Este artículo se publicó hace 14 años.
El escritor como arma de creación política y social
Autores reivindican la palabra como fuerza transformadora de la realidad
"La literatura es un instrumento necesario para que la sociedad avance", asevera el narrador, ensayista y poeta colombiano William Ospina, que ha presentado en la Feria de Guadalajara su último libro, En busca de Bolívar (Norma Ediciones). Si el libertador caribeño usó las armas para desafiar el yugo colonial, Ospina cree en la fuerza transformadora de la palabra. "El escritor tiene un compromiso con sus lectores y su lengua, tiene un poder político a la mano y para mí debe usarlo para contribuir a un modelo de justicia social", declara.
Aspina forma parte de ese conjunto de escritores que han hecho de su pluma un arma para poner en evidencia la corrupción, la desigualdad, la violencia y las bolsas de pobreza extrema, males comunes que corroen toda América Latina. "La cultura es un incentivo para mejorar, desarrolla el espíritu, pero justamente precisa ser impulsada. Hace falta voluntad política para llevar la cultura y la educación a los más pobres", señala Paulo Lins, quién en Ciudad de Dios llamó la atención sobre la dramática situación que se vive en las favelas brasileñas.
El maestro de la literatura negra que ha sabido aunar perfectamente literatura y compromiso en México es Paco Ignacio Taibo II. Aunque él asegura que su deber como escritor es "simplemente contar historias", estas traslucen sus obsesiones políticas. Su reconstrucción imaginaria y emocionada de algunos hechos está impregnada de su postura política hasta el punto que una de sus novelas más famosas, la policiaca Muertos incómodos, la escribió en colaboración con el subcomandante Marcos.
"Lo malo y lo bueno a la vez de México es que la realidad interviene mucho en la vida personal y la literatura. Se mete a tu casa, abre la puerta y te saca a fuerza", explica Elena Poniatowska, una escritora cuya obra periodística y literaria ha acompañado a los movimientos sociales y a los sectores más desfavorecidos desde los cincuenta.
Aunque con la literatura es más condescendiente, no concibe el periodismo sin compromiso. "En América Latina uno se mete de periodista y lo primero que hace es indignarse, la propia realidad te obliga. Si no haces periodismo de denuncia, no sé lo que estás haciendo", espeta quien a sus 78 años sigue escribiendo sobre las tragedias de la realidad con una sensibilidad aguda y dignificando a los más débiles.
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