Entrevista a Alejandro Zambra"Es impresionante que los hombres sepamos tan poco sobre la crianza"
Barcelona--Actualizado a
Alejandro Zambra es una de las voces más originales y admiradas de la literatura latinoamericana contemporánea. Después de las explosiones de Bonsái o Poeta chileno, ahora publica Literatura infantil, un libro en el que bucea en su propia paternidad. Otra vez Zambra. Otra vez esa forma de narrar que se lo lleva todo por delante. Nos citamos con él en Barcelona.
Se abre una puerta de cristal tintado y del otro lado, como en un truco, aparece Alejandro Zambra. Viste camisa y vaqueros negros, a juego con la montura de las gafas y la melena, que se le derrumba simpática sobre la frente. Si no fuera porque aquí le conoce todo el mundo, y le reclama todo el mundo, recordaría aún más a Rodríguez, ese guitarrista de pelo largo y canciones de éxito que un buen día desapareció del mapa y al que luego dedicaron un documental memorable: Searching for Sugar Man.
Pero no hemos encontrado a Rodríguez. Hemos encontrado a Zambra, que entra en la sala pidiendo disculpas. Viene de grabar una entrevista para un programa de televisión. Hubo un fallo técnico, se tuvieron que repetir varias tomas, eso provocó el retraso. "Siempre ocurre lo mismo: vas a decir la frase crucial y, de repente, pam, todo explota". Sonríe como si hubiera hecho una travesura y fuera la primera vez que la contara. Antes de sentarse, se sirve un café en la máquina.
Zambra nació en Chile, vive en México y está en Barcelona. Para presentar su nuevo libro y para ser parte del festival En Altres Paraules, en CaixaForum, donde nos encontramos. Su charla tendrá lugar unas horas después. De él se dice que es uno de los autores latinoamericanos más relevantes de las últimas décadas (Bonsái, La vida privada de los árboles, Formas de volver a casa, Facsímil, Poeta chileno; ojalá el tiempo fuera una cinta y poder rebobinarla para no haberlos leído todavía). Zambra es tan sencillo, pero de una sencillez tan compleja, que cuesta encontrar una sola frase que lo defina. Tal vez esta: alguien que cuenta qué pasa cuando los hombres hablan de los hombres sin hablar como siempre habían hablado los hombres de los hombres. O esta otra: un escritor que desde hace poco también es padre.
¿Dónde trabaja?
Hubo un tiempo que escribía en un cuartito de azotea de dos por dos. Era ideal, porque era un espacio muy pequeño, pero conectado con la casa. Si lloraba mi hijo, podía escucharlo. Si pasaba algo, me enteraba. Estaba cerca pero a la vez lejos, en un territorio diferente.
¿Y ahora?
Escribo por la casa. En bares o sitios públicos, casi nunca. Me he vuelto muy diurno. La literatura, más que espacio, es una cuestión de tiempo. Yo necesito una cantidad concreta. No sé cuál es. ¿Tres horas? Vale, pongamos tres horas. Si dispongo de una, no hago nada. Escribir, leer... Todo esto tiene que ver con el tiempo. Con contravenir el tiempo cronológico. Tener la sensación de que el tiempo no rivaliza contigo.
¿Qué otras cosas necesita?
Grabarme la voz. Escuchar cosas. No tengo mucha necesidad de silencio. Escribo con música. En ocasiones, incluso, con las noticias puestas. Vivo en Ciudad de México, así que es una suerte que no necesite el silencio. Como lector quizá no suscribiría esto, pero como autor sí que vínculo mi trabajo con el sonido. Me importa mucho el sonido. Que el texto pueda existir en el aire.
¿Escribe en el ordenador?
Y a mano. Voy alternando. Cuando doy talleres y tengo que recomendar cosas, que es algo bien antipático, hablo del cambio como forma de sortear la sequía o el atasco creativo. Quitarle la obligación de existir al texto. Quitarle presión al texto. Más que quitársela a uno mismo, quitársela al texto. Una manera, por ejemplo, es transcribir aquello que ya has escrito. Pero sin intentar modificarlo. Simplemente volverlo a hacer. Otra es leerlo en voz alta y grabarlo. Y otra, más incierta, cambiar el narrador, aunque no lo desees. Si de lo único que estás seguro es que el relato debe ir en tercera persona, pásalo a primera. Por más que sepas que no tiene sentido. Habitar el texto, me refiero. Más que interrogarlo o castigarlo.
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Ensayos y cuentos escritos desde la paternidad
Literatura infantil, su nuevo libro, publicado en Anagrama, es un compendio de apuntes, ensayos y cuentos escritos por y desde la paternidad. La confirmación oficial de que Zambra ha regresado. Como si se hubiera abierto una grieta en el suelo y de ella hubiera vuelto a brotar esa voz suave, ondulante, rotunda que algunos nombran zambrista y que otros, directamente, sienten como un río que se hubiera desbordado y se les hubiera metido en casa. "Cuando nació mi hijo, me parecía muy natural escribir sobre lo que estaba sucediendo", resume él. "Paré la novela que estaba intentando, hubiera sido muy raro hacer otra cosa".
"La paternidad era automática y la maternidad, obligatoria. Ahora uno se ve incluso en la situación de tener que explicar por qué ha decidido tener un hijo"
Y sigue, como si el recuerdo de aquellos días todavía no fuera eso, un recuerdo, sino algo más próximo, más vivo: "La mía es una paternidad tardía, buscada y, por supuesto, discutida interiormente. Hay un pequeño sector del mundo donde la gente decide ser padre o madre. Eso es un privilegio. Porque lo que sucedió históricamente es que la gente tenía hijos, y ya. La paternidad era automática y la maternidad, obligatoria. Ahora uno se ve incluso en la situación de tener que explicar por qué ha decidido tener un hijo".
Dentro de unos veinte minutos, Zambra, pasos lentos pero ágiles, pose de profesor al que es imposible enfadar, el pelo en la cara, entrará en otra sala donde lo estarán esperando más de diez periodistas para que continúe hablando de Literatura infantil. Y que volverán a preguntarle cómo ha influido en su escritura el hecho de ser padre. Y él dirá cosas cómo "este libro nació de la convicción de que podía tener sentido compartirlo". O "la literatura no tiene que rivalizar con la paternidad". O "la frase Silencio, que el papá está escribiendo es una variante un poquito más elegante de la frase Silencio, que el papá llegó borracho". O "bueno, bueno, estoy hablando muchísimo".
O "es impresionante que los hombres sepamos tan poco sobre la crianza, porque hay un conocimiento que existe pero que no está registrado". O "en relación con la paternidad, es evidente que hay una escasez de diálogo entre hombres". O "es un lugar común decir que te morirías por tu hijo, pero es verdad: sí te pondrías entre la bala y el niño". O "lo verdaderamente lamentable es que sea tan difícil conseguir algo que leer si quieres compañía mientras esperas el nacimiento de alguien". O "no les recomiendo que me pregunten nada, porque me pongo a hablar como si no tuviera que acabar nunca".
"¿Escritor? Me gustaría que mi hjo fuera epidemiólogo, aunque tampoco me desagradaría que fuera futbolista"
Cuando habla, Zambra mueve las manos enérgica e inofensivamente, como un pajarillo que quisiera levantar por primera vez el vuelo. Mira el techo, se sube las mangas de la camisa, queda a la vista un tatuaje en el antebrazo izquierdo.
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¿Le recomendaría a su hijo que fuera escritor?
Él te contestaría que ya lo es [Sonríe]. No sé, no sé. Me parece que más bien me gustaría que fuera epidemiólogo. Más necesario. Tampoco me desagradaría que fuera futbolista [Vuelve a sonreír]. Su manera de acercarse a la literatura, sin embargo, ha sido completamente distinta a la mía. Yo llegué por desviación. No era el camino natural. Muchas autoras y autores de mi generación no crecimos en casas con libros, nuestros padres y madres no eran lectores… Más bien de pronto nos volvimos fanáticos. En nuestro caso, la literatura sustituyó a la religión. Muchos tuvimos formación católica y renunciamos a la creencia en la adolescencia, cuando descubrimos otra salida. Tenemos una relación, sobre todo con la poesía, muy ligada con la recuperación de algo trascendente, sagrado. Lo que suele llamarse trascendencia vacía. Y, claro, mi hijo tiene una relación completamente diferente. Los libros, para él, están en el mismo lugar que los juguetes. Me cuesta mucho suponer hacia dónde va ese estímulo.
Y leen juntos.
Sí. He aprendido muchísimo leyendo con él. Literatura infantil termina justo cuando comienza a leer solo, que es un momento que yo no sé si quiero.
Ha escrito un libro sobre la paternidad, no sobre la maternidad.
Sí, fue una decisión consciente. Bueno, en rigor, a mí me cuesta separarlo. En el fondo tengo que hacer muchas distinciones metodológicas para separar el mundo entre hombres y mujeres. Por suerte ya pasamos ese tiempo en el que los debates más candentes eran si unos habían nacido en Marte y las otras en Venus. Pero sí que creo que hay muchas conversaciones pendientes entre los hombres acerca de lo íntimo. El discurso de la intimidad entre hombres es problemático.
No solo se refiere a su papel como padres.
La amistad entre hombres para mí también es interesantísima. Justo porque no es tan sencilla. No son procesos espontáneos. Por eso, cuando se dan, son para siempre. Pero no es tan habitual. Sigue habiendo un vínculo muy competitivo entre nosotros. Me interesa esa dimensión de la amistad entre hombres. Cuando ocurre, hay que celebrarla. Tengo la impresión de que cuando los hombres realmente están en el suelo, y necesitan a alguien con quien confiar, les es más fácil recurrir a una amiga que a un amigo.
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Un hombre sin alimento
En un pasaje del libro, Zambra recuerda esas madrugadas en las que acudía a la cama para recoger a la criatura de los brazos de su madre (la escritora mexicana Jazmina Barrera) y se iban al salón para que ella pudiera descansar. El niño lo miraba con una mezcla de recelo y "un gesto serio o altivo" que asegura que no sabe definir. Lloraba unos segundos, a veces un minuto, y luego iba aceptando el consuelo de su padre. "Supongo que el living era como un bar al que ibas a llorar tus lactantes penas de amor", escribe, "y yo era el barman que conocía a la perfección cómo te gustaba el jugo de naranja, o el parroquiano anodino pero amistoso que siempre estaba ahí, dispuesto a escucharte y a reírse con tus chistes y a pagarte la cuenta".
"La literatura no tiene que rivalizar con la paternidad"
El escritor apura el café y barre con una mano el cabello hacia detrás de la oreja. El primer revés que encaja un padre, dice, viene cuando toma al hijo por primera vez y este se da cuenta de que no hay alimento en el cuerpo de ese ser humano. A partir de ahí, solo hay un camino posible para el derrotado: el de tratar de darle la vuelta al resultado.
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Usted le hablaba al bebé.
Porque yo tengo la sensación, y no quiero que nadie me la saque, de que los padres y los bebés hablan todo el tiempo. Hay dos tipos de diálogo. Están los que hablan a su hijo como si entendiera el lenguaje y los que no. Yo soy claramente del primer grupo. No se debe empequeñecer el lenguaje. Ese es el único consejo que le podría dar a un padre.
¿Pensaba en él cuando escribía?
El libro no es para él. Y a la vez sí que lo es. Pero absolutamente todo lo escribí, existe porque él nació. Incluso aquellas partes en las que no aparece.
En las últimas páginas admite que no está seguro de querer que su hijo acabe leyendo el libro. ¿Lo mantiene?
El niño agarra el libro a veces y lee partes. Para él, un libro todavía no es un espacio problemático. No sé qué va a pasar si finalmente, dentro de unos años, lo lee entero. Espero que esté todo bien.
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