MADRID
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Madrid también nació por abajo. Armaban chabolas de noche para que la Guardia Civil las tirase de día. ¡Que vienen los del sur! Y en la maleta de cartón, un crío espigado, Luis Pastor (Berzocana, 1952). Extremo y duro; luego vallecano, con ce de catocomunista. Niño obrero, coro de iglesia roja, cantautor protesta, jesucristo panfletario, agitador de masas —en ella está el secreto— y enseña desechada.
Pastor sobrevivió al desencanto, se reinventó como músico urbano, vio pasar a los del boom: Guerra y Álvarez; Rosana e Ismael. En ¿Qué fue de los cantautores? (Capitán Swing / Nórdica) escribe sus memorias en verso. Un ajuste de cuentas octosilábico con la transición traidora, pero también con la izquierda desflecada. Un aquí estoy yo en respuesta al quién sabe dónde.
Unos treparon al aseladero de la política; otros, al estridente gallinero de la televisión. Murió Krahe, se fue Moncho. Vive quien se negó a seguir siendo pastor.
Cantautor, pero antes de todo, coplero como su padre. ¿El fermento vino de él?
Todo viene del ser musical que nace en mí. Hay personas que tenemos la necesidad de expresarnos cantando. Aunque todavía vive y ya ha cumplido 97 años, tengo a mi padre en el recuerdo de mi niñez cantando coplas como nadie: arando y sólo su voz. Entonces la cultura se transmitía de boca en boca y el canto formaba parte de la vida cotidiana: de la canción de siega a los villancicos de navidad. En todos los hogares se cantaba, porque no había tanta máquina que cantara por nosotros. El lenguaje, a través de la música, conformaba a las personas.
Al acabar la guerra, mi padre estuvo cinco años haciendo la mili en Madrid, donde aprendió a escribir. Un día estaba cantando de guardia, cuando un jefe le propuso que se dedicase al cante e impartiese clases, pero él nunca quiso hacerlo. Como Manolo Escobar, todos procedían del mundo campesino y de la España coplera. Ellos encarnaban mis modelos y yo era ese niño. Para mí era mágico aprender en la escuela canciones del folclore de toda España, aunque antes nos obligasen a entonar el Cara al sol. Tengo la suerte de poseer esta dote y también de haber podido vivir de ella. Es un regalo.
Pero usted no era sólo un crío que cantaba, sino un niño Joselito.
Yo quería ser como él. Tenía la misma voz de pito y las vecinas me paraban para que les cantase.
Sufrió una pequeña crisis cuando le cambia la voz durante la pubertad y aparecen los temidos gallos.
Estaba acostumbrado a una pegada y, con la adolescencia, la voz ya no fue la misma. Sin embargo, creo que si hubiese seguido trabajando la copla y el flamenco, podría haber sido un cantaor. En todo caso, cuando me puse a trabajar a los catorce años en una compañía de seguros, tenía la sensación de que ya no iba a ser cantante, mi sueño de niño. Pensaba que mi destino era ser trabajador. A lo quince, vendo mi bandurria y me compro en la calle Atocha una guitarrita por seiscientas pesetas. Ahí se me abre un mundo nuevo, alejado de los referentes que había tenido hasta entonces.
Todo esto, unido a un proceso personal de toma de conciencia de joven trabajador. Eran tiempos de reuniones en el barrio con los curas obreros. De asambleas y clandestinidad. De lectura de libros. De abrir la mente. Resulta interesante el proceso de formación de la personalidad a través de la cultura: cómo a partir de varios retales somos capaces de hacer un traje. De ese mundo, así como del descubrimiento de los poetas a través de las canciones, se fue conformando el cantautor y la persona que he sido.
Construían con sus propias manos ese edificio político, asentado en unos cimientos catocomunistas.
Totalmente. La Juventud Obrera Cristiana (JOC) fue una escuela. Gente que ayudaba a los más desfavorecidos. Una Iglesia de los pobres que impregnó nuestros barrios. Un cristianismo humanista que entroncó con el movimiento revolucionario marxista.
El Cristoché.
Eran los dos pósteres que había en nuestras habitaciones.
¿Cree en Dios?
Yo no creo en Dios.
¿Acaso la fe se fue diluyendo con los años?
Es que ya se había diluido. El Dios que me pintaban en la iglesia de mi pueblo, cuando era monaguillo, era un Dios del miedo, de la culpa, de la muerte, del sacrificio y de la sangre… Era un Dios tétrico.
El suyo, en cambio, era humano.
Nosotros vivimos el cristianismo desde la figura del Cristo hombre, no del Dios imaginario, ni del Espíritu Santo, ni de la Santísima Trinidad. Era el hombre comprometido que dio la vida por los seres humanos, igual que el Che Guevara. Ese discurso caló entre nosotros y fue creando conciencias y militantes, que pasaron a engrosar las filas del movimiento sindical, obrero y político de este país.
Volviendo al influjo de los maestros poetas, al igual que le había sucedido a usted previamente, la canción de autor inoculó la poesía en el pueblo: escuchando, leían.
Nosotros fuimos quienes rescatamos del olvido a los poetas prohibidos. Y, a su vez, la fuerza de su propia poesía fue un altavoz que contribuyó a sacarlos del encierro y del anonimato al que el franquismo los había condenado.
Usted es un autodidacta de libro.
Claro, porque los que no estudiábamos éramos condenados al ostracismo y a la incultura.
¿Cómo se alcanza el conocimiento sin pasar por la academia?
Por la vida. Mi suerte es haber caído en ese barrio y entre esa gente. Les estaré siempre agradecido. Estábamos teledirigidos en el ocio, en la cultura, en la formación y en asumirnos como mano de obra sin capacidad de protesta y rebelión. Éramos gente con una vida ya determinada, incluso en el amor. Tenías novia a los catorce, entraba en casa a los quince y pensabas que a los veintiuno la dejarías embarazada en un desliz, que era lo que pasaba en aquellos años, cuando la sexualidad todavía no había sido asumida desde la libertad. Tuvimos que desaprender y quitarnos la losa del pecado. También se luchaba desde esos terrenos individuales, porque nuestra libertad había sido anulada por la educación aplastante de una Iglesia que controlaba tu vida desde lo más íntimo, que era la sexualidad, planteada como algo pecaminoso, sucio y negativo.
El aprendizaje de la vida fue la universidad donde nos formamos los niños obreros de aquella generación. Y, cuando llegó el desencanto en 1979 y asumimos lo individual, porque hasta entonces lo habíamos dejado todo para trabajar por la colectividad, algunos amigos fueron capaces de estudiar una carrera. Gente de un valor inmenso que trabajaba de día y estudiaba de noche con el objetivo de cambiar su destino. En aquellos años, el barrio determinaba nuestra vida desde el lado más negativo: la agresividad, la droga, la violencia… La otra cara de Vallecas, que supo mostrar una imagen distinta a la que se proyectaba desde el centro: la Vallecas que trascendió desde los movimientos vecinales; que luchó para modificar la realidad; que trató de transformar una ciudad vertical en una ciudad horizontal…
El plan parcial había sido diseñado para diseminar a los vallecanos con conciencia por los arrabales, pero no fueron capaces de hacerlo porque nos rebelamos. Y, con las primeras elecciones, las autoridades tuvieron que negociar con los representantes vecinales ese proceso de cambio, porque nos resistimos a irnos a otros barrios. Si querían derribar las casas bajas, tendrían que hacerlo de una manera consensuada con las asociaciones.
Lo canta en Plan parcial, incluida en su exitoso tercer disco, Nacimos para ser libres (1977).
Ya en el anterior álbum, Vallecas (1976), se muestra ese orgullo de movimiento vecinal, donde se vieron reflejados otros barrios de España.
Letras sanguíneas. El barro del barrio.
Brotaba la protesta, porque hasta entonces no había escrito ninguna letra desde el realismo socialista o, si lo prefieres, desde la realidad social.
¿Es complicado hacer arte desde lo político y lo social? ¿Que la canción tenga un valor artístico más allá de la denuncia o lo documental?
Algunas canciones incidían tanto en la realidad que trascendían la calidad. Estaban hechas desde una ironía con muy mala leche hacia quienes nos gobernaban y desde un asumirse en el abandono sabiendo que de ellos no podíamos esperar nada, al tiempo que los mandábamos a la mierda: "Miren, casi es mejor que no vengan con sus perros y con su represión". ¿Podíamos caer en el panfleto? Claro que sí, pero yo me asumo en la canción panfletaria, porque puede ser poética, política y, por supuesto, de calidad.
En aquel momento, aún no había accedido al yo poético, al cual llegas cuando te descubres poeta. Era capaz de construir y versificar, porque no paraba de leer, mas no había tocado esa fibra dentro de mí. Así fue hasta mediados de los ochenta, cuando comienzo a escribir un diario y encuentro mi yo poético. Ahí siento que puedo hacer panfletos con toda la dignidad, caso de En las fronteras del mundo, incluida en el disco Soy (2002).
¿Por qué una biografía en verso?
No sabría escribir mis memorias en prosa. O, al menos, me costaría más trabajo, porque yo he encontrado la expresión escrita desde la poesía.
Usted se para en una fecha: los albores de la democracia. ¿No había más que contar o su vida da para un segundo libro?
No da para uno, sino para dos libros más. ¿Qué fue de los cantautores? tiene que ver con una etapa de la vida en este país. Un ciclo que se corta y se pierde a partir de 1979, aunque continúa en aquellas comunidades que reclaman el estatuto de autonomía. Allí, la canción política sigue siendo el arma arrojadiza para exigir esas reivindicaciones y para sacar a la gente a la calle. Pero esa crisis personal que vivo yo como cantante —y que también viven muchos militantes de izquierdas— determina un antes y un después en la canción de autor. A partir de ahí vendrán los ochenta, vendrán algunos cantautores que se reenganchan —como Sabina, Krahe o Aute, que había cantado menos durante la década anterior— y vendrán las fiestas de los barrios, donde todavía estamos presentes… El movimiento de la canción protesta y sus señas de identidad conocerán un antes y un después en 1979.
Pararme ahí era necesario, tanto para no perderme, como para contar lo que no se ha querido contar en los últimos años. Los medios y las televisiones despachan una década de historia de la canción política citando sólo a un par de músicos: Raimon, Serrat y no sé quién más. Son recuperados algunos cantantes de la época, que convivían con la canción popular pero que tenían menos incidencia en los jóvenes, desde la música comercial a solistas como Raphael. Y, al tiempo, se intenta apartar a otros, cuando en realidad la canción política lo teñía todo desde 1973. Sucedería algo similar más adelante, a mediados de los ochenta, cuando delimitaron la movida a la sala Rock-Ola.
"La muerte de Franco en su cama fue una derrota, porque no fue derrocado ni juzgado, y antes de irse dejó todo bien atado"
Sin embargo, nosotros, que en los setenta no necesitábamos Madrid para divertirnos, en los ochenta dejamos nuestros barrios y tomamos el centro, porque nos habían cerrado asociaciones juveniles y espacios culturales. La propia izquierda había desmovilizado aquello que no controlaba.
El PSOE.
Claro. A partir del golpe de Tejero, Madrid era un hervidero. El Elígeme, que era el bar de los cantautores, donde cabían quinientas personas, se llenaba de lunes a domingo. Una locura. La ciudad era juerga y alegría.
Antes hablaba de la lucha por el estatuto de autonomía. Ustedes cantaban en varios idiomas, pero eran una sola voz. Durante años, compartieron escenario vascos, catalanes, gallegos y españoles. No obstante, se ha quejado de que, con el discurrir del tiempo, esas regiones le cerraron las puertas o, al menos, las entornaron.
Eso lo he vivido en carne propia. Para ir a esas comunidades autónomas, no es lo mismo ser un cantautor español que uno portugués, aunque yo cante también en esa lengua.
¿Hay un estigma?
Yo creo que sí. Ante la necesidad de revitalizar su lengua y su cultura, lo cual me parece perfecto, cerraron sus puertas a los cantautores en castellano. Y eso supone dar un paso atrás, volver al provincianismo.
Luego están los músicos locales que cantan en español...
Emigrar a Madrid es un paso obligado para triunfar. No obstante, lo tienen igual de jodido que un cantautor español que cante en castellano. Creo que las cuerdas están siendo tensadas, desde distintos frentes, por quienes manejan los hilos de la política. Pese a todo, siempre he defendido a Catalunya. Hace siete años, Joan Isaac me tradujo al catalán Soy, mi canción preferida. Y, todavía hoy, adoro cantarla, porque Barcelona forma parte de mis memorias.
¿Qué ha sido de los hijos y nietos del público que acudía a sus conciertos en aquella Barcelona industrial?
Ése es el problema: cómo le hemos dado la vuelta a la realidad. El otro día interrumpí un concierto en un pueblo de Extremadura después de comentar que, como Aznar, yo cantaba en catalán en la intimidad. Habitualmente, cuando digo eso, la gente aplaude, pero en esa ocasión cuatro o cinco ¡españoles, españoles! se sintieron ofendidos y empezaron a insultar a los catalanes.
"El procés es una rebelión de señoritos cuyo objetivo es tapar la corrupción"
Tuve que parar y decirles: “Señores, están ustedes equivocados en su reacción y en su análisis. Si ustedes quieren que Catalunya pertenezca a España, no los insulten”. O sea, no insulten su lengua, su cultura, ni su memoria.
¿Cree que el procés ha resucitado…?
¿Franquistas?
Usted dirá...
Sí, está resucitando a los franquistas y a una derecha troglodita. Basta que toques un par de temas que afecten al sentimiento o a la memoria para que salten como chispas. Ese afloramiento de la bandera rojigualda resulta un poco agresivo para algunos de nosotros, porque venimos de muchos años de nacionalismo español obligado, castrante, mutilador y excluyente.
Lo veo entre dos aguas.
No estoy en una ni en otra trinchera. Al loro, si yo fuera catalán, supongo que estaría al lado del independentismo.
Hijo de extremeño independentista.
Bueno, es lo que le pasa a los catameños y a los cataluces, que son muchos. Hay una línea trazada que está abriendo brechas en el afecto, en la relación y en el respeto de una generación de niños adoctrinados. Aunque esto no sólo afecta a los jóvenes, porque recientemente he estado charlando en bares de Santa Coloma con emigrantes extremeños de mi generación, y los he visto más catalanes que los propios catalanes.
¿Una forma de integrarse?
Claro. Por un lado, son los que han ayudado a levantar ese país. Por otro, están agradecidos porque en Catalunya han encontrado una vida y han podido formar una familia.
¿Dónde ha quedado su pueblo o el de sus padres? ¿Adolecen de desmemoria? ¿Advierte cierta insolidaridad con sus raíces?
Hay desmemoria y hay ninguneo. Mi gente ha sido mano de obra barata para la clase pudiente catalanista. Y, a su vez, esa burguesía catalana se aprovechó del régimen e hizo dinero con sus negocios franquistas. Los más coherentes de este proceso a la deriva son los políticos de la CUP, porque no han engañado a nadie. Un partido anticapitalista de extrema izquierda que ha ejercido de bisagra para llevar a su terreno a otros que no estaban ahí, porque en CiU había gente que no era independentista.
Sin embargo, para recorrer ese camino, van precisamente de la mano de CiU.
Eso es lo que habla en contra de esta rebelión de señoritos, aunque en un principio te pudieses sentir identificado con la CUP y su lucha.
Usted cree que, en el fondo, el procés es una cortina para tapar el 3%.
Claro, su objetivo es tapar la corrupción. Y la CUP le hace el juego a CiU, algo tan grave como quienes le hacen el juego a Rajoy en Madrid.
Volvamos a sus primeros años de vida, cuando todo esto era un espejismo. Desde el minuto uno, sufre la censura. “Burlar a los censores se convirtió en un trabajo”, escribe en el libro. ¿Las mordazas estimulan la imaginación y la creatividad?
Yo creo que sí. Como las crisis económicas o como no tener recursos.
¿Con hambre se compone mejor?
Hombre, no creo que se componga mejor, pero es posible componer y, a veces, el hambre ayuda a reinventarse. Jugar contra la censura implicaba imponerte una autocensura sin límites, porque para fijarlos ya estaban ellos. Había un desafío abierto al Estado y nos la saltábamos a la torera.
¿Fue frustrante para su generación asistir a la muerte de un Franco entubado?
No resultó tan frustrante, aunque es verdad que fue una derrota, porque muere en su cama, sin ser derrocado ni juzgado, dejando todo bien atado. Muerto el cerdo, no se acaba la rabia, por lo que hay que seguir adelante con la lucha. El franquismo está ahí: Arias Navarro sucede a Franco y el propio rey Juan Carlos es un pelele, como digo en el libro.
Concretamente, “Juan Carlos es un pelele al que Franco ha moldeado”. Hoy, por letras así, están enjuiciando a algunos músicos. ¿Con la neocensura hemos topado?
Si me quieren llevar a juicio, que lo hagan. Sólo hay que repasar la historia de España: Juan Carlos es un pelele, un prisionero de Franco. Un niño sacado de Estoril y educado bajo las faldas del dictador para quitarle la corona a su padre y restaurar la monarquía en España. Otra cosa es su actuación como rey en ciertos momentos posteriores.
Le decía: han condenado a prisión a una docena de raperos por ensalzar al Grapo, una banda terrorista que ya no existe.
Y a los independentistas… Mantener en la cárcel a unos candidatos electorales es una utilización torcida de la Constitución, porque no hay motivo alguno. Estamos atentando contra las libertades que nos concede la democracia. El Gobierno muestra atributos con tics de dictadura. Mientras, hay nazis que cantan burradas y están en la calle. Dejen que la gente se exprese mientras no mate ni agreda a nadie.
Años setenta: la prensa lo bautiza como “el cantante proletario”. Usted había dejado la agencia de seguros donde trabajaba como recadero para ser obrero, pero tras matricularse en FP vio que no era lo suyo.
Hice primero de electrónica, como había hecho primero de solfeo el año anterior, y me llegué a presentar a unos exámenes para trabajar en una empresa gigante que limpiaba cabinas telefónicas, pero no me cogieron. Sin embargo, ese deseo no sólo me atañía a mí. En los chavales que procedían de familias acomodadas, llamadas pequeño burguesas, había sentimientos encontrados; aunque no fue mi caso, porque yo era obrero y pobre. Digamos que algunos jóvenes y cantantes politizados, como Zeca Afonso, temían no estar a la altura de los obreros, no vivir lo que ellos vivían, no sufrir como ellos sufrían, no tener las limitaciones que ellos tenían…
"El procés está resucitando a los franquistas y a una derecha troglodita. Si fuera catalán, supongo que estaría al lado del independentismo"
Ese complejo de pequeño burgués les hacía, o nos hacía, querer ser más obreros, si bien yo obraba desde el lado de la militancia. Cuando convocábamos reuniones clandestinas, repartíamos panfletos o cantábamos con la policía al acecho, estábamos arriesgándonos, y aun así queríamos comprometernos mucho más.
Por ejemplo, mi generación de izquierdas aceptaba a ETA. Era otro contexto, aunque nos podría haber llevado a coger las armas. Las utopías y los sueños de aquellos años no estaban tan delimitados como ahora. Entonces, la revolución armada era posible. Hoy, no.
Cuatro años de retiro, sin publicar disco. El desengaño se cernió sobre usted durante un concierto en las fiestas de Saconia. ¿Por qué ese paso atrás? ¿Sintió que su mensaje estaba superado? ¿Se fue la utopía de la militancia por el sumidero de la democracia?
Bueno, durante esa época hice otras cosas. Juan Margallo, que había fundado el grupo Tábano, monta la compañía estable de teatro El Gayo Vallecano. Decido meterme de cabeza en el proyecto, con ganas de aprender y con afán de superación. Y Juan, que me conocía de siempre, me abraza...
¿Pero se planteó dejar de ser cantautor?
No, me planteé dejar de cantar, no de ser cantautor. Yo, por mi educación en la Juventud Obrera Cristiana (JOC) y por mis creencias, necesitaba revisar mi vida y lo que había pasado, a qué se debía la crisis, si el éxito respondía a nuestra calidad individual o a una realidad social y colectiva que nos convirtió en abanderados políticos…
Apenas ha hablado de ello... ¿Cayó en una depresión?
Sí. Fue un retiro forzado, algo que también vi en otros compañeros, algunos de los cuales terminaron en psiquiátricos. Me embargó la tristeza, pese a que yo iba en un carro triunfante: tercer disco, gira de presentación, amenazas de bomba de los ultras… Estaba arriba y era popular. Sin embargo, hasta entonces había conducido ese carro y sabía lo que decir; poseía unas verdades que se asentaban en mi aprendizaje, en mi memoria y en mi realidad; pero, de repente, todo eso desapareció.
En paralelo a su bache personal, el sistema, de algún modo, lo intenta asimilar. En 1997, el programa de TVE Yo canto, dirigido por Alfonso Ungría, dedica un reportaje al barrio de Vallecas y usted saca la pobreza del armario. La emisión genera tal polémica que provoca la dimisión del director general de Radio Televisión Española, Rafael Ansón. Digamos que aprovechó la oportunidad, arropado por la complicidad de los trabajadores del ente público.
Aproveché para darle duro, claro, porque era necesario mostrar esa otra realidad. En aquel tiempo, la televisión no era un medio de la gente, sino que era controlada y utilizada en beneficio del poder. Para los de arriba, mi análisis político fue una bofetada. No afronté mi presencia en la pequeña pantalla como una oportunidad artística, sino desde la perspectiva del militante que soy. Y, en ese contexto, hice crac… O sea, entro en crisis, aunque no abandono la guitarra ni la poesía. Voy por primera vez a clases de canto, descubro mi cuerpo a través del teatro y la expresión corporal, me relaciono con actores jóvenes y artistas de otras disciplinas, compongo para Alfonso Sastre y Luis Matilla, hago de payaso…
"Encarcelar a unos raperos o a unos candidatos electorales es un uso torcido de la Constitución. Dejen que la gente se exprese mientras no mate ni agreda a nadie"
Los setenta son años de aprendizaje. Dejé de ser el chepudo con barba que sujetaba una botella de alcohol y aprendí el oficio para poder hacerme un hueco en los ochenta, cuando el cantautor sí es rechazado. Vuelvo en 1981 con Amanecer, grabado con Luis Mendo, dejando atrás a los grandes poetas y recurriendo a letristas más cercanos, como Cástor, Bernardo Fuster, de Suburbano, o Carmen Santonja, de Vainica Doble.
Mientras trabajo con ese mundo de letras más personales y sigo escribiendo, tengo que competir en un nuevo ecosistema, sin abandonar mi espíritu primigenio. Al final de la década, encuentro mi voz poética y empiezo a gustarme.
Esa conversión en poeta urbano está por escribir, así como su incursión en las pequeñas salas y el encuentro con los nuevos cantautores, de Javier Álvarez a Pedro Guerra.
Nos reinventamos en esas salas, porque yo no venía de los bares, sino de los clubes juveniles de barrio, de las asociaciones de vecinos y de la universidad.
Bueno, pero había pasado por grandes escenarios, por festivales, por centros de emigrantes en Europa, por sindicatos de base italianos…
En cambio, cuando han desaparecido las estructuras que daban soporte a la canción de autor, ya en los ochenta, tenemos que abrir nuevos espacios. Muchos bares acotados al jazz, por ejemplo, comienzan a franquear sus puertas.
¿Cómo vive el boom de los cantautores?
Disfrutando de su éxito, pues eran amigos que habían pasado por mis manos y a algunos les había prestado el escenario. Paradójicamente, tardo tres años en grabar Diario de a bordo (1996), porque las discográficas no quieren editarlo y yo no tengo dinero para hacerlo. Sin embargo, eso no me afecta anímicamente.
Cada disquera busca a su cantautor. ¿Ese auge no le beneficia de algún modo, aunque sea de rebote?
La industria quería a jóvenes, no a la vieja guardia, como yo. Apenas hay trasvase de oyentes, porque en realidad hice a mi nuevo público en locales como el café Libertad 8, ya a principios de los noventa. Esa gente se sube al carro con Diario de a bordo, Por el mar de mi mano (1998) y Soy. La industria, que nos había relegado años antes, está en crisis y nosotros ponemos los cimientos de lo que será una nueva realidad: la autoproducción.
Usted ayudó a Javier Álvarez y a Pedro Guerra, hermano de Lourdes, su actual pareja y mánager. Además, le une amistad con Bebe, si bien la relación con ella es extramusical. Fue su canguro, ¿no?
Nos conocemos de Extremadura. En 1994, la invité a cantar conmigo Ángel caído en un cine de Badajoz. Cuando me bajaba a mi tierra, solía ir a los conciertos de Vanagloria, donde Bebe hacía los coros. Luego se trasladó a Madrid para estudiar arte dramático y, desde entonces, vino mucho a casa. Éramos amigos de ella y de sus padres. Era nuestra niña: ¡somos sus titos!
Su otro niño, Pedro Pastor, al final también le ha salido cantautor.
Sí, lleva en esto desde los dieciséis años. Además, hace rap de conciencia, no un rap ególatra del yo, yo, yo.
¿Es el rap la nueva canción protesta?
Sí, totalmente. No obstante, le falta el enlace con los movimientos sociales, que hacían bandera de una canción. No cabe duda de que el rap tiene pegada en las nuevas generaciones. Mi hijo se pasaba el día escuchando hip hop, hasta el punto de que el disco ¿Qué fue de los cantautores? (2012) podría estar influenciado por esa música, porque era lo que sonaba mientras escribía. No digo que con el rap haya un relevo, pero sí otro registro poético y musical de protesta.
Usted se quejaba de que en la transición la izquierda estaba enfrentada, y así le fue en las urnas. ¿Hoy pasa lo mismo?
La ilusión creada en los últimos cuatro años desde una alternativa que ponía en tela de juicio a la casta política y a la propia democracia se ha dilapidado de la noche a la mañana. Esa ilusión ha sido fugaz.
¿Ve a esa nueva política convertida a corto o medio plazo en una nueva casta?
Claro, ése es el problema. Denunciábamos a quienes habían hecho de la política una profesión durante cuarenta años, porque su ética dejaba mucho que desear, pero los que se acercan ahora a hacer profesión de la política tampoco lo hacen desde el altruismo, propio de la izquierda en las primeras elecciones tras la muerte de Franco.
"La ilusión de una alternativa que ponía en tela de juicio a la casta y al sistema se ha dilapidado de la noche a la mañana"
Hay personas que se sumaron a ese grupo político que nació para cambiar las cosas —o sea, Podemos— porque, en el fondo, ser concejal te garantiza un sueldo y la vida está muy difícil. Bueno, vamos a ver lo que pasa… El año pasado escribí un poema titulado Cambiar el mundo. Es inédito y dice así:
Cada paso es un camino
cada vereda, un atajo
Quisimos cambiar el mundo
y el mundo nos fue cambiando
Veníamos de la tristeza
y fuimos a la alegría
y en el camino olvidamos
que la tristeza existía
Nos dejamos embaucar
como chicos de verbena
por el brillo del metal
y los cantos de sirena
Veníamos de la pobreza
y a la pobreza llegamos
y en el trayecto perdimos
la conciencia de lo humano
Olvidamos la honradez
la bondad, el altruismo
la generosa razón
de ser en otro uno mismo
Olvidamos la poesía
y vendimos nuestra alma
los derechos, la justicia
la dignidad, las entrañas
Nos sentamos a esperar
y criamos telarañas
Queríamos pescar verdades
pero olvidamos la caña
Cada camino, una trampa
cada atajo, un precipicio
Quisimos cambiar el mundo
y todo sigue en su sitio
Vivimos en el fracaso
inhumana descendencia
que da la espalda a la vida
y destruye las conciencias
Vivimos en el fracaso
realidad que no asumimos
Capitalismo salvaje
depredador y asesino
Queríamos un mundo nuevo
y ya es más viejo que antes
En el espacio, un reflejo
de un cometa agonizante
La izquierda hemos perdido. En España, en Europa y en el mundo. Ha triunfado el capitalismo como única forma de plantearse la sociedad. Un capitalismo depredador y salvaje que influye en las decisiones de los políticos y que manda incluso más que ellos. La izquierda no ha hecho examen de conciencia, reflexión, ni autocrítica. Pone parches y sigue jugando al juego del siglo XX, a dividirse y a dividirnos, a darse puñaladas.
"La izquierda hemos perdido. O se reinventa o no hay nada que hacer. Nos seguiremos tragando los mocos"
O se reinventa desde otra forma de hacer política, desde otras siglas, desde otros nombres, desde otro proletariado —que ya no va a ser el que fue, porque vivimos una revolución tecnológica y las máquinas nos van a suplantar—, desde otro…
O se reinventa, hace un análisis, deja a un lado los dogmatismos y las estructuras en las que ha basado su organización hasta ahora, y plantea un ser humano global que luche por una vida digna para el futuro de las nuevas generaciones y para la salvación del planeta, o no tenemos nada que hacer. Nos seguiremos tragando los mocos.
Al hilo de sus palabras, qué pronto ha envejecido la nueva política, ¿no?
Totalmente. En dos días. Ha sido duro.
En fin, si aquello —Extremadura y el sur de Madrid— era una vida en blanco y negro, ¿ésta es en color?
Esta vida es multicolor, casi cercana a los sueños hippies del LSD. La acumulación de tonos ha desteñido una realidad que antes era clara. Ahora estamos tan saturados por culpa de la sobreinformación y la vida camina a tal velocidad, que no nos da tiempo a aprender nada.
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