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Hanna Jarzabek (Brzeg, 1976) dejó atrás su país hace veinticinco años en busca de aire fresco, pero con el tiempo ha regresado para capturar con su cámara la deriva ultra, un prefijo que abunda en Polonia: ultraderechista, ultranacionalista, ultracatólica. No conviene confundir la parte por el todo, ni el Gobierno con la ciudadanía. "La sociedad está muy dividida", deja claro la fotógrafa, quien advierte del ascenso de Vox y de los peligros de la extrema derecha en España.
Para denunciar el rechazo de la beatería y del Gobierno polaco al colectivo LGTBI, fotografió a doce parejas en Lesbianas y mucho más, mientras que las chicas uniformadas y con pistola de Patriotic Games plasman la militarización de la educación pública a través de un programa marcial destinado a adolescentes, cantera de buenos patriotas. Ambos proyectos pueden verse en la exposición Polonia - Siglo XXI, hasta el 12 de diciembre, en EFTI (Madrid).
Dejó su país a la primera oportunidad. Tenía veinte años y se fue a trabajar a Francia de au pair.
Vengo de un entorno muy conservador y de extrema derecha, por lo que quería salir de Polonia para tener otra vida y ser más libre. Viví dos años entre Francia y Suiza, hasta que me fui a estudiar Ciencias Políticas a Ginebra.
Cuando habla de un entorno de extrema derecha, ¿se refiere a su familia o a la sociedad?
A mi familia, pero habría que matizar. Cuando hablo de extrema derecha, no me refiero a las personas que salen en mis fotos de manifestaciones de neonazis, sino a los votantes del partido gubernamental Ley y Justicia: gente absolutamente conservadora, contraria a los refugiados, al derecho al aborto, a las personas LGTBI, etcétera. Eso también es extrema derecha, aunque en mi familia no hay un componente fascista.
Sale de Polonia debido a su ambiente opresivo y recala en un país que viviría el auge del Frente Nacional.
Parece que me persigue la extrema derecha, porque luego me ha pasado lo mismo en España. Llegué aquí hace trece años y la evolución, en ese sentido, ha sido negativa. La radicalización no es tan fuerte como en Polonia, pero también existe.
¿Cómo logró Andrzej Duda, de Ley y Justicia, un partido católico y de extrema derecha, auparse a la Presidencia de su país?
A la sociedad polaca y a las de otros países de Europa del Este les ha marcado mucho el régimen comunista. Tras una dictadura, todavía hoy es muy difícil proclamarse como una persona de izquierdas. En Polonia, para los conservadores y los ultras Rosa Luxemburgo es lo mismo que Stalin. De ahí que los izquierdistas seamos considerados casi unos enemigos de la patria.
¿Qué Polonia dejó atrás y cuál se encontró en los viajes que realizó para sus trabajos fotográficos?
Por una parte, a nivel de desarrollo económico, obviamente hay muchas diferencias. Aunque no todo ha sido positivo, porque se llevaron a cabo numerosas privatizaciones y, en ese cambio brutal del sistema económico, mucha gente se ha perdido en el camino. Por otra, Polonia se ha cerrado en torno al concepto de nación y de la identidad polaca, de la que se alimenta el ultranacionalismo.
Antes los migrantes se topaban con Hungría y, ahora, con Polonia. ¿Cómo ve la crisis entre su país y Bielorrusia, donde están los campos de refugiados?
Hay una responsabilidad de Lukashenko —o, más bien, de Putin— en lo que está pasando en la frontera. Es una situación compleja y problemática, pero no hablamos de 40.000 personas, sino de unas 4.000. La respuesta del Gobierno polaco es vergonzosa, porque ha cerrado el acceso y nadie se puede acercar a la frontera, ni siquiera las organizaciones humanitarias y los ciudadanos que quieren ayudar a los refugiados. Las ONG denuncian que las personas que consiguen atravesar la frontera y piden asilo político son devueltas y abandonadas en el bosque por la policía y el ejército.
Más que devolución en caliente, en frío…
¿Cómo puedes dejar a alguien en el bosque sin comida y con estas temperaturas? Da igual cómo haya llegado: es inhumano e ilegal. He leído en la prensa independiente que la televisión polaca mostraba fotos de niños desnudos que supuestamente habían aparecido en teléfonos móviles de migrantes, para hacerlos pasar por pedófilos peligrosos. Ya no es una televisión pública, sino una herramienta de propaganda del Gobierno, pero gran parte de la sociedad se queda con esa imagen falsa porque no la contrasta con otras informaciones.
En Polonia también ha habido campañas que relacionaban a los gais con el abuso infantil, mientras que Ley y Justicia ahondaba en el rechazo al homosexual y algunas administraciones se declaraban "zonas libres de LGTB".
Sigo en contacto con las parejas que protagonizan el proyecto Lesbianas y mucho más y me comentan que para ellas es impensable ir de la mano por la calle, algo que no sucedía hace diez años. Entonces había una homofobia institucionalizada, pero ahora el rechazo es más fuerte. Al menos, otra parte de la sociedad es más abierta y va en la buena dirección, aunque se enfrentan al aparato propagandístico del Gobierno, que apoya a los homófobos. Hay mucha gente de la comunidad LGTBI que se plantea emigrar, mientras que otra prefiere permanecer en Polonia para seguir luchando por sus derechos. La única esperanza está en el voto de los jóvenes.
Cuando llegó a España, ¿podía imaginarse a un partido como Vox en las instituciones?
No, aunque era consciente de que en el PP había un componente muy conservador. Cuando llegué a Barcelona, también veía a los fachas en las manifestaciones del 12 de octubre. Una cosa es saber que eso existía y otra, que se haya constituido en un partido de extrema derecha. Ha sido un error que se les haya dado espacio en la sociedad y en la política, porque sus mensajes son muy peligrosos. Es muy preocupante, porque tarde o temprano irán a más, como ha sucedido en Polonia, con leyes cada vez más restrictivas. No me imaginaba a un partido como Vox en el Congreso y, si no se reacciona a tiempo, habrá que luchar duramente para que den marcha atrás.
¿La ultraderecha europea ha venido para quedarse?
Depende de nosotros. Hay que reaccionar y asumir responsabilidades, porque veo que hay mucha gente que ha dejado de creer en las elecciones. Sin embargo, es una de las armas que tenemos, si no la única. La abstención facilita que la ultraderecha ocupe más espacios. Yo solo puedo votar en las municipales, y me da mucha rabia no poder ejercer ese derecho en las generales.
¿Preferiría frenar con su voto a la ultraderecha en Polonia o en España?
Es ilógico que vote en Polonia, donde no vivo desde hace veinticinco años, y no pueda hacerlo en España. Andrzej Duda ganó las presidenciales por muy poco, de ahí que la esperanza resida en que la gente se anime a votar para derrotarlo en las elecciones parlamentarias.
Su trabajo sobre la comunidad LGTBI polaca se centra en las lesbianas, mujeres doblemente discriminadas porque son consideradas "enfermas" y porque no cumplen con el papel de madre tradicional.
La doble discriminación también se debe a la falta de visibilización. Por ejemplo, en la España de Franco, gracias a ser invisibles pudieron desarrollar ciertas estrategias de supervivencia. Para el proyecto Flores de otoño, sobre gais mayores, hablé con mujeres que vivían juntas sin que nadie prestara mucha atención, porque eran consideradas amigas. Esa invisibilidad les proporcionó un cierto amparo, pero luego cuesta más luchar por los derechos.
En mi país, sigue vigente la idea de que "la verdadera polaca debe tener hijos", porque la base de la sociedad es la familia tradicional. Si en Polonia se considera que los homosexuales son por definición pedófilos, las lesbianas con hijos no muestran abiertamente su orientación sexual porque temen que les quiten la custodia en caso de denuncia.
Algunas parejas que iban a participar en Lesbianas y mucho más se echaron atrás a última hora. ¿Las doce que figuran en el reportaje han tenido algún problema?
No, pero hay que tener en cuenta que viven en grandes ciudades y que, a excepción de una pareja, todas tenían trabajos muy independientes. Esos factores favorecieron que participasen en el reportaje, sin sufrir represalias en su entorno laboral o social.
Ha hecho fotos en la Franja de Gaza, en Irán o en Filipinas, pero volvió a fijar el objetivo en su tierra. No es necesario viajar lejos porque aquí y ahora siempre hay algo que contar.
Aunque vivas fuera, lo que pasa en tu país te afecta más. A veces me pregunto qué habría pasado conmigo si me hubiera quedado en Polonia. Fue positivo para mi desarrollo personal, pero quizás siento una cierta sensación de abandono, de ahí que quiera pronunciarme sobre lo que pasa. Es mi manera de aportar algo.
Junto a la distancia, ¿ese ojo polaco beneficia a su trabajo? ¿O cree que, al contrario, la mirada del foráneo jugaría con ventaja?
Captas y detectas algunas cosas más rápidamente que una persona extranjera, pero ese ojo se ha ido modificando, porque hace mucho tiempo que no vivo en Polonia. Cuando voy a mi país, me siento de una manera particular, porque ni soy de allí ni de fuera. Esa mezcla es interesante para acercarse a los temas. Durante mi último viaje, en 2019, me di cuenta de que estaba descubriendo mi propia tierra. Me centré tanto en denunciar a la ultraderecha que no percibí que, mientras vivía en España, se había desarrollado una oposición muy fuerte, en la que debo profundizar.
Al margen del Gobierno, ¿ve a la sociedad polaca más conservadora o progresista que antes?
La sociedad polaca está muy dividida, pero al exterior se proyecta una imagen de la Polonia conservadora, porque ellos tienen el poder y son más peligrosos.
¿Pesa el lastre católico incluso en algunos votantes progresistas que podrían estar en contra del aborto, de la eutanasia...?
En Polonia, de la eutanasia ni se habla. El cambio en Polonia pasa por la educación, pero la mayoría de la sociedad, por ejemplo, está en contra del matrimonio gay. Incluso yo, cuando estudiaba en Suiza, tampoco estaba a favor, porque era lo que me habían inculcado. ¡Y eso que me había ido de mi país porque rechazaba la homofobia y a la extrema derecha!
Esa labor educativa es muy complicada por culpa de la propaganda y porque los progresistas son tachados por el poder de enemigos de la nación y de querer destruir la identidad polaca. O sea, ser heterosexual, católico, blanco y de familia tradicional. Quienes nos definimos de otra manera nos quedamos fuera.
En Patriotic Games (2016-2019) documenta los programas militares en las escuelas públicas. ¿Qué sensación tuvo cuando vio a adolescentes de entre 16 y 19 años con un arma en sus manos?
Me dieron escalofríos, porque los chavales son muy jóvenes. Los programas son considerados de innovación pedagógica, pero no están reconocidos por el Ministerio de Educación. Las clases son impartidas por organizaciones paramilitares y nadie controla a las personas que entran en las escuelas, ni si cuentan con preparación pedagógica. Además, los padres no saben qué contenidos o valores enseñan a sus hijos.
Para detectar si les lavaban el cerebro a los estudiantes, les hice la misma pregunta en el primer y en el tercer año del programa: Si tuvieses la posibilidad de construir Polonia desde cero, ¿cuál sería tu principal preocupación? Casi todos los de primer año me respondieron "crear puestos de trabajo", mientras que los de tercero me dijeron "reconstruir la identidad polaca". Cuando el colegio se dio cuenta de lo que estaba haciendo, me prohibieron el acceso.
Además de los paramilitares, en las clases también participa el Ejército.
Sí, pero hay más paramilitares, porque lo hacen de manera voluntaria. En todo caso, los estudiantes llegan a utilizar armas y munición reales.
También ha abordado la identidad nacional en antiguas repúblicas soviéticas como Moldavia. ¿Qué se encontró en Transnistria, ese limbo y tierra de nadie?
Lo que más me sorprendió es cómo la gente se convence a sí misma de que viven bien y de manera independiente. Supongo que es una estrategia para poder aguantar, porque la situación es muy extraña: residen en un Estado no reconocido, con Gobierno, Ejército y moneda propia, pero no pueden viajar al extranjero con el pasaporte transnistrio. Lo que para mí era surreal, para ellos era un símbolo de independencia. Sin la ayuda de Putin no podrían mantenerse, aunque ellos creían a toda costa en ese mundo irreal.
¿Qué persigue con su trabajo?
Aportar mi grano de arena, pues es importante visibilizar los problemas. ¿Por qué lo expongo en España? Además de transmitir lo que sucede en Polonia, me preocupa mucho el ascenso de Vox. Tengo la esperanza de que mostrando este proyecto la gente empiece a reaccionar para que la ultraderecha no llegue al poder en España.
¿Qué diferencias observa entre Vox y Ley y Justicia?
Vox aún no tiene capacidad para cambiar las leyes y para destruir la sociedad democrática, como hace Ley y Justicia en Polonia, porque todavía no está en el poder… Hace diez años no me imaginaba que en mi país habría problemas con la separación del poder ejecutivo y el judicial; ni que una mujer embarazada pudiese morir porque los médicos prefirieron esperar la muerte del feto [Polonia prohibió hace un año el aborto por malformación fetal].
¿Corren malos tiempos para el fotorreporterismo?
Los fotoperiodistas somos una especie en extinción [risas]. No es por falta de interés, como lo demuestra el público que visita la exposición World Press Photo. El problema es que no hay apoyo para llevar a cabo proyectos en condiciones por parte de los medios de comunicación. Incluso ahora resulta más complicado conseguir becas destinadas a la fotografía documental periodística. Cada vez menos gente se plantea dedicarse a este trabajo, porque resulta muy difícil.
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