Este artículo se publicó hace 7 años.
Jackie Kennedy, la reina de Camelot
El cineasta chileno Pablo Larraín pone el pie en Hollywood desmontando el mito de Jacqueline Kennedy. ‘Jackie’ revela las contradicciones de aquella mujer en una película rodada magistralmente y con la que Natalie Portman aspira al Oscar a la Mejor Actriz.
-Actualizado a
MADRID.- Jacqueline Kennedy, bañada en la sangre de su esposo, se negó a abandonar la sala del Hospital Parkland donde el equipo médico luchaba por devolver a la vida al presidente John. F. Kennedy. “Es mi marido, es su sangre, todo su cerebro está esparcido sobre mí”. Fueron las palabras que ‘la reina de América’, tal y como la bautizó Sinatra, utilizó para hacer callar a los que pedían que saliera de allí. La imagen de una mujer casi en shock, pero cargada de determinación, con sus glamurosas ropas ensangrentadas, la convirtieron súbitamente en una heroína. Pablo Larraín recupera en Jackie esa imagen pública y revela las contradicciones de ésta con la dimensión privada de aquella mujer.
“Yo no hago cine homenaje, no puedo filmar una estatua”, sentenció el cineasta chileno refiriéndose a su anterior Neruda, magistral retrato de una figura pública ‘desafinada’, rebosante de paradojas. “Solo intento con el cine comprender la complejidad de la humanidad”, señaló entonces. En su innegable coherencia –fílmica y política-, esas afirmaciones serían impecables ahora para hablar de Jackie.
Sonada entrada en Hollywood
Con Natalie Portman en el papel principal, en la que es seguramente la mejor interpretación de su carrera, la película es la primera que este cineasta, una voz extraordinaria del cine mundial, rueda en inglés, y con ella protagoniza una sonada entrada en Hollywood. Nominado a tres Oscar - Mejor Actriz, Mejor Música Original y Mejor Diseño de Vestuario-, el filme ya se alzó en el Festival de Venecia con el Premio al Mejor Guion (Noah Oppenheim). “Esta ha sido una increíble oportunidad”, reconoció Larraín, que en el certamen veneciano definió a Jackie Kennedy como “la más desconocida de los personajes desconocidos”. Peter Sasgaard, Greta Gerwig, Billy Crudup y el desaparecido John Hurt completan el reparto.
Jackie relata la vida de la primera dama en los cuatro días posteriores al asesino de John F. Kennedy. Partiendo de la entrevista que Teddy White le hizo para la revista Life, el cineasta navega en las emociones y circunstancias de esta mujer -en medio de una tremenda conmoción y de un profundo dolor- mediante flashbacks, aprovechando el programa A Tour of the White House with Mrs. John F. Kennedy en el que ella enseñaba a los americanos cómo había decorado la Casa Blanca, y con algunas imágenes reales del entierro de Kennedy.
El reino de Camelot
Blanco y negro para muchos de estos momentos, el color aparece en las secuencias casi privadas de la cámara con Natalie Portman. “Era la manera de hacer sentir el proceso que atraviesa”, explicó Larraín. Un dolor universal y una entereza admirable que completan el retrato de una mujer fría, calculadora, autoritaria, que despreciaba al marido infiel y que en esos momentos peleaba por superar la tragedia y se preparaba para un futuro en el que jamás había pensado. Resuelta a pesar de todo a crear una leyenda, Jackie Kennedy preparó un funeral de Estado a la altura de los más grandes para rematar así la fantasía del único reino de Camelot que fue posible en América.
“No olvidemos / que una vez existió un lugar /que durante un breve pero brillante momento fue conocido como Camelot”. Era el final del musical de Broadway Camelot, una de las canciones favoritas de John. F. Kennedy, que escuchaba casi cada noche, según explicó su viuda en aquella entrevista a Life. “Nunca volverá a haber otro Camelot", sentenció en su conversación con Teddy White, afianzando el espejismo de un tiempo que pudo ser mejor.
Víctimas de las circunstancias históricas
Magnífica en su rodaje, con un dominio absoluto de la intención, unos primeros planos repletos de información y una tensión constante, la película de Pablo Larraín no es un biopic convencional –probablemente, esta sería la palabra más desafortunada para describir el cine de este cineasta-. En el polo opuesto de las características de este subgénero, esta película no es, a pesar de lo que a primera vista podría parecer, una rara avis en su filmografía.
“Si hay un puente que podría conectar todas mis películas es la idea de las personas que son víctimas de la circunstancias históricas, la gente obligada a comportarse de manera que no entienden completamente, que no saben exactamente lo que están haciendo o por qué”, explicó Larraín en una entrevista en Chile, con motivo del estreno de Neruda y de Jackie en EE.UU.
Detrás de las puertas
Jacqueline Kennedy fue víctima una de esas ‘circunstancias históricas’, de una coyuntura política concreta, como antes lo fueron otros personajes de las películas de Larraín. El asesino en serie de Tony Manero y el tipo que trabaja en la morgue donde hacen la autopsia a Allende de Post Mortem, ambos atados a la dictadura; una sociedad organizada para arrebatar a Pinochet el poder (No), los sacerdotes depravados y podridos de El Club y un mundo en el que impera la impunidad tras la dictadura; las contradicciones de Neruda, poeta admirado, comunista comprometido y, al mismo tiempo, burgués, arrogante y putero.
Para este cineasta, el rosa Chanel del vestido de Jackie Kennedy es lo de menos, lo importante, lo que puede mutar en gran cine es lo que prometen “las toneladas de cosas que pasan detrás de las puertas”. En esos rincones oscuros, Pablo Larraín ha encontrado una Jackie desconocida. La de su película no es solo la madre, la esposa, la ‘novia de América’, símbolo de la juventud y de la elegancia. Es la persona que mantuvo fragmentos del cráneo y el cerebro de su esposo en una mano hasta entregarlos en el hospital, la que construyó en EE.U.U. el engaño, la ilusión, del ‘reino de Camelot’.
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