frost y Capricornio Uno. Sin embargo, trabaja como fisioterapeuta. ¿Le aconsejó que buscase una alternativa laboral a la música o todo discurrió en paralelo?
No. Nunca hablamos de ese tema, pero ella ha conocido este mundo desde pequeña. Personalmente, siempre he pensado que la música me ha hecho disfrutar más sin exigirle que me diese de comer que como compositor, con la presión que supondría tener que vivir de mis canciones. Eso, además, me ha dado tranquilidad.
Y libertad creativa...
Ojo, porque hacer lo que quiero podría parecer una postura egoísta. Claro que me gustaría tocar más y que mis canciones generasen sentimientos en el público y perdurasen en el tiempo.
Disculpe la indiscreción, pero ¿cuánto le cuesta publicar un disco?
Unos 6.000 euros, aunque tengo la suerte de que siempre encuentro a alguien que le gusta el disco, lo quiere publicar y se hace cargo de la mitad de los gastos. El único álbum que no se editó físicamente fue Valencia 2019. Y, en el caso de Baladas para un atraco, después de pagar el estudio, los viajes y a los músicos, Mikel Sagüés ejerció de coproductor y afrontó la fabricación del vinilo, porque le encantó.
Sin citar nombres, ¿no le sorprende que algunos músicos consagrados, hombres y mujeres, tengan que costearse la grabación de un disco, que luego entregan a una multinacional para su fabricación, distribución y promoción?
En realidad, esos artistas no suelen encontrar dificultades para encontrar una discográfica. El problema es que hoy un músico tiene que trabajar para Spotify, Instagram y Facebook. Es lógico que se preste a cierta labor promocional, pero su tarea es hacer música, por eso necesita una ayuda externa. Yo simplemente quiero hacer canciones.
Podríamos pensar que el músico rentabilizará el disco con los conciertos. Sin embargo, como decíamos antes, tocarlo con una banda acarrearía más pérdidas, excepto que un festival o una administración le paguen un caché decente. No sé si resulta frustrante o tiene el corazón curtido.
Tengo el corazón curtido. Preparo formatos muy reducidos, incluso solo con piano. Es algo a lo que te habitúas. En esta gira, tocaré la guitarra y me acompañará un batería.
Me imagino que, en las circunstancias más adversas, seguiría componiendo, aunque fuese en la intimidad o para una parroquia devota.
Yo me creo la labor de mis canciones. También me sirven para conocerme a mí mismo: mis miedos, mis frustraciones y mi forma de pensar, de ver las cosas y de cómo superarlas. Es una manera de expresión, aunque si solo fueran para ti se quedarían en nada. Sería un acto onanista.
El amigo y editor de Kafka, Max Brod, traicionó su deseo de quemar su obra inédita. Y, así, se salvaron El proceso, El castillo o El desaparecido. ¿Fue su albacea un cabrón?
Un poco sí… Yo quizás la quemaría. Sin embargo, en ocasiones, esas obras escondidas completan la visión de un creador y leerlas resulta gratificante.
El albacea antepone el disfrute del lector a su amistad con el autor. Entiende, pues, que fue un traidor.
Porque fue una traición. Y, en ese sentido, Max Brod debería haber cumplido la última voluntad de Kafka. ¡Quémalo todo y a tomar por culo! [risas]
Respecto a la traición como bien mayor, entraríamos en cuestiones más peliagudas, como que el fin justifica los medios. Sea cual sea el objetivo, justo o injusto.
¿Por qué lo dices? ¿Por los atracos? [risas]
Que se lo digan a Patty Hearst, la nieta del magnate William Randolph Hearst, secuestrada por el Ejército Simbiótico de Liberación, cuya petición de rescate fueron seis millones de dólares en comida para los pobres de California. Luego terminó uniéndose al grupo terrorista y la reconocieron en una foto cuando atracaba un banco.
Este disco habla un poco de eso. Como escribe Nacho, aunque parezcan maldades, hay actos de justicia social y poética, incluida la quema de los libros de Kafka.
Volvamos pues a Nacho Vegas, quien comenta que "nunca se es demasiado viejo para escribir una canción ni para atracar un banco". ¿Los músicos no tienen fecha de caducidad? ¿Quizás llega un momento en el que uno ya no disfruta sobre el escenario, ni mucho menos en la furgoneta?
En solitario, puedes espaciar los bolos y tener cierto control, pero tocar en directo con una banda agota. En cambio, pasan los años y muy poca gente lo deja. En mi entorno, todos continuamos activos, sacando buenos discos y haciendo conciertos. Quizás llegue un momento en el que, por cuestiones obvias, habrá que dejarlo, aunque siempre tendré la necesidad de componer canciones.
En otoño, gira por salas de Surfin' Bichos, luego los festivales del próximo verano y, en medio, todo lo que les salga a usted y a Mercromina.
El 23 de septiembre Mercromina tocará en el Visor Fest (Murcia). El 16 de noviembre Surfin' Bichos actuará en la Sala Apolo (Barcelona) y antes habrá un par de sorpresas que no puedo anunciar. Y en otoño pretendo salir de gira en solitario.
En su obra hay dos constantes: la producción de Paco Loco y las portadas de Joaquín Reyes, si bien el autor de la carátula del último disco es Pablo Errea.
Con Paco Loco empecé en los tiempos de Travolta y, a partir de ahí, he hecho todo con él. Formamos un tándem que funciona porque hay química entre nosotros y nos entendemos bien. La colaboración de Joaquín Reyes se retrotrae a Mercromina. Estoy encantado con él, aunque como iba a hacer la del disco de Surfin' Bichos, opté por Pablo Errea para ilustrar Baladas para un atraco. Pero esa no es la única razón, porque Pablo es mi amigo y me apetecía mucho que diseñara la portada, que es flipante.
Me imagino que le habrá susurrado muchas nanas a sus hijos después de tantos años arrullando a su público.
¡No te creas, eh! [risas]. ¡Madre mía, lo del susurro es una cosa increíble! A veces, de forma consciente, he intentado no hacerlo. Sin embargo, el único disco donde no he susurrado es el primero, El ritmo de los acontecimientos, que quedó muy punk. En realidad, es mi forma de cantar. En ocasiones, me gustaría enfocar la voz de otra manera. Pero cuando me pongo, al final… Es mi voz, tío.
Marca de la casa.
De verdad que he intentado impostar la voz y llevarla a otro terreno, pero no hay manera. Por cierto, Erik Jiménez, el batería de Los Planetas y de Lagartija Nick, me imita muy bien [risas].
Cuando dice que no puede impostar la voz, significa que el susurro no es forzado, sino que le sale de manera natural, un signo de autenticidad.
Claro, pero molaría cantar como Leonard Cohen, Lou Reed o David Bowie, quienes poseen esas voces tan rotundas sin necesidad de trabajarlas. Ojo, que yo tampoco he trabajado nunca mi voz, porque es muy mala [risas]. Si intentase educarla, no lo conseguiría. Al menos, resulta reconocible y tiene personalidad.
¿La melancolía, aunque sea a punta de pistola, es reconfortante?
Cuando Mercromina grabó Bingo, Banin Fraile, el teclista y guitarrista de Los Planetas, me dijo: "Tus canciones siempre me provocan melancolía". No es la única persona que me lo ha comentado y quizás sea otro sello de identidad. Yo intento hacer canciones más alegres y me cuesta mogollón. Por mucho que pretenda que abandonen el límite de la tristeza, no sean tan profundas y tengan una carga más superficial, no me salen.
Entonces, la melancolía puede ser reconfortante.
Claro. Pese a que quizás te estremezca en ciertos momentos, te lleva a unas añoranzas y a unos pensamientos que no tienen por qué ser dramáticos ni tristes.
Además de evocadoras, incluso pueden ser vitales, como sucede con las atmósferas que genera Mercromina.
Aunque mis discos en solitario son más esqueléticos, no están tan arropados y últimamente no tienen tantas orquestaciones ni sintetizadores, siempre he intentado que haya pasajes instrumentales que, de alguna manera, recreen lo que la canción intenta decirte. Ese objetivo de trasladar toda la información a lo sonoro era constante en Mercromina y yo todavía intento mantenerlo, como en la canción El atraco, cuando el teclado se queda suspendido y yo canto: "El amor y la amistad, juntos cerca de la muerte".
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