Cuando Cicerón fue nombrado cónsul de Roma el gobierno constitucional de la República se estaba desmoronando. Las facciones políticas del momento se negaban a escucharse, la economía estaba estancada y el desempleo se había erigido como la principal amenaza para la estabilidad ciudadana. Cicerón, un conservador moderado, llegó al poder con la esperanza de recuperar el pasado glorioso. La realidad del poder, sin embargo, se lo impidió.
Apenas tres años después de su ascenso a lo más alto de la República, los que hasta el momento habían sido sus aliados le pararon los pies. Pompeyo, Craso y Julio César formaron un triunvirato con el que gobernar la República entre bastidores. Lo invitaron a unirse a ellos, pero Cicerón no quiso relación alguna con la autoridad ilegítima. Años más tarde Cicerón sería ejecutado. Antes, tuvo suficiente tiempo para escribir numerosos ensayos, tratados y cartas en los que ponía reglas, aconsejaba y delimitaba, siempre a partir de su propia experiencia, sobre cómo debe funcionar un buen gobierno.
Ahora, Philip Freeman, especialista en lenguas clásicas, recupera en una breve antología el pensamiento político del cónsul de Roma en la obra Cómo gobernar un país (Crítica) que bien constituye, como reza su subtítulo, una guía antigua para políticos modernos. Una guía que diecinueve siglos después sigue de plena actualidad. Estos son diez los consejos que Cicerón lanzaría hoy día a Mariano Rajoy.
1. La corrupción destruye a la nación
El consejo no podía ser más apropiado para el tiempo actual. Para Cicerón, la corrupción se había convertido en un verdadero cáncer que devoraba el corazón del Estado. Para la historia quedará el discurso de Cicerón en el juicio contra Gayo Verres, antiguo gobernador de la isla de Sicilia cuya forma de gobierno se convirtió en paradigma del político depravado. En sus palabras, Cicerón demostró no sólo una lucha férrea contra la corrupción sino que prometió enfrentarse a todos aquellos que se atrevieran a defender al corrupto.
2. La inmigración fortalece a un país
Cuando se cumple un año de la expulsión del Sistema Nacional de Salud de cerca de un millón de inmigrantes irregulares, los consejos de Cicerón se hacen más valiosos que nunca. Roma pasó de ser un pueblecito a un imperio poderoso gracias a su política de acogida de nuevos ciudadanos a medida que se extendía por el Mediterráneo. Hasta los esclavos podían llegar a ser integrantes plenos de la sociedad y tener derecho a voto. Los ciudadanos nuevos aportan, a su juicio, nueva energía e ideas a las nación.
3. Jamás hay que empezar una guerra injusta
Esta máxima de Cicerón cobra especial importancia el fin de semana en el que se ha conocido el apoyo del Gobierno de Mariano a Estados Unidos en su intención de atacar Siria. '¿Cómo os sentís vosotros sabiendo que una sola orden ha bastado para causar en un día la matanza de miles de ciudadanos romanos? (...) Para que un conflicto sea justo es preciso anunciarlo y declararlo, y que tenga por fin la restitución del bien perdido', escribe. En este caso, parece cuanto menos dudoso, que el objetivo último de Estados Unidos en Siria sea restituir el bien perdido.
4. La inteligencia no es mala
Para Cicerón los dirigentes de una nación deben ser los más perspicaces del país. Si los dirigentes no poseen un conocimiento meticuloso de aquello de lo que hablan, sus discursos no serán más que una mera cháchara de palabras vanas y sus actos estarán mal informados hasta extremos peligrosos. 'Para elaborar un discurso no importa sólo la elección de las palabras, sino también su correcta disposición (...) la agudeza, el humor, la erudición propios de un hombre libre, así como la rapidez y la brevedad a la hora de responder o atacar, que siempre irán ligadas a un encanto sutil y a un claro refinamiento'.
5. El gobernante debe poseer una integridad excepcional
Sobre este aspecto, Cicerón destacaba que el buen gobernante debe 'destacar por su coraje, aptitud y su resolución'. 'En nuestra nutrida ciudadanía son multitud quienes aspiran a la revolución y a la caída del Estado por tener el castigo que se merecen las faltas que saben haber cometido', escribe. En su opinión presidir un país es como gobernar una nave, sobre todo cuando empiezan a soplar vientos de tempestad: si el capitán no es capaz de mantener un rumbo constante, la travesía se resolverá en desastre para cuantos viajan a bordo.
6. No hay que subir los impuestos
Salvo que sea excepcionalmente necesario. El propósito principal de un gobierno consiste en garantizar a los individuos la conservación de lo que les pertenece y no la redistribución de la riqueza. Pero también condena la concentración en manos de una minoría selecta. 'Quien gobierne una nación debe encargarse de que cada uno conserve lo que es suyo y de que no disminuyan por obra del Estado los bienes de ningún ciudadano', señala.
7. La negociación es necesaria
En una época en la que el Partido Popular aplica su mayoría parlamentaria como un rodillo para negarse a negociar las leyes que regirán el destino del país conviene recordar vehementemente este consejo de Cicerón. En su opinión, la adopción de posturas inflexibles es una irresponsabilidad. Negarse siempre a transigir no significa fortaleza sino debilidad. 'Cuando hay un grupo de personas que gobierna una república por el hecho de tener riquezas, abolengo o cualquier otra ventaja, cabe considerarlo una facción, aunque ellos se quieran llamar próceres', dice.
8. Tener a los enemigos cerca
Escribe Cicerón que los dirigentes fracasan cuando subestiman a sus amigos y aliados. Por ello, recomienda al buen gobernante asegurarse de saber qué está haciendo el adversario. En su opinión, el orgullo y la terquedad no son lujos que el buen gobernante se pueda permitir. No es un mal consejo para aplicar en el caso Bárcenas.
9. El equilibrio de poderes
Un gobierno justo debe fundarse en un sistema de supervisión y equilibrio. Señala que hay recelar del dirigente que elude las leyes constitucionales so pretexto de la necesidad de conveniencia o seguridad. En este sentido aporta que hasta los monarcas más nobles se trocarán en tiranos si nada restringe su reinado. Cicerón advierte que no es difícil que de la virtud nazca el vicio y que 'el rey degenere en déspota, la aristocracia, en facción, y la democracia, en turba y rebelión'.
10. Leyes universales que gobiernan la conducta de los asuntos humanos
Cicerón creía en la existencia de leyes divinas, no sujetas al tiempo ni el espacio, que garantizan las libertades fundamentales de todos los seres y constriñen la conducta de los gobiernos. 'La verdadera ley constituye, en efecto, una norma recta y congruente con la naturaleza, aplicable a todos, inmutable y perdurable, que nos lleva a cumplir nuestro deber con sus dictados y con sus prohibiciones nos aparta del mal'.
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